Montreal en pantalla (V)


¿Qué tienen las películas sobre la lectura y la escritura que ejercen una ascendencia malsana sobre mí? Tal vez guarde relación con todos los mitos en torno al proceso creativo. Por ejemplo, la cascada de palabras que se vierten en la hoja de papel de forma incesante como en el clímax de Mujercitas de Greta Gerwig. O el llanto del aprendiz frente al autor tan admirado como en aquel film de Michael Hoffman sobre Tolstoi cuyo título se me escapa (ya la memoria me está fallando: The Last Station). ¿Por qué entonces dejar el cerebro en modo avión? Ningún mito intriga tanto como el de los creadores que alcanzan la “gloria” y después guardan un sepulcral silencio. Es decir, dejan de publicar y renuncian a la vida pública por el resto de sus días. Como Rulfo. O, en un caso todavía más extremo, como Salinger. La película en cuestión puede ser, desde el punto de vista objetivo, algo mediocre. Una más del montón. Poco memorable. Pero basta con que se realice la más mínima alusión al fenómeno literario para que yo caiga redondito y de forma voluntaria en sus trampas. O, tratándose de una obra maestra como esta cinta de Paolo Sorrentino (aquí dejo la liga), para dejarse arrobar por un éxtasis inimaginable. Me distraigo. Vayamos al asunto del año de Salinger.

El trabajo de mis sueños (My Salinger Year, 2020) del director quebequense Phillippe Falardeau ha sido clasificada por algunos críticos bastante encumbrados como “olvidable”. Sin embargo, hubo un par de escenas que a mí me conmovieron hasta las lágrimas. En especial, cuando una escritora le afirma a otra (una aspirante a, por cierto) que el anhelo de escribir es ineludible. Esta película, con título tan torpe como cursi en español, nos cuenta la historia de una recién llegada a Nueva York de nombre Joanna Rakoff (Margaret Qualley) cuyo sueño consiste convertirse en poeta. Como forma de inmiscuirse en el mundillo literario de los años 90, entra a trabajar a la agencia literaria comandada por Margaret (Sigourney Weaver), una ludita de siglo XXI de trato algo seco y con una fobia a lo digital ahora más que entendible. Sin embargo, para Joanna, confesar su verdadera vocación ante su jefa le costaría el empleo. Esta entusiasta chica se verá obligada a reprimir su enardecimiento cuando se entere de los autores que representa Margaret. Entre ellos, un tal “Jerry”. Es decir, J. D. Salinger. Con respecto a dicho cliente, Joanna también se encargará de leer las cartas de sus muchos admiradores y, luego de comprobar que no hay peligro en ellas (con eso de la lectura a El guardián entre el centeno hecha por un tal Mark Chapman), destruirlas. En este entorno nuestra protagonista se vuelve una especie de Betty, la fea: una secretaria sobrecalificada. La trama se basa en el libro My Salinger Year de Joanna Rakoff. Con el dato anterior, se comprueba que contiene tintes autobiográficos.

También se ha dicho que El trabajo de mis sueños se parece peligrosamente a El diablo viste a la moda (2006) de David Frankel. Como si la Cruella de Disney no se pareciera en nada a dicho producto fílmico con Anne Hathaway y Meryl Streep. Y si sólo nos quedamos con la apariencia de los personajes, se tendrá toda la razón. Efectivamente, Qualley es tan incauta como Hathaway al inicio de aquel film. El mechón gris de Weaver en algo recuerda al cabello de Streep. Y, para colmo, ahí está como segundo de a bordo de la agencia literaria un señor pelón y de lentes (interpretado por el canadiense Colm Feore que, ya por estas dos características físicas, nos remite sin tapujos a Stanley Tucci). Me detengo aquí. Con la mera apariencia. Es verdad que el cine tiende a volver glamoroso el fenómeno literario. Los dos pretendientes de Joanna, uno de la academia y otro del mundillo cultural, no parecen llevar la vida sedentaria implícita en sus actividades estudiantiles o laborales. Mejor ni hablemos de la belleza deslumbrante de Margaret Qualley (hija de la actriz Andie MacDowell). Su carisma enorme le va bien al personaje, ¿pero habráse visto antes una empleada de agencia literaria con ese cuerpo espigado de ballet clásico? En fin. Todo es posible. El filtro de la cámara cinematográfica semeja disipar cualquier mácula, cualquier ingrediente antiestético, de acuerdo con los cánones de belleza del mundo occidental. El trabajo de mis sueños no es la excepción. A pesar de esto, estoy dispuesto a perdonarle todas sus fallas: lo predecible de su trama, la torpeza al explicar el “incidente” Chapman-Lennon como si gran parte de la audiencia no supiéramos de qué se trató aquello, el misterio de la apariencia de Salinger como si se tratase de un ente divino o la forma simple en la que Joanna logra ir más allá de la recepción de su soñada revista The New Yorker (ni más ni menos que el final de la cinta: perdón por “espoilear”). Nada de lo anterior logra molestarme ni llevarme a evitar el canto de sirena del tema planteado. Una vez más, el del fenómeno literario.

Leí El guardián entre el centeno hace algunos años, mientras residía en Montreal. Esto lo sé porque mi ejemplar de Alianza todavía conserva el sticker de la librería Las Américas (la única que vende libros en español ahí). Tal vez la traducción hecha en España no haya surtido el efecto de locura de masas de muchos lectores anglosajones. Muchos de ellos, jóvenes. Quizás algún día me anime a leer la novela en su idioma original y descubra de dónde viene la gran sensación, representada de forma ingeniosa por la hilera de pasajeros de un autobús en el cual viaja Joanna. En las escenas de la agencia literaria, no me entusiasmó ver el rostro de Salinger en una pared tanto como el de Agatha Christie. Sin embargo, ésa es otra cuestión, imposible de desarrollar en este escrito.

Como en el caso de otros textos de esta serie de entradas al blog, la mirada de Phillippe Farlardeau logró engañarme durante gran parte de la película. Vuelvo a las máscaras aludidas con lo de la “glamorización”. No fue hasta bastante recorrido el periplo de nuestra protagonista y cuando sale del departamento de su jefa que reconocí la Place d’Armes de Montreal. Era de esperarse. Si ya otros productos fílmicos habían hecho pasar Montreal por Nueva York, ¿por qué Falardeau no iba a hacer lo mismo? Después de todo, la metrópolis canadiense es una versión barata de la gringa, una “Nueva York chiquita”. La presencia de Montreal se vuelve innegable cuando Joanna abandona a su novio barbón y narcisista y, mientras va arrastrando su maleta por una intersección, se aprecian en el fondo del plano las características casas viejas de la ciudad, con esas célebres escaleras al exterior. En ningún otro sitio del mundo hay escaleras así de peligrosas. Sobre todo, durante el invierno.

Para a quien no le suene el apellido del realizador, resulta ser el menos conspicuo de los directores quebequenses. Hablo de gente como Xavier Dolan (Mommy), Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y. y El club de los desahuciados) y Denis Villeneuve (¿de verdad necesito poner en este paréntesis algunos créditos de Villeneuve?). Hace varios años, Falardeau aspiraba al premio Oscar de mejor película en lengua extranjera con Señor Lazhar (2011), film distribuido en nuestro país por Canana y de cual escribí en otra entrada del blog. Como los demás colegas, inició su carrera rodando en la provincia francófona de Canadá y ha tenido incursiones en el cine en lengua inglesa. Antes de la película que me ocupa, Una buena mentira con Reese Witherspoon y The Bleeder con Liev Schreiber.

Retorno a mi pregunta inicial. Entre 2016 y 2018 estuve escribiendo una novela. Fui genuinamente feliz. Me hallaba en un ilusorio estado de gracia. Sólo un puñado de personas la han leído. Para bien y para mal. No sé si algún día se publique. Eso se lo dejo al azar. Me gustaría que así fuera por la mujer a la que se la dedico y quien me impulsó a seguir escribiendo: su primera lectora. Sin embargo, yo ya me llevé mi nutrida recompensa. Es decir, esos dos años de felicidad. A final de cuentas, poco importan los comentarios hirientes de los supuestos “amigos”, los mensajes sin responder, las visitas que no se producen por el ajetreo de las vidas ajenas, los malentendidos domésticos, la falta de publicación o de reconocimientos, los cursos que no se abren en la universidad, sentir como que uno le habla a una pared de cuadritos en una clase virtual, la fútil búsqueda de una verdadera y entera comunicación con otro ser humano, incluso la ansiedad generada por una pandemia. Lo importante, como logro comprobar con éste y otros textos en puerta, es escribir. Así le aconseja Salinger a Joanna. El trabajo de mis sueños tiene como fecha tentativa de estreno en México el 2 de junio.

El trabajo de mis sueños (My Salinger Year, 2020). Dirigida por Phillippe Falardeau. Producida por Kim McCraw y Luc Déry. Protagonizada por Margaret Qualley y Sigourney Weaver.

El avance: https://www.youtube.com/watch?v=Tt78o8Uj7Ys