Porquerías que vi de chiquillo (y XII)

Aún no termino de redactar la entrada anterior y se abre otra vertiente. Está relacionada con lo mismo: el para mí incesante tema del whodunnit. Cuando era un chilpayate malcriado, recuerdo haberme entretenido con mis hermanas jugando varios juegos de mesa. Entre ellos, el de nombre “¿Quién es el culpable?”. A lo largo de la hilera de los sospechosos, el único personaje del que me acuerdo era el señor Billetes. No me enteré, hasta algunos años después, de que la versión original en lengua inglesa de este juego se llamaba “Clue”. Esto, hasta tener comprada la versión gringa de Parker Brothers y, sobre todo, hasta haber visto en la señal pirata de Telecable de La Laguna la porquería de esta entrada: la cinta de 1985 basada en el juego de mesa. Hoy se producen series y películas basadas en juegos, pero de video. Y toda la chiquillada las ve. Ironías del paso del tiempo. Antes del inicio, solamente me queda recordar que las porquerías más recientes fueron: Reflejos del miedo (1972), La casa de las sombras (1983), Indiana Jones y el templo de la perdición (1984), La leyenda de Billie Jean (1985) y Juego sucio (1978). Quizás con este comentario termine ya con esta serie y despliegue la lista completa al concluir este texto.
 
Clue (1985) principia con la noche. Lúgubre desde luego. Bajo su manto umbrío hay una mansión de apariencia tétrica sobre una colina. Más en (no tan) específico, en un sitio ignoto de Nueva Inglaterra y durante los años cincuenta. No podían sustraerse de la reunión ni las nubes ni ese viento que arrastra impetuosamente las hojas. Aunque la música burlona semeja contradecir cualquier sentimiento de pavor. Menos al brillar el crédito como coguionista de John Landis, para entonces artífice de Colegio de animalesLos hermanos caradura y De mendigo a millonario. En medio de las ráfagas arriba a la mansión un hombre muy formal que, sin embargo, ostenta el rostro del doctor Frank-N-Futer. Es el mayordomo y lo primero que hace es lanzarles un choncho pedazo de carne a los mastines que custodian la entrada. De forma exclusiva, servirán para realizar un chiste recurrente y bien sofisticado sobre el olor a caca de perro.
Ya dentro de la casona victoriana y ante la música movidita de los años cincuenta, el señor Wadsworth se encuentra en la biblioteca con una mujer rubia, joven y atractiva. A partir de aquí, las habitaciones del viejo tablero irán mostrándose poco a poco: la cocina, el vestíbulo, el despacho, el invernadero, el salón de baile, etcétera. Colleen Camp es la sirvienta francesa y sexy de nombre Ivette. Su acento no es nada distante a la falsedad del de Branagh cuando interpreta a Poirot. Su falda es excesivamente corta y mejor ni hablemos del escote, el cual será el imán de las miradas masculinas durante toda la velada. O casi toda. No me adelanto. Para que nadie culpe a la película de falta de “representación”, la cocinera es de origen asiático. Así es, peques de hoy: los años ochenta eran bastante más inclusivos de lo que se cree actualmente. Aunque la mujer gorda ni nombre tiene. ¿O sí? ¿Wadsworth le dice señora Ho? De ahora en adelante, será doña Cook.
En este juego de pistas falsas nadie es el señor Billetes. Aquí los sospechosos representan un color. No por nada, en alguna encarnación diferente, se llamaba “Cluedo”. Algo así como el parchís por las fichas de colores: seis en total. Conforme cada invitado se presente, ahora bajo los relámpagos y la lluvia torrencial, el mayordomo les advertirá que empleen los sobrenombres de la invitación que recibieron: el coronel Mostaza, la señora Blanca, la señora Faisán (¿Peacock?), el señor Verde, el profesor Pomelo (¿Plum?) y la señorita Escarlata. Durante la cena, habrá miradas de sospecha y uno que otro elocuente sorbido con la sopa de doña Cook. La conclusión: todos trabajan directa o indirectamente para el gobierno gringo. Con dudas sobre si lo es o no, al anfitrión lo interpreta la escala más baja del actor ítaloamericano. Ya se sabe que ni De Niro ni Pacino se iban a prestar (en los ochenta no se habrían involucrado ni con Mi abuelo es un peligro ni con Jack y Jill), pero… ¿ni siquiera pudieron conseguir a Anthony LaPaglia? Un aspecto sí resulta evidente sobre él: es igual de patán con la sirvienta francesa que el profe Pomelo (Christopher Lloyd). Qué gracioso y preponderante solía ser el acoso sexual en el cine cómico de la época.
Wadsworth desenmascara en el despacho cada una de las seis fichas de colores. Cada uno de sus seis secretos queda en evidencia. Gracias al mayordomo parlanchín, el señor Boddy (o Caballero, según el doblaje peninsular) se devela ante los invitados como la persona que los ha estado chantajeando y, para colmo, les regala un arma mortal. Entre tanto, el piquete de ojos al coronel Mostaza (Martin Mull) se ve falsísimo. En cuanto a las armas, son las mismas del juego: el revólver, la soga, el tubo, el cuchillo, la llave de tuercas y el candelabro. No puedo negar ahora que, cuando vi la película por primera vez y los invitados iban abriendo sus regalos, sí se me puso la piel de gallinita. La partida empieza cuando se apagan las luces. Sería el equivalente a tirar los dados sobre el tablero. Quién sabe por qué reina la oscuridad si se supone que la chimenea se encuentra encendida. Alguien tendrá que aprovechar la oportunidad para enviar al señor Boddy al otro mundo, convertirlo así en el señor Cadáver. O quizás al mayordomo. Y de seguro el profe-mano-larga agarrará alguna teta o alguna nalga. ¿No hacían el mismo chistorete en la precursora Crimen por muerte(1976)? En la actualidad, Hollywood se reprime ante estos pitorreos micromachistas de manoseos abusivos con tal de no ser cancelado en Twitter por banalizar delitos como el acoso o la violación. ¿Cómo le hará Ryan Reynolds con el refrito de este bodrio, ese que prometen desde hace años?
Al prender las luces, el mal actor ítaloamericano yace en el suelo. No falta la cachetada a la mujer histérica como en escena de ¿Y dónde está el piloto? Otro grito, el de Ivette, le hace eco en la biblioteca: la bomba sexi los distrae mientras el homicida anda apuñalando a doña Cook. Más tarde, de vuelta en el despacho, el fiambre de Boddy se convierte en muerto viviente. Como es costumbre en estas cintas, desaparece el cadáver del señor Cadáver. No por demasiado tiempo: cuando la señora Faisán (Eileen Brennan) va al “tocador”, lo encuentra ahí, asesinado por segunda vez. Queda clara la intención del juego con el berrinche de Wadsworth: “¡Intentamos saber quién lo mató, dónde y con qué!”. De nada servirá que el sirviente guarde las armas mortales bajo llave en un armario del despacho.
Conforme se presenten visitantes inesperados durante un registro de la mansión en parejas, los primeros irán siendo despachados uno tras otro. Y sí: con las mismas armas guardadas en el armario. Primero, un automovilista accidentado (llave de tuercas), después Ivette (soga), un policía negro (tubo) y hasta una cantante de telegramas (revólver). La inspección paranoica sigue en paralelo. Durante la misma, la señorita Escarlata (Lesley Ann Warren) y el coronel Mostaza descubren varios pasadizos ocultos (había un par en el tablero del juego de mesa). Fue así como el asesino pudo trasladarse de una habitación a otra sin ser visto. Al restaurarse la electricidad, terminar el inútil registro y encontrar más cadáveres, Wadsworth funge como detective y les promete la respuesta al enigma. La genialidad de su coguionista y de Landis, este último en un inicio incapaz de encontrarle un final a la trama, se pone de manifiesto con tres posibles soluciones. No bastaba la definitiva porque se suponía que en cada sala de cine habría una diferente y eso incitaría a la gente a ver la cinta más de una vez para enterarse de los otros dos finales. Sin embargo, como suele decirse, les salió el tiro por la culata.
Si no fuera suficiente con todo lo anterior, el mayordomo recrea la película entera desde el incio y en la primera solución acusa a… ¡la señorita Escarlata! (ayudada por Ivette). Cambio de escena. Rebobinar. En la segunda a… ¡la señora Faisán! Cambio de escena. Volver a rebobinar. En la tercera… ¡¡¡todos son culpables!!! Excepto el señor Verde (Michael McKean) que, durante esta solución definitiva, resulta ser un agente encubierto bien machín, luego de haberse confesado gay en un principio y convertirse durante casi todo el metraje del film en el apestado de los sospechosos, en su costal de humor físico: al fin y al cabo, los ochenta no eran muy diferentes a los cincuenta.
Clue se podría describir como un compendio de innumerables gracejadas. Algunas no dan risa, otras sí. Asesinar a la chica del telegrama cantado a la mitad de la melodía con un balazo en el pecho, me provocó una de las carcajadas más sonoras de mi infancia. Ya de adulto y entre las pocas que me hacen esbozar una sonrisa, es que la esposa de Wadsworth se haya asociado con “amigos socialistas”. Otras bordean el asco necrofílico: como cuando al policía quieren ocultarle varios cadáveres y se les enciman como si estuvieran fajando con ellos. Entre los participantes en el reparto, se salvan Tim Curry y Lesley Ann Warren. Madeline Kahn, en el papel de la señora Blanca y una genio de la comedia, se siente desaprovechada. Claro, fuera de algunos parlamentos. Mejor sería darles una revisada a El joven Frankestein o La chica terremoto para apreciar su talento. El truco de los tres finales diferentes, el ideado por los coguionistas John Landis y Jonathan Lynn, no les resultó para arrear a la gente a las salas de cine y solamente encolerizó a la crítica que, en su mayor parte, menospreció la película. Sin embargo, en la televisión por cable sí tuvo un mayor impacto. Especialmente, entre la muchachada ochentera.
Por último, a Clue se le puede comparar con la cinta Crimen por muerte. Al fin y al cabo, Eileen Brennan aparece en ambas. Pero las incontables payasadas, el reparto no tan vistoso, así como los tres finales donde uno es más absurdo que el otro, le restan bastantes puntos frente a su predecesora de los años setenta. Aquella presentaba una trama bien pensada, un guion fabuloso, era una parodia hecha y derecha. Lo más importante: sigue dando risa. Clue es solo gran paparrucha, típica de Landis cuyo sentido del humor ya estaba pasado de moda incluso en los años ochenta. Claro, se sostendría bien cuando uno era un chiquillo. Ahora que la vuelvo a ver con los años de experiencia a cuestas, me parece estúpida a morir. Y, claro, una porquería más de esta lista que con este enunciado llega a su fin.
 
Clue: ¿Quién es el culpable? (1985). Dirigida por Jonathan Lynn. Producida por Debra Hill. Escrita por John Landis y Jonathan Lynn. Protagonizada por Tim Curry et al.
 
El avance: https://www.youtube.com/watch?v=5GfxyYgoMHY


Nota al pie: todavía conservo la versión más complicada del juego de mesa Clue. Se subtitula Master Detective. El tablero es bastante más grande e incluye una mansión con un mayor número de habitaciones. Hasta un quiosco puede ser la escena del crimen. Las armas mortales también aumentan sus posibilidades, aunque no tanto. Por último, entre los sospechosos nuevos, están el sargento Gris, la señorita Durazno, la madame Rosa, entre otros. Una locura más de la adolescencia fue tomar el tablero, imaginarme una historia policiaca y empezar a escribirla según las habitaciones de esa casona de campiña inglesa. No sé dónde habrá quedado. Seguramente, como algunos otros proyectos de escritura de aquella época, se fue al bote de la basura.
 
Lista completa de porquerías (de 2010 a 2023, trece películas en trece años): 1) Flores en el ático, 2) El club de los cinco, 3) Candleshoe, 4) Ojos en el bosque, 5) Feliz cumpleaños para mí, 6) El abismo negro, 7) Krull, 8) Juego sucio, 9) La leyenda de Billie Jean, 10) Indiana Jones y el templo de la perdición, 11) Reflejos del miedo y La casa de las sombras, 12) Clue.