De regreso en Twin Peaks (III)

Los homenajes para conmemorar el aniversario del estreno de Twin Peaks: el regreso (2017) empiezan a aparecer en el ciberespacio. La cadena Showtime programa para hoy, 2 de junio, un maratón de 18 horas (de las 4:30AM a las 10:00PM), especial para todos aquellos que deseen freír su cerebro como huevo en sartén ardiente. Así como su predecesora, esta continuación de la serie es vista como una suerte de clásico instantáneo que se atreve a romper con las convenciones de la televisión. Y eso, tras un cuarto de siglo, tras el boom de las plataformas digitales y tras la migración de los actores del cine a las series televisivas. Ningún desprestigio ni degradación significa ahora aparecer en una de ellas. Atrás quedan los días en que Lynch recupera del cuasi-olvido a antiguas glorias de Hollywood como Richard Beymer y Russ Tamblyn (ambos de Amor sin barreras). Aun con el muy posible éxito, hubo quienes no quisieron retornar a sus papeles de antes: el caso más notable fue el de Michael Ontkean. Pero también están Piper Laurie, Lara Flynn Boyle y Michael J. Anderson, cuyo baile en el onírico Black Lodge se convirtió en otro de los momentos más recordados de Twin Peaks. Por sus desavenencias con Lynch fue remplazado por el brazo-árbol parlante y diseñado a través de computadora. Y, hablando de los personajes, ¿dónde se quedaron Windom Earle, Dick Tremayne, Annie Blackburn, Lana Milford, John Wheeler y todos esos otros fascinantes habitantes de Twin Peaks, añadidos en la segunda temporada? Ésos mejor que no vuelvan. En fin. Que sigan los homenajes. Aquí continua el mío:



Parte 7: Mientras Jerry Horne se encuentra drogado y perdido en el bosque, Hawk pone al día al alguacil Truman. El hallazgo de las hojas perdidas del diario secreto de Laura Palmer en el baño de la comisaría me remite de nueva cuenta a Fuego camina conmigo. Ahí, durante un sueño, Annie Blackburn se le aparece a Laura y le advierte que Cooper, el bueno, se quedó atrapado en el Black Lodge. Ya que el doctor Hayward (Warren Frost, el padre de Mark, el co-guionista) examinó al Cooper malo 25 años atrás, Truman se comunica con él a través de Skype. Hasta ahora, el doctor es el único miembro de la familia Hayward que ha aparecido en este renacimiento de Twin Peaks. Su participación se torna también otro homenaje final ante el fallecimiento de un actor poco después de terminarse las grabaciones. Como Catherine E. Coulson (la señora del leño), Harry Dean Stanton (Carl) y Miguel Ferrer (Albert). El doctor confirma el comportamiento extraño de aquel agente Cooper además de que menciona a otro personaje importante de la serie anterior: Audrey Horne. Lo último que supieron los espectadores de ella fue que se había encadenado a la puerta de la bóveda de un banco poco antes de que ahí explotara una bomba. El doctor Hayward confirma que Audrey estuvo en coma y que quizás Cooper fue a visitarla al hospital antes de desaparecer. Al mismo tiempo, Andy anda tras la pista del camión que se dio a la fuga luego de atropellar al niño.
La teniente Knox llega del Pentágono a Dakota del Sur para cerciorarse de la existencia del cadáver decapitado y confirma con las autoridades locales que se trata de Garland Briggs. Lo inexplicable: aunque el mayor murió unos días antes, su edad no corresponde a la del cuerpo. Por los pasillos de la morgue deambula la presencia amenazante de un pordiosero (similar al de una celda vecina a la de Bill Hastings, casi idéntico al agazapado detrás de la cafetería Winkie’s en Mulholland Drive). Este merodeo de un ser sobrenatural en mucho recuerda al del manco Gerard en el hospital de Twin Peaks tras la muerte de Laura Palmer. Lynch exprime soluciones inusitadas a las dificultades. Ya que el deceso del actor Don S. Davis en 2008 le impedía en principio incluir su personaje dentro de la nueva serie, decide extender la sombra de Briggs a través del descubrimiento surreal de su cadáver sin cabeza.
Corte a la oficina de Cole-Lynch en el FBI. No debería de extrañar que detrás de él se halle una imagen de un hongo nuclear y, del otro lado, un retrato de Franz Kafka. Albert entra para comunicarle que fracasó con Diane y los dos la visitan en su departamento. Esta ex asistente del FBI, displicente y rencorosa, en nada se parece a la imaginada por mí cuando Cooper levantaba sonriente su grabadora y le hablaba a través del micrófono. Esta mujer reparte fuck you’s sin distinción de rangos. Aun así, Gordon Cole logra persuadirla para que los acompañe a la prisión de Dakota del Sur. Durante el vuelo, Tammy recibe una lección sobre la huella invertida del señor C, a su vez relacionada con el dedo anular (“el dedo espiritual”, alecciona Cole). Lo anterior explica el motivo por el cual Gordon dudó de su identidad: el falso Cooper saludó a su otrora jefe con yrev (“yum”) en lugar de very (“muy”). Un pelo tan blanco como el de Diane sólo lo tuvo Leland Palmer en la serie original luego de que asfixiara a Jacques Renault (durante el salto entre la primera y la segunda temporadas). Alguna relación tendrá Diane Evans con el Black Lodge. Innegables el odio y el horror cuando esta mujer se enfrente al preso. “Ése no es el Dale Cooper que yo conocía”, le anuncia temblorosa a Gordon al salir. Y promete contarle más después. Viéndose amenazado por el FBI, el señor C chantajea y amenaza a Murphy, el alcaide del centro penitenciario, para que los deje en libertad a él y a Ray.
En Las Vegas los tres chiflados Fusco —un trío de hermanos-policías lelos— visitan a Dougie en la aseguradora. Investigan el caso de su autobomba. El jefe y Janey-E salvan la situación. Pero, a la salida del edificio, el enano calvo y musculoso ataca y, por un instante, Dougie despierta. Sus instintos de antiguo agente especial del FBI le salvan la vida y, con la ayuda del brazo-árbol, Ike huye para dejar atrás un trozo de la palma de su mano. Sin embargo, pronto Dougie-Cooper vuelve a la realidad catatónica y decepciona a los fans ya hartos de esta larga espera. Mientras tanto, la llave del cuarto 315 llega a su lugar de origen, el hotel Grand Northern, y la cámara da un vistazo a la alegre vida doméstica de Beverly, la asistente de Ben Horne.
Un hombre barre la basura en el Roadhouse. Este acto se extenderá dos minutos con quince segundos. Definitivamente, Lynch despliega toda la libertad creativa para detenerse contemplando el barrido. Hasta que el hermano de los Renault conteste el teléfono y reafirme las actividades favoritas de estos migrantes francocanadienses: drogas y prostitución. La aparición fugaz de Walter Olkewicz me obliga a preguntarme si Jacques Renault volvió de la tumba. Pero no. En los créditos está listado como Jean Michel Renault. ¿Un hermano gemelo? ¿Otro doble manufacturado? Quizás los hermanos Renault, como las familias de Quebec de antaño, son multitud y aquí estaríamos hablando de los siguientes integrantes del clan quebeco: Jean-Paul (el mayor, interpretado por Michael Parks, muerto cuando intentaba vengarse de Cooper), Jean-Bernard (la mula poco efectiva de Leo Johnson) y los gemelos Jean-Jacques (el ultimado por Leland en el hospital) y Jean-Michel (el ganón que se quedó con el negocio del Roadhouse). Tras esta digresión sobre la familia Renault, el episodio culmina con la libertad de Ray y del señor C. Los créditos corren en el restaurante de Norma.


Parte 8: ¿O será la parte 7-b? No hay número musical al final de la siete y eso me hace pensar que quizás, al iniciar la ocho, veo en realidad una prolongación de la predecesora. En la carretera, Ray le escatima a Cooper, el malo, la información que necesita. Ray pide dinero a cambio de esos números que, según presume, se sabe de memoria tras sacárselos a la secretaria de Bill Hastings. Durante una parada técnica, Ray aprovecha un descuido del señor C para dispararle. Los pordioseros sobrenaturales aparecen de la nada y se agrupan para llevar a cabo un ritual de sanación. Ray sale huyendo y los espectadores se enteran de que si actúa tan temerariamente es porque está bajo el auspicio de Philip Jeffries. Aquí viene el número musical pospuesto: Nine Inch Nails en el escenario del Roadhouse. Vaya que la selección de grupos ha mejorado mucho. Para que éstos se presenten en un pueblito del noroeste gringo, a los Renault restantes debe irles muy bien de narcotraficantes y padrotes. Al terminar la canción, el señor C resucita.
Y ahora sí comienza la parte ocho: blanco y negro, letras. 16 de julio de 1945. White Sands, Nuevo México. Flashback al nacimiento de la maldad. El hongo nuclear en la pared de la oficina de Cole se materializa. Pareciera que Lynch quiere plantear una historia de origen para “ese mal” que se oculta en los bosques de Twin Peaks. Otro desafío se les presenta a los novatos a la serie: darle coherencia a lo desplegado durante esta mirada retrospectiva de tres cuartos de hora. ¿Y cómo se relaciona esto con lo visto hasta ahora? David Lynch no acostumbra dar respuestas. Tampoco las dará aquí. Ni modo. A tratar de interpretarlo.
El estallido de la bomba nuclear lleva a la cámara al interior del hongo. Se genera una alteración de la materia que desemboca en el exterior de la tienda donde se reúnen todos los pordioseros. Hay que recordar que Mike y Bob (los primeros espíritus malignos de los cuales se tiene noticia en la serie original) vivían arriba de una tienda de conveniencia. El monstruo caníbal femenino escupe una masa gelatinosa con una efigie esférica de Bob. En la fortaleza morada se encuentran la señorita Dido y el gigante. Se mueven lentamente circundados por objetos que bien pudieron haber salido en una escena de Eraserhead, la ópera prima del director. Dentro de una especie de sala de cine el gigante observa lo anterior: el nacimiento del mal (la bomba, el ente femenino, Bob y los pordioseros). Tal vez como para equilibrar los pesos de la balanza, un orbe dorado con el rostro de Laura Palmer da su salto a la Tierra para así darle batalla a la esfera oscura de Bob.
Adelanto a 1956. Una creatura alada, mezcla entre grillo y lagartija, sale de un huevo en medio de las arenas de Nuevo México. Una pareja de adultos conduce un automóvil por una carretera oscura cuando de repente el pordiosero se les acerca y les pregunta si tienen fuego (“Gotta light?”), fuego y electricidad como elementos dañinos de la realidad alterna. El pordiosero los aterroriza. Mientras tanto, unos adolescentes regresan de su cita. La muchacha se despide del chico y entra a su casa a escuchar la radio (“My Prayer” de los Platters). El pordiosero irrumpe en la estación radial. Como mantra diabólico, sigue pidiendo fuego y, ante el terror de quien se le ponga enfrente, les fractura el cráneo con la mano limpia. Interrumpe la canción de los Platters y agarra el micrófono Quien esté escuchando la radio, caerá en un estupor cuando escuchen la voz del pordiosero decir: “Ésta es el agua y éste es el pozo”. Las palabras por recitar evocan el poema aquél de “fuego camina conmigo” dicho por Bob, Gerard (Mike) y otros personajes de la serie original (ése que yo me sabía de memoria en la prepa). De nueva cuenta, nótese la presencia del fuego. El grillo-lagartija aprovechará la oportunidad para entrar en el cuerpo de la joven a través de su boca. Parecería una forma de preservar el mal nacido (¿o el malnacido?) del arma atómica. ¿Será posible que esta muchacha de Nuevo México haya crecido para convertirse en una habitante de Twin Peaks? Al rodar los créditos, me percato que el pordiosero está listado como un “hombre del bosque” (Woodsman). En Fire Walk with Me hay una escena en la parte superior de la tienda de conveniencia. Ahí están reunidos varios espíritus del Black Lodge: los ya conocidos como el enano (el árbol-brazo), Bob, la señora Tremond y su nieto, además de dos personajes incógnitos pero listados como hombres del bosque (de hecho, el actor alemán Jürgen Prochnow interpretaba a uno de ellos). Con el retorno de Twin Peaks Lynch multiplica el número tanto de realidades alternas como de entes oscuros. Y todo comenzó con la idea de un cuarto de cortinas rojas y piso de diseño zigzagueante donde se hallaba una Venus púdica flanqueada por dos sillones. Ni qué decir de la obsesión del director con una época en particular: los años 50, los de su niñez y adolescencia. No importa cuál de sus créditos elijan los espectadores ni en qué época estén situados, siempre habrá un vestido, una chamarra, un auto o una casa que semejen estar sacados de aquella década.


Parte 9: Atrás queda la retrospectiva en blanco y negro. Como si hubiera sido un intermedio a la mitad de la serie o peliculota de 18 horas. El señor C llega a una granja, ya con la sangre tiesa. Ahí hallará a dos personajes prestados de un filme de Quentin Tarantino, dos cómicas presencias de aquel universo cinematográfico: Chantal (Jennifer Jason Leigh, a quien ya habíamos visto cuando asesinaron a Darya) y su esposo Hutch (Tim Roth). Son una pareja de matones al servicio del señor C. A Hutch no le importa compartir a su mujer con el jefe. Entretanto, el ejército se comunica con Cole para enterarlo del descubrimiento sobre Briggs. Minutos después el alcaide Murphy le avisa de la gran evasión del Cooper malo. A partir de aquí los puntos geográficos se conectan y me obligan a adivinar una convergencia en Twin Peaks. El atentado lleva a Dougie-Copper y a Janey-E a la comisaría de los lelos. Más de uno se pregunta si Dougie despertará con esos tacones rojos, tan similares a los de la coqueta Audrey Horne. Al menos, a uno de los tres chiflados Fusco se le ocurre tenderle una trampa para hacerse de sus huellas dactilares. También logran arrestar al enano Ike, aunque ya el señor Todd (por órdenes del Cooper maloso) maquina el siguiente plan para liquidar al cándido pero suertudo Dougie.
De vuelta en Twin Peaks, los policías acuden con Betty Briggs (Charlotte Stewart, fiel a Lynch desde hace 40 años cuando encarnara a la Mary X de Eraserhead). La mamá de Bobby les dice que su esposo dejó una pista que ahora reciben Hawk, el segundo alguacil Truman y su hijo. “Sabía que todo resultaría bien”, afirma la viuda del decapitado Briggs al mirar a Bobby. Éste es el espejo de uno de los momentos más emotivos de la serie original, aquél cuando el mayor Briggs le cuenta a Bobby el sueño sobre su futuro, ése en el que era feliz. Cuando el objeto cilíndrico dejado por el mayor se abra, revelará indicaciones de tiempo y espacio. Entre las mismas, una hora: 2:53. Es decir, una de las pistas del gigante, así como la hora en la que el señor C vomitó sopa de elote durante la tercera parte. Lynch se luce también como actor en el papel de Gordon Cole cuando en la morgue le lanza una risible mirada de desconcierto a Diane tras ella rehusarse a no fumar. Bien engañados los tiene porque textea a escondidas con el señor C. Más explicaciones a pistas antes inconexas: Bill Hastings y la bibliotecaria (la mujer-cabeza) tenían un blog en el que sacaban a la luz la existencia de una dimensión desconocida. Con el interrogatorio de la agente Tammy Preston a Bill, Matthew Lillard da quizás la actuación de su carrera. La otra realidad, cuya semilla era el cuarto de cortinas rojas, se expande sin límites: ahora abarca sitios muy diversos. También se releva la información sonsacada a la secretaria de Hastings. Díganse unas coordenadas que tanto Briggs como el señor C necesitan. Bueno, el primero ya no. En el hotel Gran Nothern un zumbido raro entretiene a Ben y a Beverly. Hasta ahora, todos los miembros de la familia Horne (Ben, Sylvia, Jerry y hasta Johnny) han aparecido. Todos salvo Audrey. Tal vez siga en coma. Y si el malvado señor C la visitó en el hospital, como afirma el doctor Hayward, ¿cuáles habrán sido las consecuencias de esa visita? La conversación de unas drogadictas en el Roadhouse, al igual que la parte ocho, no semeja guardar ninguna relación con las diferentes líneas narrativas a seguir. Las tres mujeres de los sintetizadores (Au Revoir Simone) vuelven a cerrar el episodio. Ya las agrupaciones musicales comienzan a repetirse. Y de Julee Cruise, ni sus luces.