De regreso en Twin Peaks (IV)



Salen las nominaciones a los premios Emmy y era de esperarse que Twin Peaks: el regreso no cosechara ni un puñado. Las academias (ya sean de cine o de televisión) siempre le cobran caro a Lynch su falta de convencionalidad, su predilección por el surrealismo y el no inmiscuirse en “coyunturas” (tan horrible palabra) políticas como sí lo hace una serie en el tono de, por citar un ejemplo, El cuento de la criada. Si acaso, se obtienen menciones a la dirección y a la escritura. En esta última ahí se encuentra Mark Frost al lado del director.
A mí llega por fin el bluray tan esperado, el de Fuego camina conmigo (1992). Esta cinta, precuela de la historia original, es la cabeza de Jano de Twin Peaks porque mira en direcciones opuestas: hacia el futuro y hacia el pasado de la serie. Más le vale a quien intente abordar la tercera temporada darle una revisión a aquella cinta (para muchos, me incluyo, una obra fracasada) que pretendía erigirse como inmersión más profunda y descarnada en el universo de la serie. Ahí aparecen por primera vez el anillo verde del Black Lodge, la parte superior de la tienda de conveniencia con un par de hombres del bosque, el movedizo poste #6 en el campamento de casas remolque de Carl, y, sobre todo, Phillip Jeffries (David Bowie con acento sureño-americano). Además de los motivos recurrentes del fuego (ya presente desde su título) y la electricidad. Las escenas no incluidas del bluray la convertirían en una película de cuatro horas en la cual se ve a Dale Cooper en mono-diálogo con Diane (nunca se escucha la voz de la secretaria) o a los Palmer en una cena familiar (cena atípica por decir lo menos), punto del filme donde el noruego predomina notablemente.
Durante otra corta secuencia en el aserradero figuran una rediviva Josie Packard (Joan Chen) y Pete Martell (Jack Nance, fiel al universo lyncheano desde Eraserhead hasta su muerte en 1996). Tampoco olvido la incomprensión de la secretaria Lucy ante ciertos medios de comunicación (eco de la idea del doble) y los tratos amorosos de la primera víctima de Bob, Teresa Banks (interpretada por Pamela Gidley, actriz recientemente fallecida). Pero, sobre todo, hay un par de escenas extendidas con el enano bailarín replicando la secuencia del manco Gerard en el Black Lodge (“¿es futuro o es pasado?”) o aquélla con el personaje de Bowie quien, en la serie actual, figura como titiritero de la buena (¿o quizás mala?) suerte del señor C. Pero desde 1992 se plantaron las semillas de esta tercera temporada con la desaparición del agente Chester Desmond (Chris Isaak), quien investigaba el caso de Teresa junto con los de la Rosa Azul, ésos que volverán a convertirse en pistas importantes en la parte 12. En este mismo episodio hay indicios sobre quién pudiera ser la adolescente de la enigmática parte 8. Aquí voy de nuevo: falling, falling.





Parte 10: Richard ataca a Miriam en su casa remolque, la deja por muerta y acude a su cómplice Chad en la comisaría para interceptar la carta en la cual la adoradora de los niños denuncia su delito. Harry Dean Stanton canta “Red River Valley” y a este segmento tan conmovedor lo interrumpe el voluble matrimonio de Becky y Steve. Así como hay un trío de policías lelos en Las Vegas, hay también tres conejitas idas al servicio de los Mitchum. Muy a gusto se la pasan estos mafiosos dándoles órdenes. Ellas las cumplen en cámara lenta y con la mirada perdida. Eso hasta que Candie, tratando de matar a una mosca, golpea sin querer a uno de los hermanos con un control remoto. Luego de curarse la herida, ve un reportaje en la tele a lado de a su nada parecido carnal Bradley (Jim Belushi): sobre la pantalla los dos reconocen a Douglas Jones como el señor Lotería y juran vengarse de él. Una visita al doctor inspira a Janey-E para intentar hacerle el amor a Dougie. El intento culminará en otra escena hilarante.
La identidad de Richard se devela: es uno de los Horne, el hijo de la ausente Audrey. Y no se porta precisamente como un nieto ejemplar. Menos cuando su abuela Sylvia le niegue la cantidad de dinero que necesita para huir del pueblo. Esto teniendo como fondo al retrasado mental del tío Johnny con un osito de peluche enfrente (sin duda, diseñado por el propio Lynch) que, con su cabeza esférica transparente y su acento británico a lo Eric Idle, le pregunta sin cesar cómo se encuentra hoy. Está visto que nada bien. De vuelta en Las Vegas, Duncan Todd nomás no le atina a la hora de contratar al asesino que logre liquidar a Dougie y manda llamar a su cómplice Anthony Sinclair (Tom Sizemore), el colega corrupto en la aseguradora. La misión de Anthony, si es que la conejita Candie se lo permite con su verborrea sobre el aire acondicionado del casino, consiste en despertar el odio contra Dougie en el alma mafiosa de los Mitchum. Ellos juran una peor venganza. Al interior del hotel de Buckhorn, Gordon Cole abre la puerta de su habitación para toparse con una imagen de Fuego camina conmigo: Laura Palmer, histérica y llorosa, luego de darse cuenta de que el violador Bob es en realidad su padre Leland. La imagen se difumina para darle paso a Albert. Ante la traición de Diane, los del FBI deciden mantenerla cerca para vigilarla. La siguiente en tocar a la puerta es la sirena Tammy quien, a través de una fotografía, confirma la presencia del señor C en el edificio de Nueva York en el que se encontraba la cámara de cristal. Todo empieza a conectarse y, dentro de la ilógica, a cobrar sentido.
De regreso en Twin Peaks, Margaret Lanterman (la señora del leño) declara a Laura como “la elegida” confirmando así lo visto en la parte 8 dentro de la guarida del gigante: ese orbe dorado y brillante lanzado al globo terráqueo y opuesto al de Bob. Una presencia familiar del Club Silencio de Mulholland Drive (“Llorando”) se presenta en el Roadhouse, acompañada por Moby en la guitarra eléctrica: Rebekah del Rio. Caireles, vestido negro con el diseño zigzagueante del Black Lodge en color blanco, labios pintados de carmín frente a un micrófono de los años 50, un poco más madura y gordibuena que en el Club Silencio, Rebekah canta “No Stars”. Ésta es una canción bilingüe. De su voz se escapa de vez en cuando un español pocho. La letra habla de una noche llena de “estreias”. Al menos, el canto de Rebekah es un paliativo ante la persistente ausencia de Julee Cruise.



Parte 11: Unos niños sacados de los años 50 (porque no tienen smarphones pegados a las palmas de las manos) juegan beisbol y encuentran a una agonizante Miriam entre unos arbustos. Esto se está volviendo un rosario de homicidios frustrados. Después de una secuencia de acción por parte de Shelly (o, en realidad, por parte de la doble de la actriz Mädchen Amick), su hija Becky, consumida por los celos, va a cazar a la hija del doctor Hayward con quien Steve le pone el cuerno. La última vez (y tal vez también la primera) que los fanáticos de Twin Peaks vimos al personaje de Gersten Hayward fue en el primer episodio de la segunda temporada. Allí se encontraba, 25 años más joven, apenas una adolescente, disfrazada de hada-princesa tocando en el piano familiar “Get Happy” ante un frenético Leland. Pero la actriz Alicia Witt ya tiene experiencia de muchos años con Lynch pues a muy tierna edad apareció en el primer fracaso cinematográfico del director (Dunas, a punto de ser refriteada por Denis Villeneuve). Ahí Alicia encarnaba a Alia, la hermana-bebé parlante y milagrosa de Kyle MacLachlan. Aquí ni ella ni Steve hablan, sólo están expectantes ante los gritos y los disparos de una Amanda Seyfried que no está de humor como para cantar los éxitos de Abba.
Los del FBI, Diane y el detective local (también prestado de Mulholland Drive, por cierto) llevan a Bill Hastings al sitio en el que él y Ruth se encontraron con Garland, el uniformado ahora sin cabeza. Ante tanto decapitado, el infeliz Bill no presagia lo que le espera porque en ese lugar habrá varios descubrimientos sobrenaturales: un portal en forma de vórtice hacia la madriguera de los hombres del bosque (“hombres sucios y barbados”), el cadáver de Ruth con números tatuados sobre uno de sus brazos y la cabeza (no borradora sino borrada) del pobre Hastings. Más tarde, ante el sueño húmedo de cualquier policía (café y donas), Diane aprovecha la oportunidad para memorizar los números en el brazo de Ruth gracias a una foto que le tomó Albert. En el Double R —todavía propiedad de Norma Jennings, a quien hasta ahora apenas hemos visto sonreír y hacer cuentas— se reúne la familia Briggs. Una vez más, se confirma que Becky repite los patrones de su madre. A ésta la llegada del narcotraficante Red no la detiene a la hora de dejar a su ex y a su hija con la palabra en la boca. La sorpresa será doble cuando Shelly regrese y se escuchen más disparos. Bobby, antes rebelde sin causa y ahora brazo duro de la ley, se enfrentará en la calle a otras apariciones lyncheanas: un niño travieso y ataviado como camionero (¿ecos de Leo Johnson?) con cara de pocos amigos y una joven vomitada ante las estridencias de la mujer (¿su madre?, ¿su abuela?) que la conduce a una cena importantísima.
Mientras tanto, Truman y Hawk estudian un mapa indígena preparándose para la excursión encomendada por el mensaje del mayor Briggs. Se habla de electricidad y de fuego. La señora del leño advierte precisamente que hay fuego en el sitio hacia el cual se dirigen. Corte a Las Vegas. El jefe de la aseguradora manda a Dougie con los Mitchum para que les entregue un cheque reconciliador. Por suerte y gracias a la oportuna intervención del manco Gerard desde el Black Lodge, el catatónico lleva también una tarta de cereza, ingrediente esencial en el menú de cualquier fanático twinpeakero. Se da un interludio nada característico en la obra de Lynch durante el cual se escucha la alegre “Viva Las Vegas”. La tarta no sólo le salva (una vez más) la vida a Dougie, sino que también lo hace compadre de los dos hermanos mafiosos. La parte 11 concluye con el regreso de la viejita pandrosa, ahora toda emperifollada y muy agradecida con el señor Lotería. De nuevo, se rompe la tradición de rematar con un número musical en el Roadhouse.


Parte 12: El director Gordon Cole se lleva su cava de vinos a cada misión del FBI y, al calor de las copas, él y Albert invitan a Tammy a formar parte de una fuerza especial dedicada a resolver los casos de la Rosa Azul (aquí muy apenas se empieza a aclarar aquella añeja referencia de Fuego camina conmigo). La propuesta se replica en Diane quien les responde con un “Let’s rock”, mismo mensaje escrito por un sobrenatural lápiz de labios en la multicitada película, dentro del campamento de casas remolque y en el mismo lugar en que desapareció el agente Chester Desmond tras intentar recoger el anillo verde de Teresa Banks. Se reafirma la sospecha de que Diane, como el señor C, es agente no del FBI sino del Black Lodge. Hasta ahora a Sarah Palmer sólo la hemos visto borracha e hipnotizada frente a su tele gigante. Hoy va a una tienda de conveniencia de Twin Peaks para abastecerse de más pisto y pronto pierde los estribos para traumatizar a la cajera y al cerillo. Se comporta como si una voz le hablara o como si un ente habitara dentro de ella. Quizás sea un grillo-lagartija. Su edad bien podría corresponder a la de la adolescente de la parte 8, varias décadas después. La visita de Hawk (de las pocas veces en que vuelve a escucharse el tema musical de Laura Palmer) confirma que algo raro le sucede a la madre de la “elegida”. Aires de anticipación ante la imagen —tan memorable como la del búho o el viento contra los pinos— del abanico de techo en la casa de los Palmer. Grace Zabriskie, como pocas actrices en la tropa Lynch, sabe inspirar temor en los espectadores. Ya lo hizo antes en la piel de este mismo personaje y lo volvió a hacer como la vecina extraña de Laura Dern en Inland Empire.
Dougie interviene apenas unos segundos en este episodio: Sonny Jim le lanza una pelota de beisbol a la cabeza y ni con el golpe despierta. Ben Horne se entera por Frank Truman de las travesuras de su nieto Richard. “No tuvo un padre”, advierte el millonario hotelero. Esta frase levanta sospechas. Quizás Richard sea el producto de aquella visita del señor C a una Audrey comatosa, un cuarto de siglo atrás. Ben le da la llave de la habitación 315 a Truman y promete ocuparse de los gastos médicos de la pobre Miriam. David Lynch bebe vino y hace arrumacos con una francesa que me resulta muy parecida a Isabella Rossellini en sus buenos tiempos. Albert viene a interrumpirlo y la francesa pospone su salida de la habitación de Cole con coqueteos y sonrisas. Cuando la mujer por fin se va, el subalterno enuncia el mensaje de texto recibido por Diane sobre Las Vegas. Lynch no desaprovecha la oportunidad para echarse unos chistoretes. Los puntos geográficos tienden lazos cada vez más estrechos. Al menos, un homicidio no se frustra: el del alcaide de Dakota del Sur por una bala disparada por Hutch. La pareja de matones lo habrían torturado de no tener Chantal tanta hambre. Pero se conforman con el hecho de que su hijito haya sido testigo del asesinato. La tuerta Nadine Hurley, desde su oficina del negocio de cortinas silenciosas, sigue fascinada con el programa del doctor Jacoby-Amp-Pulgarcito. Ya me la imagino comprando una de las palas doradas para salir de la mierda.
Y por fin aparece Audrey Horne. Como con todos los actores de la serie original, el tiempo no pasa en vano. Pero igual Sherilyn Fenn conserva algo del atractivo de antaño. Al final, Audrey no se casó con aquel magnate interpretado por Billy Zane (adición tan gratuita de la segunda temporada) sino con Charlie (Clark Middleton). Como en el caso de Tim Roth, Middleton es otro préstamo de Quentin Tarantino. Él apareció en Kill Bill: Volumen 2 durante la escena del entierro de La Novia. Era el enano compinche de Budd. Audrey insulta y sobaja a su marido. Y pareciera que ni se acuerda de que tiene un hijo matón. Más bien, le pide a Charlie llevarla al Roadhouse a buscar a su amante Billy quien lleva varios días desaparecido. Audrey obliga a su esposo a llamar a una tal Tina para obtener información. Mientras tanto, Diane recuerda las coordenadas en el brazo del cadáver y las digita en una aplicación localizadora de su teléfono. ¡Oh, sorpresa! Apuntan a Twin Peaks. Ahora más que nunca todas las líneas narrativas (Las Vegas, Dakota del Sur, Nueva York) y, en realidad, todos los caminos llevan al pueblito del estado de Washington. Para terminar, Chromatics repite tocada en el Roadhouse. Y yo me pregunto qué hizo Ana de la Reguera para colarse en el mundo de Twin Peaks. Como en el caso de la conversación de las drogadictas al final de la parte 9, la suya con una chica asiática se siente divorciada del resto. Quizás ésta sea la única aparición de la actriz mexicana en esta película de 18 horas. Algo es algo, pensará ella. Por lo menos podrá presumir de que alguna vez David Lynch la dirigió. A ver si en un futuro ella sí se gana un Emmy y vemos su triunfo como propio.