La
pasarela para satisfacer las aspiraciones en el universo del cine de naciones no-angloparlantes
se da de forma idéntica cada año. La meta, por supuesto, se encuentra en
Hollywood. Y ahí, en la tierra de los ensueños, el objetivo consiste en
conseguir a toda costa ese monigote dorado de cuyo nombre no quiero acordarme. El
primer paso se emprende cuando llega el anuncio dentro de cada país del título
de la cinta elegida como representante. Después será escudriñada por los nebulosos
personajes que conforman la supuesta academia del no-mentado premio. Así se irá
escribiendo una lista con cientos de suspirantes. Hacia finales del año se da a
conocer una mucho más reducida. De sólo diez o nueve títulos. Para que luego —cuando
por fin se proclamen durante cierta mañana las muy-esperadas-por-los-idiotas
nominaciones— el número se reduzca a cinco. Ese día en las naciones de origen y
en específico en sus medios de comunicación masiva se cacareará el logro como
si se tratase de medalla en justa olímpica. El orgullo nacional se henchirá
orondo ante el reconocimiento de Hollywood en arte cinematográfico.
No
niego que en las líneas precedentes hablan mis prejuicios con respecto al cine
comercial estadounidense. Al fin y al cabo en los últimos años me han parecido increíbles
por atinadas las elecciones en la categoría de los largometrajes en lengua
extranjera. Pongo como ejemplos Una separación, Amour y La gran belleza. Una vez más defiendo la
subjetividad de esta entrada al blog y retomo el hilo. Por desgracia este año
(o más bien el próximo que comienza) ni México ni Canadá podrán aspirar a que
sus películas representantes ganen el premio de la susodicha categoría. Una vez
más recordemos que, para Hollywood, “cinta extranjera” se trata de cualquier
otra que no esté hablada en inglés. No dedicaré ni un párrafo a la mexicana Cantinflas (2014) de Sebastián del Amo.
Diré sólo que una biopic que termina
siendo más bien una comedia con tintes de farsa y repleta tanto de humor
involuntario como de pésimas elecciones para el reparto no merece desperdicio
de tinta. Más bien analizaré un poco el fenómeno de Mommy (2014) de Xavier Dolan, la película elegida por Canadá para
ser su representante en esta deleznable —por injusta y excluyente— pasarela
fílmica.
La
carrera del hoy alabado largometraje da inicio en Francia, durante el festival
de Cannes. Un lugar donde el joven realizador y actor quebequense ya es consentido.
Recordemos que con apenas 25 años Dolan cuenta con cinco créditos: su ópera
prima J’ai tué ma mère,
Los amores imaginarios,
Laurence Anyways,
Tom en la granja
y el presentado en Cannes, Mommy.
Al final comparte el premio del jurado con Jean-Luc Godard. Acto del grupo comandado por Jane Campion para reconocer en decisión salomónica al director
más joven y al más veterano. Algunos meses después la película se estrena en la
provincia de Quebec y en Francia convirtiéndose sin duda en la más taquillera en
la filmografía del realizador. Pronto se anuncia que Mommy va a representar a Canadá en la competencia de belleza
fílmica en Hollywood. El sentimiento nacionalista —en este caso, mucho más el
quebequense que el canadiense— se infla. Varios comentadores de la cultura en
Quebec dan como un hecho la nominación. No sólo en una categoría. Auguran
incluso la mención como mejor actriz principal para Anne Dorval. Esta apuesta
se torna más bien deseo lejano cuando aquélla se da por ganada. Después de todo
en años anteriores cintas producidas dentro de la provincia francófona de
Canadá obtuvieron el grandísimo honor tres años seguidos: La mujer que cantaba, Señor Lazhar y Rebelle. Ninguna ganó,
dicho sea de paso. Pero, eso sí, estuvieron nominadas. Por su parte Xavier
Dolan declara sonriente que le encantaría ir a la ceremonia. A pesar de que el
suyo es etiquetado como “cine de autor” no niega que se ha criado desde pequeño en el comercial. Ya empieza a codearse —en Twitter, claro— con estrellas de la
talla de Jessica Chastain, quien manifiesta a través de la red social su deseo
de trabajar en el futuro con el prometedor cineasta. Pero hace apenas unos días
todas las esperanzas se derrumban cuando se anuncia en Quebec no tanto qué
cintas sí están incluidas en la famosa lista corta del monigote dorado sino que
Mommy ha sido despreciada. Naturalmente
todo lo anterior va creando en mí una expectativa grande: el constante halago
de los medios quebequenses, el suceso en Cannes seguido de un discurso muy
conmovedor, las opiniones de críticos especializados cuando la cinta por fin se
estrena en Montreal y la indiferencia de una premiación hollywoodense
convencional.
Xavier
Dolan arranca con una premisa ubicada en un porvenir posible. Ahí los padres con
adolescentes violentos a causa de alguna enfermedad mental —una de ésas de
incesantes siglas que quién sabe qué quieran decir— podrán en un caso de
urgencia pasarle la patria potestad al estado y mandar a los retoños a una
institución psiquiátrica. Aun con esta premisa Mommy pretende deambular dentro de los linderos del realismo. Tal
vez con poco éxito. La “mami” a la que el título alude se llama Diane “Die” Després
(Anne Dorval). Ella es una viuda de mediana edad que se viste de forma muy
llamativa, masca chicle sin pudor, nunca se queda callada y carga consigo un
montón de llaves. Tan pronto inicia la cinta los espectadores se enteran de que
Die tiene un hijo problema de dieciséis años: Steve (Antoine-Olivier Pilon). El
muchacho acaba de ser expulsado de una especie de reformatorio luego de un acto
de violencia. La madre, a pesar de no contar con suficientes recursos, se ve obligada
a compartir la vida con Steve. Todos dan su lucha por perdida. Pero Die está
dispuesta a demostrarles a esos incrédulos que puede sacar adelante a su hijo y
hacer de él un hombre de bien.
La
relación es de un amor desbocado, uno que pareciera no tener límites. Sin
embargo, cuidar de un adolescente hiperactivo y con déficit de atención se
torna un trabajo de tiempo completo porque no en pocas ocasiones explota y
recurre a los golpes y a los escupitajos. Die no puede permanecer junto a él
todo el tiempo. Para darle la vida que merece —su ropa, sus audífonos y su
iPhone— tiene que trabajar: limpiando casas o haciendo traducciones de libros
para niños (aunque en algún momento se mencione que la mujer no cuenta ni con
educación básica). Una vecina y antigua maestra en año sabático cerrará el
triángulo. Entre Kyla (Suzanne Clément) y Die la solidaridad entre mujeres se
manifiesta. Esta introvertida maestra tartamuda acudirá cada día al
departamento de su vecina para ayudar a Steve con sus estudios. Expuesta a los
exabruptos no poco frecuentes del joven Kyla se dará cuenta de que no será una
misión nada fácil.
Ante
lo grande de mis expectativas sólo puedo decir que Mommy me decepcionó bastante. Aprecio el sello que Dolan le da a su
obra: la banda sonora impecable, la tendencia hacia un favorecimiento de la
estética y el intento por representar a una clase social baja sin tremendismos.
Pero debo admitir que muchos otros aspectos me molestan. A diferencia de El gran hotel Budapest, el tamaño de la
pantalla semeja un capricho desplegado sólo para llamar la atención. Dolan
explica que no quería distracciones fuera de los rostros de los personajes y
una pantalla cuadrada beneficiaba esto. Igual con este argumento se siente como
un truco injustificado. En unas cuantas escenas se abre paulatinamente la
pantalla a su tamaño habitual (el rectangular) y sólo en instantes de plena
libertad de los protagonistas. Luego están estos héroes caricaturizados para
favorecer una emoción desbordada y tal vez también tendiente a cosechar premios.
Dentro del filme se producen despliegues actorales que caminan de forma azarosa
sobre la frontera entre lo sublime y lo absurdo. Para colmo, poca empatía logra
suscitar el imberbe Antoine-Olivier Pilon. El joven no es tan encantador como
para perdonarle todos los desmanes causados. Quien interpreta a Steve tendría
que haber poseído un carisma que colmase la pantalla. No es el caso aquí. Las
caras y gestos de Pilon son propios de un comediante de quinta. Hasta cae como
patada al hígado cuando está siendo amoroso con la madre.
El
realismo poco a poco se ve alterado por estos temperamentos sin bridas tan
presentes en los dos personajes principales. Y en lo que en México podríamos
llamar su “naquez”. El mismo Dolan admite en entrevistas que éste no es el
entorno social dentro del cual creció siendo su madre funcionaria y su padre
actor. Gana muchos puntos por no haber caído en el desgarro ni haberse
regodeado con la miseria —¿se puede de veras hablar de miseria en Quebec?— de esta
familia de dos. A base de decisiones que realzan el esteticismo de la cinta cae
en la exageración. Hasta bordear lo risible. Basta mirar lo recargado en la representación
física de Die para cerciorarse: la minifalda ceñida, los colores contrastantes,
el llavero choncho, los rayitos en el pelo, el chicle, los tacones. Un poco más
y sería Nacaranda. Cuento de nunca acabar si me detengo a enumerar cada detalle.
El acabose de este reflejo de lo naco quebequense es la incursión de una
canción melosa de Céline Dion (On ne change pas) con la cual los tres personajes principales hacen playback, cantan y Kyla sale un poco avante de su inexplicable tartamudeo. De
nuevo una decisión estética que engolosina la mirada y que se ve hermosa en
pantalla. Aunque dinamita la verosimilitud del relato. La caricatura de nuevo
le resta credibilidad a la historia cuando Dolan decide representar la
institución mental a la que va a dar el adolescente —final ya proyectado al
comienzo desde la mención de la ley ficticia. En este desenlace se le da otra
vez rienda suelta (o tal vez no tanto si fuera explícita la presencia de un
sueño) a la imaginación: una llamada durante la cual Die escucha la voz de su
hijo mientras del otro lado de la línea un loquero le sostiene al muchacho el auricular
ya que él no puede hacerlo por lucir una muy típica camisa de fuerza. Por
último tenemos a Kyla. El personaje de la maestra tartamuda es el que más
artificial y desdibujado se nos muestra. Como sacado de la manga, sin
profundidad alguna y sólo como asistente para los otros dos. Jamás se le da una
pista al espectador tan siquiera de por qué es infeliz con su familia, de dónde
viene su tartamudez tratándose de alguien que vive de su voz o cuáles son sus
motivos fuera de la vecindad para codearse con gente como Die o Steve.
De
agradecerse la buena intención del cineasta de intentar desplegar sobre la
pantalla personajes femeninos complejos y fuertes en un estilo que algunos
podrían comparar con el de Pedro Almodóvar. Pero Mommy demuestra —a pesar de sus premios y de los dólares canadienses
o euros en taquilla— que a Xavier Dolan todavía le falta afinar detalles en el
campo de la narrativa. Otros aspectos de la labor fílmica se hallan bien desarrollados.
Aunque por subrayar con tanto énfasis la pirotecnia de las interpretaciones
—sobre todo, las femeninas— el cineasta rompe la ilusión de verosimilitud y
hace obvias las costuras del artificio. Demasiado obvias. Había mayor madurez,
contención y sutileza en su crédito anterior, Tom en el granero. Lástima. Porque Mommy
pudo haberse convertido en una obra maestra. Me pregunto un poco asustado si
será posible que los “académicos” de Hollywood hayan acertado al sacarla del certamen.
Coincidir con sus criterios me daría mucho miedo. La cinta se presentó en
México durante un festival en Los Cabos e hizo su debut en cines a finales de
2014 dentro de la programación de la 57 muestra. Según el sitio de Cinépolis, tiene
previsto su estreno comercial para el 8 de enero.
—Mommy (2014) Dirigida por Xavier Dolan.
Producida por Xavier Dolan y Nancy Grant. Protagonizada por Anne Dorval,
Antoine-Olivier Pilon y Suzanne Clément.
El avance: http://www.youtube.com/watch?v=z0xSv2pq5yc