Montreal en pantalla (II)

Al correr los créditos de inicio, el espectador se percatará de que se encuentra ante la presencia de una cinta netamente hollywoodense gracias al muy reconocible logo de los estudios Universal. Sin perder el tiempo, la experiencia audiovisual realiza una evocación de la otrora gloria de la Unión Soviética. Me pregunto si sería posible que en el año de 1997 las películas estadounidenses continuaran ventilando un asunto tan manido como el de la Guerra Fría, ese horror paranoide frente a la amenaza invasora del comunismo. Ya me había asustado de que esto fuera tan anacrónico. No es así. De inmediato, mis temores se disipan. Aparecen imágenes de la caída del muro, de Gorbachov, etcétera. Incluso de la mafia rusa, de las acciones conjuntas entre Estados Unidos y Rusia para minar su poder. Parece una premonición de lo que ocurrirá en el universo de la geopolítica 20 años en el futuro. Da lo mismo. En suma, como espectador, me hallo ante El chacal (The Jackal, 1997) del director escocés Michael Caton-Jones.


De Moscú a “Hell-sinky”
La trama de esta cinta de acción parte de Moscú. Sin embargo, un presentimiento me hace sospechar que la imagen de la catedral de San Basilio al final de esta gélida vía es solamente una mendaz maqueta. Quién sabe. Cualquiera de estas calles nevadas podría pertenecer a otra ciudad de mi lado de la esfera azul, una urbe también muy cercana al polo norte. Para la transformación sólo bastaría conseguir unos carros viejos y anuncios en ruso. Y vaya que seré testigo de muchas transformaciones a lo largo de este filme. Los primeros actores estadounidenses intervienen: Sidney Poitier y JK Simmons vigilan a unos mafiosos rusos y, en conjunto con la policía del país, los emboscan en una discoteca. Con ellos va Valentina Koslova (Diane Venora) como principal investigadora y representante de las autoridades locales. Además, la señora policía lleva media cara quemada. El imponente Carter Preston (Poitier) habla ruso y se presenta como agente del FBI. Antes de que uno pueda devolver el estómago por el risible diálogo, hay una escaramuza coreografiada, un tiroteo y muere el hombre al cual pretendían apresar. De ahí se produce un salto súbito a Helsinki. La mafia rusa se encuentra en problemas tras la muerte del apenas-durante-dos-segundos-apresado. Terek Murad (David Hayman), el más malo en el salón y quizás el hermano del muerto, le da un hachazo en la cabeza a un ineficaz guardaespaldas (esto, como para superar a De Palma y De Niro en Los intocables). Declarada está la guerra a muerte contra el FBI. En otra habitación, una adyacente de seguro, alguien bebe güisqui y mira un documental sobre animales depredadores. El director de esta obra fílmica carece de sutileza. Obvio que el aficionado a tales documentales también debería ser una bestia depredadora. Tal vez quien le da título a la película. La cámara apunta entonces hacia él. Gran revelación de Bruce Willis chapurreando ruso. Queda claro que es un asesino a sueldo. El mejor. El más camaleónico. Terek quiere enviar un mensaje de intimidación mayúscula a los Estados Unidos. Con la mafia rusa no se juega. Así, por la módica cantidad de 70 millones de dólares, Bruce tiene que matar a alguien muy importante de ese país. Por supuesto, no se nos dice quién es esa personita tan importante. Se da este torpe relevo de malos y seguramente Willis (peluquín y labios fruncidos incluidos) encarna al personaje titular del filme. En realidad, un refrito de otro setentero dirigido con mucha mayor pericia por Fred Zinnemann.


Va savoir, ¿ey?
En el aeropuerto de la misma capital escandinava, el Chacal se roba un pasaporte del país de la hoja de arce y viaja a Londres, donde pronto se lo falsificarán. La falsificadora resulta ser una chica jamaiquina interpretada por Sophie Okonedo quien, un poco menos de una década después, sería nominada al Óscar por su actuación de reparto en Hotel Ruanda. Más adelante, Bruce entra a un club privado para asesinos y alguien le menciona la insigne ciudad de Montreal. Primer síntoma de que su loco itinerario incluye esta urbe canadiense. Para rematar su estancia en Londres, le dicta el pedido de su arsenal homicida a una computadora con la voz de Stephen Hawking. Mientras tanto, frente a los del FBI y a Valentina, corre el video de la tortura de un sicario de Terek (el del hacha). Por primera vez, escuchan hablar del Chacal. Preston-Poitier les informa: es un legendario asesino a sueldo. Como el Keyser Soze de los Sospechosos comunes, no se sabe si existe o no. El Chacal, entretanto, arriba a la ciudad de esta sección. Willis luce peluca nueva. Esta vez, de surfista californiano. No sólo la peluca es nueva, también su pasaporte, ahora gringo. Le dice al agente aduanal que va a pescar truchas en Canadá. Corte a una escena próxima al emblemático puente Jacques Cartier. De nueva cuenta, el Chacal ha modificado su apariencia. Ahora se presenta con pelo rizado, lentes y bigotito. Más que asesino en serie, este hombre parece dueño frustrado de una tienda de disfraces para celebrar el Halloween. Erró su profesión y tendría que haberse dedicado al transformismo en todas sus vertientes. Para colmo, imita el el acento canadiense más estereotípico desde la reducida perspectiva estadounidense. Hasta con un “¿ey?” remata el diálogo. Qué raro. Éste no es un acento nada común en Montreal. Aunque podría estar tratando de imitar a alguien proveniente de otra provincia. Va savoir, diríase en Quebec.


Terrorista budista
Entre los del FBI se maneja más información sobre el chacal asesino. Según reportes confidenciales, únicamente una separatista vasca de nombre Isabela Zancona (¿qué tipo de zancos podrá tener para que se apellide así?) pudo haberlo visto alguna vez en persona y sería capaz de identificarlo. La mujer antes estuvo involucrada sentimentalmente con un terrorista del ERI, en la actualidad apresado. Fundido a la celda para presentar al héroe del filme que practica box con el aire: el exERI resulta ser Richard Gere, casi veinte años después de su Gigoló americano. Ahora, para hacerse pasar como otrora miembro del Ejército Republicano Irlandés, emite uno de los acentos más inverosímiles en la historia del cine. A Declan Mulqueen (Gere) le ofrecen una ayudadita a ver si lo indultan a cambio de su cooperación. Conforme va corriendo la cinta en el patio de la cárcel, cada vez se vuelve más obvio que el JK Simmons de los 90 no es el que el público conoce de Whiplash. Es decir, su versión más moderna de pesas y gimnasio. Paradójicamente, esta versión más joven del actor blande una panza cervecera de señor calvo de mediana edad. Poitier, a diferencia de Gere, Simmons o Venora, es el único histrión que parece salido de otra película y quien le da una poquita de dignidad a la farsa a su alrededor. Además, ahí mismo en la cárcel, va quedando claro que el Chacal tiene como blanco al director del FBI. Declan confiesa que no sólo la Zancona, sino también él puede identificar al Chacal. Así de fácil lo sacan de la cárcel para que los acompañe. Para entonces, el asesino cambia nuevamente su apariencia y acude con un tal Lamont (Jack Black durante una época en la que aún participaba en películas para la tele). Lamont-Black recibirá un cuantioso pago para volver más mortífera un arma letal. En Virginia los “buenos” de la trama visitan a la Zancona (Mathilda May, una actriz de origen francés porque ¿qué más da que sea francesa, vasca o española?). Lo más importante es que Isabela, al verlo, le diga a Declan “mi hermoso, irlandés” para que quede bien claro que, a pesar de sus cuarenta y tantos, uno de los protagonistas de la película está bien guapote. Isabela afirma que el asesino a sueldo es gringo, puro hielo, un hombre sin sentimientos. Supongo que eso reducirá notablemente la lista de candidatos. Ella le ofrece a Declan una salida para eludir a los del FBI, pero como él les dio su palabra y es muy decente dice que no puede aceptar. Claro. Ya voy entendiendo los principios morales de este filme. Se supone que un asesino con causa política es menos condenable que uno que sólo mata por dinero. Ahora caigo. Una vez dentro del coche que se aleja de la casa de Isabela y en duelo de acentos ridículos, Valentina le dice a Declan que los vascos, si odian a alguien, lo odian hasta la muerte y viven para satisfacer sus vendettas. ¿No son ésos los italianos? Otra vez, da igual. Pareciera que la policía rusa también va sintiéndose abrumada por los encantos del irlandés. Mientras lo subestiman en el cuartel general del FBI, el Chacal sigue cambiando de disfraces y pasaportes. Tanto así que ya se encuentra bajo sus narices en Washington, ahora con coleta y barba de candado (aquí encarnando a un argentino casi idéntico a Steven Seagal). Tiene en la mira un centro de quimioterapia que será inaugurado por el director del FBI. A continuación, no podía faltar el momento homofóbico de la película para nuestro asesino mutante. Qué lejos estamos de Al Pacino en Cruising (1980) de William Friedkin. Aquí no debe quedar ninguna duda de la sexualidad de Brucey. Durante dicha secuencia, el Chacal se metamorfosea en un hombre gay que entra a una discoteca de ambiente y pepena la tarjeta de presentación de un habitante de la capital nacional estadounidense. Por supuesto, no se necesita ni un gramo de cerebro para adivinar que este incauto va a terminar muerto más adelante.


La esquina “outremontera” de Piazzetta
A estas alturas de la película es imposible no burlarse de los incesantes cambios en la apariencia de Bruce Willis. Más improbable, seguirle la pista por tanto disfraz, peluca y pasaporte. A continuación, llega a un aeropuerto que en realidad poco se usó como de pasajeros. Más bien, en la actualidad es de carga y especial para filmaciones como ésta (recuérdese La terminal de Spielberg). Willis-Chacal se traslada al puerto, muy cerca del San Lorenzo y a lo lejos se distinguen tanto el edificio Ville-Marie como el número 1000 de la Gauchetière. Si no ha quedado claro que de nueva cuenta nos hallamos en Montreal, una secretaria espeta un “oui?”. Como parte del atuendo de esta escena, Bruce lleva puesta una panza cervecera al estilo de JK Simmons. Cómo no les dieron a los encargados el Óscar por el mejor vestuario. La siguiente toma es nocturna y me muestra una esquina con el anuncio en neón del restaurante Piazzetta. No, me recuerdo, no es ésta la sucursal de Piazzetta de la calle Saint-Denis en la que, en una noche de 2008, creo, cené con algunos escritores de La Laguna que se encontraban en aquella ciudad para un congreso y uno de ellos se sorprendió de que en el menú hubiese una pizza llamada carnivore. Ésta es otra Piazzetta. Según pude investigar en internet, se trata de su sucursal en el barrio Outremont, sobre la calle Bernard. Pero igual esta otra Piazzetta cuenta con las características terrazas veraniegas de Montreal. Al otro lado de la calle, gracias a la terraza, el Chacal se da cuenta de que lo vigilan. Bruce entra a un cibercafé y se conecta por teléfono al internet (algo que su versión setentera no hubiera podido hacer y que, si en el futuro [Dios no lo quiera] se hace otro remake de esta bazofia, habría que actualizar). Su red mundial de colegas-asesinos-a-sueldo le confirma que no es el FBI quien lo sigue, sino asaltantes tras su arsenal. Willis-Chacal se hospeda en el Hotel du Berger, tal vez uno hoy inexistente. En el estacionamiento empieza a correr y, con un chorro de agua, descubre otro color de pintura de su camioneta (algo ya ensayado antes y sin camisa). Intercambia además la placa de circulación de Quebec (con su lema oficial, Je me souviens) por otra y sube a su cuarto no sin antes rociar un líquido en la manija para abrir la parte de atrás del vehículo. Su plan no es tan infalible porque deja en el rastro del agua algunos residuos de pintura blanca. Eso sí. No tengo ninguna queja de su spray asesino. Nomás con tocar la manija un segundo, uno de los maleantes queda liquidado. Será algún método homicida heredado de la mafia rusa. O tal vez de su gobierno actual.


Banda de mariachis en Chicago
El gordo Jack Black (lo sé de antemano, desde su primera aparición junto al asesino) se convertirá en otra de las víctimas del Chacal. Y todo porque este codicioso y glotón Lamont pide más dinero del acordado. Diez mil verdes más, de hecho. En menos de diez (pero minutos) morirá baleado y quemado, no sin que antes pegue una corretiza marca demonio y caiga un par de veces en agua enlodada. Después de todo, para qué sirven los actores cómicos con sobrepeso en las cintas de acción si no es para hacernos reír, ¿verdad? Esta práctica de tiro remite a la cinta original. Sin embargo, aunque entonces los blancos de Edward Fox (el Chacal de los 70) eran tan redondos como Jack Black, no se trataban de seres humanos sino de sandías. Mientras este homicidio acontece no muy lejos de Montreal (en la región cercana a Ottawa, según dicen), el acento de Gere se vuelve todavía más inverosímil por lo exagerado. El director de esta torpeza cinematográfica nos muestra de inmediato una vista aérea de la capital cultural canadiense adonde ha llegado el equipo FBI-Valentina-Declan. Si no quedó claro, al fondo de la toma interior hay banderas de Canadá y de Quebec. Una vez más, como en el caso de Robando vidas, quién sabe por qué laberintos burocráticos tuvieron que andar los miembros de este grupo policiaco para que las autoridades de Canadá les dejaran tan amablemente sus oficinas. Al salir de las mismas, hasta un helicóptero de la real montada les prestan para catear la guarida del difunto Jack Black. Cuánta emoción. Ya le pisan los talones al famoso Chacal. Por supuesto, quien realiza el hallazgo clave de la invención para montar el rifle es Declan. Con planos y todo. Todavía dentro de Canadá (en Ontario quizás: porque, si no resultan claras tantas idas y venidas por diferentes naciones, hay más banderas con la hoja roja del arce en varios botes, yates y otro tipo de embarcaciones), Bruce renta un velero bautizado como “Miss Garbo” y ya intuimos hacia dónde apunta la trama de la película. No se necesita ser un genio: de vuelta a territorio estadounidense. Cambio de bandera y de nombre de la embarcación en medio del lago Michigan, así como del tinte de pelo a un rubio tan poco conspicuo como el desopilante acento de Gere. La razón de por qué un asesino a sueldo elegiría un tinte amarillo-canario tan visible no queda del todo clara. Sobre todo, si quiere pasar desapercibido. En el ínter, sus informantes de la red mundial de asesinos-colegas le hacen saber que el antiguo terrorista irlandés está cooperando con los del FBI. Declan Mulqueen ya sospecha para entonces que su amigo el Chacal ha cruzado la frontera hacia los Estados Unidos en un bote y para colmo se lleva a cabo una regata que culmina en Chicago. Por ser una de las ciudades con mayor población mexicana en Estados Unidos, aparece la banda de mariachis en el Club de Yates de Chicago. Los policías buscan con desesperación un bote con la bandera canadiense. Examinando botes, yates y otro tipo de embarcaciones, no pueden faltar las dos mujeres en bikini que se vuelven locas ante el galán otoñal de Gere y de inmediato lo instan a tomarse una copita con ellas. Por desgracia, sus aulliditos lascivos son interrumpidos por sonidos de cohetes. En una escena (in)digna de Sergio Leone, Bruce voltea la cabeza y le muestra sus característicos labios sempiternamente fruncidos a Richard. El irlandés lo reconoce. El otro, cínico, lo saluda con la mano para luego sacar una pistola. Del tiroteo y la corretiza, Declan no saca más que un chapuzón. Luego de una discusión con Preston-Poitier en la que Declan-Gere crece misteriosamente alrededor de diez centímetros según la toma de la cámara, queda claro que hay un informante traidor dentro del equipo FBI y que el irlandés tiene una cuenta pendiente con el Chacal. Dicha cuenta involucra un embarazo interrumpido de Isabela Zancona y la promesa negada de un hijo de ambos, un retoñito separatista mitad irlandés y mitad vasco. Ya se sabe que a este otrora miembro del ERI le palpita el corazoncito.


Proteger a “sus” mujeres
La camioneta disfrazada de otro color en el ferry indica que el asesino se acerca cada vez más a su objetivo sin que los polis sean capaces de detenerlo. Corte a una reunión con varios agentes. La única mujer en la sala es Valentina. Mundo de hombres el del imperio de la ley, al fin y al cabo. Fuera de su presencia femenina, esta secuencia es un calco de la del filme original, El día del chacal (1973). Con la reunión se busca saber quién es el informante traidor. Pronto, a través de una grabación clandestina, lo enviarán de vuelta al limbo adonde van los malosos secundarios luego de ser descubiertos. Sobre la pantalla se despliegan retenes nocturnos en las carreteras. Semejan desembocar en la casa de la familia de la Zancona. Pero ahí sólo se encuentran JK Simmons, Koslova y otro agente. Sigue a continuación la escena cumbre de JK en su papel del agente Witherspoon. Él saca la basura y Valentina lo alcanza algo preocupada. Habrá música estridente de distracción. Vuelven al interior de la casa y se topan con el cadáver del tercer poli, ahora tiroteado. Llegará el Chacal con pasamontañas (incluso así se le pueden ver los labios fruncidos por debajo). Si uno ha visto cualquier cinta de acción, ya sabe de antemano que JK va a morir (disparo certero a la cabeza) y Valentina va a quedar gravemente herida. El Chacal es tan amable que le pone a la mujer una almohada y le dice cómo contrarrestar la hemorragia. Sin embargo, también adivino que la herida es letal. Los otros llegan tarde. Antes de morir en sus brazos, queda claro (pues no hay mujer en esta película que se le resista) que Valentina Koslova se ha enamorado de Declan Mulqueen. Antes de expirar le pasa un recado del asesino: “tú no puedes proteger a tus mujeres”. Entonces, entre patrullas, Isabela regresa a su casa. Me pregunto si no sería más prudente, luego de un ataque mortífero del asesino infalible en sus dominios, mantenerse lejos. Pero, en fin, si no la vemos aquí cómo explicar su aparición al final, en el momento climático del rescate al héroe. El FBI recluta al ejército y el Chacal llama por teléfono para su cita gay porque necesita un lugar donde quedarse en Washington. Su anfitrión es tan imprudente (o tan urgido) que invita a este desconocido a casa, le deja las llaves, le permite entrar, llevar a cabo quién sabe qué actividades en la cochera, comprar comida china para los dos, ver la televisión, etc. El homicida no va a perder el tiempo teniéndole ninguna consideración, mucho menos otorgándole una caricia mentirosa, y lo elimina antes de que se percate de la información que está saliendo en el noticiero. Ya para estas alturas la pobre camioneta del Chacal ha pasado por todos los colores del arco iris: verde, azul, rojo. Antes de que se agoten los baldes de pintura, llega el día de la inauguración y él se infiltra entre la multitud vestido de policía, un disfraz que seguramente encontró en el armario del hombre que acaba de asesinar. No así el pésimo maquillaje para envejecerlo que de seguro sacó de una producción fílmica de muy bajo presupuesto. Por fin a Declan Mulqueen se le prende el foco viendo una entrevista de la primera dama gringa (más teniendo en mente el mensaje que le dejó el Chacal con Koslova). La esposa del presidente es el verdadero blanco del asesino y de la mafia rusa. Quizás ya sea demasiado tarde. El Chacal alista su rifle a control remoto en la camioneta. Se muestran en pantalla tomas aéreas del helicóptero que los del FBI le confiscaron al ejército. Surge la tensión climática al pasar la primera dama frente al micrófono. Brucey, bien tranquilo sobre una banca de parque, acciona su mega-rifle con el mando a distancia de su computadora. Daniel Dae Kim (actor conocido por la teleserie Hawái 5.0) le pasa otro rifle, mucho más modesto, a Declan en la cima de un edificio y, de soldado del ejército, el asiático se transforma en asistente de francotirador. Ante la primera detonación, Sidney Poitier da el salto de su vida para proteger a la primera dama y Kim, el balazo para destruir la camioneta camaleónica del Chacal.


El metro de ¿Washington?
A continuación, se producirá el peor sacrilegio contra la ciudad canadiense aludida tantas veces en esta sección bloguera: hacerla pasar por otra. Bruce Willis entra al metro perseguido por Richard Gere y, ahí, en las profundidades de la Tierra, Washington se convierte en Montreal. Los anuncios me mienten. Este sitio no es en realidad la estación Capitol Heights. Es de las estaciones del sistema de metro de Montreal que menos visité. Radisson, dice el internet. O sea, la penúltima de la línea verde antes de llegar al extremo oeste, a Honoré-Beaugrand (que ésa vaya que sí la conocí, allá por el otoño de 2002). Declan evita las escaleras eléctricas usándolas como un resbaladero y, una vez más, como en el club de yates, las miradas del héroe y del villano se cruzan. Otra vez, en otra escena (in)digna del espaguetti-western de Leone (cámara lenta, coro de voces celestiales-macabras, los mismos recursos baratos de la anterior confrontación entre protagonista y antagonista). Nada difícil de reconocer a Brucey con ese pelo amarillo-canario (el único a lo largo de todo el andén). El enigma a resolver sería por qué Willis dirige la mirada a su lado izquierdo cuando Gere se encuentra en un plano muy superior al suyo, al pie de las escaleras eléctricas. En fin. Habría que preguntárselo al cineasta quien, como dándose cuenta de su evidente error, corrige la mirada del actor en el siguiente plano. Yo no debería ser tan quisquilloso ni tan crítico porque un poquito de esfuerzo no escasea pues hasta en los vagones del metro cambiaron el nombre de las estaciones. Gere, todavía unos segundos inmerso en esa mamona cámara lenta, va detrás de él y, ya abajo en el andén, trata de darle alcance. Sin embargo, el Chacal, casi cruzándose con el tren subterráneo, da un salto mortal a las vías (aunque no tanto considerando que el croma es más que reconocible: ¡esas malditas luces de los vagones del metro de Montreal!). Gere va tras Bruce corriendo por el túnel. Ojalá los rieles no les vayan a dar a ambos una descarga eléctrica. Por otro lado, tomando en cuenta la calidad de este refrito, no estaría mal que la tortura terminara aquí. En la persecusión el héroe hiere al Chacal, pero queda atrapado entre dos trenes (más croma). El villano saldrá del túnel por el andén de la estación Lionel-Groulx. Si estos personajes corren de Radisson a Lionel-Groulx debieron dar una corretiza no de horas sino de días porque hay que pasar por diecinueve estaciones para ir de la una a la otra. Ésta sí la reconozco. La de veces que transbordé ahí. Tantas que pierdo la cuenta. El nivel más profundo de Lionel Groulx es inconfundible por el patrón de naranjas en el suelo. Por verlo cojear y salir del túnel a través de la zona prohibida, un agente de seguridad del metro le llama la atención. Aunque nadie habría hecho eso en Montreal porque ahí los agentes se apostan mucho más arriba, luego de los torniquetes de entrada, para verificar si los pasajeros cuentan con un pase válido para hallarse en el metro. Pero, ya se sabe, estamos en Washington. Bendita ficción cinematográfica. El Chacal mata al agente de seguridad y toma como rehén a una adolescente. Otra mujer a la cual Declan no podrá proteger, de seguro. Esta escena climática del filme se reúne con su colmo en el filtro rojo impuesto a las luces de la estación de metro. Otra sutileza por parte del director para indicarnos que aquí va a correr la sangre. Abundan las banderas, esta vez estadounidenses, en los estánds de comida y café. Una vez que Declan suelta la pistola, el otro deja ir a la muchacha y el Chacal, muy amable de nuevo, le pide perdón por la bala que va a dispararle a la cabeza. ¿No que muy despiadado y frío? Primero deja en libertad a la chica y ahora pide disculpas. Por fin alguien llega al rescate y dobla su teléfono celular para indicarnos cómo Gere le avisó que estaba en peligro (¡qué bueno que ya había celulares en los 90 para realizar llamadas desde los subterráneos!). Isabela Zancona cierra dramáticamente el celular minutos después de que la llamada entre ambos hubiese terminado. Al menos hay una mujer en esta película que no necesita ser rescatada y salda su cuenta pendiente por aquel bebé de Declan que perdió. Aunque, claro, al dispararle al Chacal, éste le dispara a su vez a Gere. El malvado asesino, ya se sabe, está a punto de sacar otra pistola cuando Declan le da el tiro de gracia (o sea, la mujer no rescató del todo al héroe). Qué suerte para Bruce Willis, quien se habrá quedado ahora sí completamente calvo luego de usar tanta peluca y tanto tinte para el pelo. Ojalá le hayan pagado esos 70 millones de dólares.


Vista gorda y epílogo
El cadáver del Chacal termina enterrado en una tumba sin nombre. Quién era, se lanza la pregunta al aire. “Era malvado y está muerto, es todo lo que necesitamos saber”, responde Declan. Gere y Poitier (ahora cojo por haber salvado a la primera dama) le dan remate a este remake tan risible. Nunca el agente del FBI prometió dejarlo libre, pero se hace de la vista gorda y Declan se aleja de su vigilancia para, seguramente, regresar a la verde Eire. Por fin concluye la tortura. Aunque pensándolo bien, si hay que sacar a colación algo bueno, el Chacal fue visionaria en su inclusión política y sólo por lo siguiente: un agente del FBI de raza negra salva a la primera dama gringa en conjunto con un francotirador asiático y una mujer salva al héroe de la cinta cuando ya no tenía otra salida. Fuera de bromas, preferible resulta ver la original a este refrito noventero tan deficiente. En pocas palabras, El día del chacal era una cinta excelente para su época y bastante europea no sólo por las locaciones sino además por el tono y el ritmo. Eso, aunque en la de Zinnemann no apareciera Montreal, según dicen las guías turísticas, la ciudad más europea de Norteamérica.

El chacal (The Jackal, 1997). Dirigida por Michael Caton-Jones. Producida por el director, Sean Daniel et al. Protagonizada por Richard Gere, Bruce Willis, Sidney Poitier y Diane Venora.