Kill Bill: vuelve la tarantinomanía (Volumen 2)


Y por supuesto, cuando vi el segundo volumen de Kill Bill, no pude evitar escribir otro artículo al respecto (incluso mucho más largo). El texto está fechado en agosto de 2004 y si la memoria no me falla también fue publicado en la revista Acequias. Contiene mi enésimo quejumbre contra las salas exhibidoras laguneras (¿habrá sido por eso que salí huyendo del terruño?), un análisis muy del tipo de la maestría buscando circulitos bien cerrados por todas partes y la promesa todavía no cumplida de Tarantino de darnos una edición en DVD con el filme completo. Y ya por último, a pesar de su sonada muerte, que David Carradine descanse en paz. Va aquí el texto:

Siempre me he cuestionado si de veras hay películas que marquen la existencia de su espectador. Y también me he preguntado por qué razón se da este fenómeno. Sí, es un lugar común muy manido por seudo-críticos-cinematográficos-provincianos, lo sé. Pero, en mi particular caso, también es una verdad. Hace poco lo comprobé de nueva cuenta. Sí hay películas que obsesionan y aunque sean vistas decenas de veces no cansan al espectador pues siempre están dispuestas a ser reinterpretadas en una vis(i)ta más. Han sido pocas las veces en que una película ha trastornado por completo mi concepto del cine. Sucedió hace mucho con Naranja mecánica de Stanley Kubrick y más tarde con El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante de Peter Greenaway. No se diga con El ciudadano Kane de Orson Welles. Sin embargo, hay casos en los que dicho impacto resulta increíble. No hay ningún argumento racional para explicarlo. Así me sucedió —como ya lo había escrito en una reseña anterior— con la cuarta cinta de Quentin Tarantino: Kill Bill. El por qué de su huella en mí todavía no lo sé. ¿Qué elementos (psicológicos, sociológicos, biológicos, químicos, etcétera) se unen para que tenga una reacción así ante una novela, una pintura o un filme? Quién sabe. Tal vez sea esa incertidumbre lo que hace al arte misterioso y hasta divino.
Sin embargo, mi experiencia de Kill Bill Volumen 2, después de ser tan sobrecogedora la de Kill Bill Volumen 1 —como podrá apreciarse con la lectura del artículo anterior— se vio entorpecida a causa de los mercachifles de la cinematografía en La Laguna (no digo nombres ni marcas pero todos aquí sabemos quiénes son). Sí, ésta fue la película más esperada para mí en el 2004. Ni siquiera necesito que termine el año para afirmarlo. Y, para hacer mi espera más larga y mi tortura más lenta, los distribuidores locales decidieron aplazar por quién sabe qué motivos el estreno del segundo volumen del cuarto filme de Quentin Tarantino (de seguro, como siempre, esos motivos serán monetarios con nombres sí tan entretenidos aunque también tan execrables e intrascendentes como Troya o El día después de mañana). Dicho estreno, entonces, se vio atrasado aquí en Torreón dos semanas con respecto a las principales ciudades de la república. Es decir, Torreón es una ciudad de primer mundo para churrazos como Troya o El día después de mañana (las dos aparecieron por nuestras tierras en estreno simultáneo con Gringolandia y el mundo entero); pero sigue siendo el mismo rancho bicicletero de siempre para el cine de autor. De eso, no me queda la menor duda. Así que ese veintiuno de mayo del estreno nacional de la cinta, el adjetivo “nacional” sonó un poco amargo aquí en La Laguna. Al menos para mí. Fue en esos momentos cuando, a pesar de la posible condenación de los hipócritas mercachifles, pude exclamar bendita piratería. Y para que esos mismos hipócritas no vayan a denunciarme con alguna autoridad como usuario de la piratería, les diré: quédense tranquilos, cuando el largometraje se estrenó (y a pesar de haberlo visto ya más de cinco veces en VCD pirata) fui a verlo otras tres y a pagarles los morlacos que ustedes tanto desean. Y eso con ciertas dificultades. (¿Debería extenderme un poco más en este apartado quejumbroso para explicar que una de esas tres veces me topé con el argumento de que el proyector en la sala donde exhibían Kill Bill Volumen 2 se había descompuesto y gracias a cierto maguito mucho más comercial habían decidido no exhibirla en ese horario? No, mejor no. ¿De qué serviría?).
Para entrar en materia y dejar las dificultades atrás, debo decir lo siguiente: muchos prejuicios rodean al segundo volumen de Kill Bill. Habrá que hacerlos a un lado antes de abordarlo. Prejuicio uno: este volumen es una secuela. En realidad, ésta es la misma película. No la terminamos de ver el año pasado. Kill Bill Volumen 1 es sólo la primera mitad de un largometraje de aproximadamente cuatro horas. La cinta entera fue filmada sin interrupciones significativas. Por lo tanto, nadie puede aferrarse al tan manoseado argumento de “segundas partes nunca fueron buenas” para descalificarla ni tampoco podemos lanzar improperios contra Tarantino alegando que el señor quiso aprovecharse del relativo éxito de la primera para sacar más dinero en la segunda. Prejuicio dos: vamos a ver exactamente lo mismo del volumen precedente (sangre, decapitaciones, balazos, anime, saltos acrobáticos, etcétera). Es decir, veremos mucha más violencia con estilo. Lástima. ¿Cómo va a ser eso posible si, dentro de la trama, los enemigos de La Novia ya están sobreaviso? ¿Acaso los mejores asesinos del mundo la recibirán con una sonrisa? ¿Le habría convenido a Tarantino darnos más de lo mismo en la segunda mitad de su obra? Conociendo un poco la aún corta filmografía de este director, creo que no. ¿Le convenía romper el patrón en el que La Novia se enfrentaba a sus enemigos de una manera diferente? Por segunda vez, no. En este caso, en la variedad está el gusto. Y si a los adolescentes no les gusta, ni modo. Muchos de ellos de seguro la tildarán de aburrida comparada con el primer volumen. Y, en cambio, los que ansiaban esos diálogos “tarantinescos” pocas veces detectados en la entrega previa saldrán satisfechos porque aquí es donde se nos explica el origen de la kilométrica venganza. La relación entre La Novia —cuyo nombre oficial nos enteramos por fin en el capítulo nueve es Beatrix Kiddo (sí, todas esas veces que pensábamos que Bill le decía “niña” o “nena”, “kiddo”, en realidad se estaba refiriendo a su apellido, Kiddo)— y su ex jefe alcanza el punto culminante.
Aquí, en el volumen dos, La Novia (Uma Thurman) va tras las personas con las cuales estuvo involucrada de forma emocional: Bill (David Carradine), su ex amante, Budd (Michael Madsen), el hermano de éste, y Elle (Daryl Hannah), la sustituta en el corazón roto de Bill. El segundo volumen sigue una estructura idéntica al primero: preludio, cinco capítulos y epílogo. Sólo por eso, podríamos especular que, al tener frente a sí la propuesta de Miramax de dividir la obra en dos volúmenes o verla mutilada en uno solo, tal vez Tarantino decidió darles una estructura cerrada a cada una de las dos entidades. Los más observadores —o los más obsesivos— podrán percibir además una estructura de espejos que le da circularidad a toda la cinta (ya no dividida en volúmenes sino en un solo sentón de cuatro horas), una estructura que une los diez capítulos en varios círculos concéntricos los cuales dibujarán el ascenso desde el infierno de esta Novia vengativa cuyo verdadero nombre es Beatrix Kiddo. De antemano una advertencia al lector: si no ha visto Kill Bill, más vale no seguir leyendo pues muchas de las sorpresas del filme son reveladas en los siguientes párrafos para hacer más claro mi análisis.

Primer círculo: 5 y 6
En esta estructura, el círculo central estaría compuesto por el capítulo seis, “Masacre en Two Pines”, y el cinco, “Duelo en la Casa de las Hojas Azules”. Me detendré por ahora en el seis: Quentin Tarantino engañó a sus espectadores durante todo el volumen uno. En el episodio “Masacre en Two Pines” (o “Masacre en Dos Pinos”, benditos traductores) se enterarán de que la tan famosa Novia ni siquiera era una novia de verdad. El día de la masacre en la capilla Two Pines de El Paso ni siquiera era el día de su boda. Era el día del ensayo de la boda, un ensayo con vestuario incluido. Las cosas no son tan melodramáticas como las cuenta la leyenda. Es en este segmento, a la mitad del camino, donde todo lo presenciado durante los anteriores empieza a aclararse. Además de la fugaz aparición (o cameo) de Samuel L. Jackson como el organista, Tarantino le da a sus espectadores una de las escenas más enternecedoramente estrujantes de su carrera. Cuando La Novia (Uma Thurman) escucha la flauta de Bill (David Carradine) se estremece, se acerca con lentitud hacia él y, en lugar de reclamos, escuchamos susurros. El terrible villano que es capaz de dispararle a la cabeza a una mujer embarazada y que durante el primer volumen entero estuvo oculto bajo su voz, muestra su rostro. La aparición tan anunciada de un personaje medular para el argumento recuerda a aquella brillante entrada de Orson Welles en El tercer hombre. Bill, como el flautista de Hamelin con las ratas, es el encantador de serpientes (de hecho, en los créditos finales nos enteramos de que ése, “Encantador de Serpientes”, era su sobrenombre en el grupo de asesinos DiVAS). Igual efecto mágico surten las voces de los protagonistas y, con el diálogo, se obtienen pequeños pero deslumbrantes flashazos de lo que fue su relación. Una relación de amantes, sí; pero también una relación de padre-hija, de maestro-pupila y quizás hasta de padrote-prostituta. Esto último quedará mucho más claro con el personaje de Esteban Vihaio en el capítulo diez. Bill es la esencia de lo cool y en ningún momento se altera. Tampoco grita. Al contrario, su voz es suave y delicada, casi un murmullo. Pero ya todos en la sala de cine sabrán cómo va a terminar su cordial visita al ensayo. Para rematar, la cara de este hombre es la misma del Pequeño Saltamontes de la serie Kung-Fu.
Este capítulo correspondería en su reflejo especular con el último del volumen uno, el quinto del filme completo: “Duelo en la Casa de las Hojas Azules”. Los dos episodios se identifican entre sí por sus contrastes. El cinco, ubicado en Tokio, es un homenaje a los filmes de samuráis. Éste, ubicado en El Paso, al género del western. En los dos se llevan a cabo masacres: la de la boda será el detonante de la del restaurante japonés. La primera en la cronología, pero segunda en el tiempo destrozado de la cinta, se nos escamotea, no es explícita, el realizador sólo nos detalla el antecedente y al final sólo escucharemos los balazos desde afuera. La primera en el tiempo del filme, pero segunda en la cronología, es explícita, en colores vibrantes (por lo menos, así era en un principio hasta que vino la censura gringa y Tarantino le bajó el tono cambiando algunas partes —las más violentas— a blanco y negro) y es tan larga que ese capítulo, el cinco, es uno de los más extensos. Además, a lo largo del volumen uno lo más intrigante para el espectador eran esas retrospectivas de la golpiza contra La Novia que deberían haberse visto en “Masacre en Two Pines”. Cualquiera esperaría la escena completa en esta ocasión. Pero Tarantino sigue alterando los prejuicios asentados en el volumen uno y continúa con sus prestidigitaciones porque, cuando terminan los balazos, viene el silencio y el fade out hacia el siguiente capítulo: “La tumba solitaria de Paula Schultz”.

Segundo círculo: 4 y 7
El segundo círculo sería el formado por los capítulos siete y cuatro, “La tumba solitaria de Paula Schultz” y “El hombre de Okinawa”. El siete es un episodio abierto en el instante en que los dos hermanos, Bill y Budd, se reencuentran después de algún tiempo. Tarantino nos presenta aquí a uno de los personajes más complejos de la historia. Los espectadores no saben exactamente cuál fue el motivo de la separación entre los hermanos pero intuyen que quizás en él esté involucrada la masacre no vista en el capítulo seis. Bill viene a advertirle a su hermano menor: la ira de La Novia caerá muy pronto sobre él. Y en la respuesta de Budd (Michael Madsen) fulgura la complejidad del personaje. Sí, esa mujer merece su venganza, dice, pero ella también, como los integrantes ahora separados de DiVAS, merece morir. Y es que Budd, de ser uno más en el escuadrón de asesinos de su hermano, ahora, por esa misma masacre en la capilla Two Pines, es un perdedor: guardia en un club de teiboleras en California y alcohólico empedernido. Sus sentimientos son ambivalentes respecto a La Novia. Claro, la odia y, gracias a la advertencia de Bill, logra capturarla, le ofrece a Elle Driver la espada Hanzo a cambio de un millón de dólares y entierra viva a su ex cuñada por “haberle roto el corazón” a su hermano. Sin embargo, le da la oportunidad de escaparse con la linterna. ¿Por qué? Tal vez Budd está arrepentido de la masacre y, aunque le guarde rencor a su hermano por hacerlo cómplice de esa injusticia, también desea ver muerta a La Novia. De ser un asesino a sueldo del millonario grupo de Bill se convierte en un borrachín de mirada perdida y sonrisa socarrona que aguanta como una penitencia la humillación de un jefe al cual con mucha facilidad podría cortarle la lengua. ¿Por qué? Tarantino nunca se detiene en el pasado del personaje y esa explicación la deja en manos del público. Al fin y al cabo, Budd podría ser el arquetipo del hombre enigmático sacado de una vieja película de vaqueros.
Los capítulos cuatro y siete se unen gracias al objeto que sintetiza la venganza de La Novia: la espada de Hatori Hanzo (Sonny Chiba). En “El hombre de Okinawa” Beatrix debe convencer a Hatori Hanzo —quien ha jurado nunca más hacer un objeto de destrucción— para que le forje una espada con la cual pueda enfrentarse a Bill. Sólo recordarle el nombre del alumno que traicionó sus enseñanzas —tampoco se sabe con certeza pero lo podemos deducir— basta para persuadir al maestro retirado. Hanzo le confecciona la mejor espada del mundo y la masacre del capítulo cinco es un despliegue de la habilidad de la Novia y del poder de su arma. Sin embargo, es en el siete, “La solitaria tumba de Paula Schultz”, donde el objeto se pierde. La espada, entonces, cobra un papel de suma importancia para los planes de Budd pues será el señuelo para que Elle Driver, la cuarta en la lista de La Novia, cumpla con su destino y pelee contra su rival. Y aún después del siete el arma seguirá siendo importante como un fetiche del tema de la película. La obtención de la espada y su pérdida serían frases que con facilidad resumirían estos dos episodios.

Tercer círculo: 3 y 8
El lazo entre los capítulos ocho, “La cruel tutela de Pai-Mei” y tres, “El origen de O-Ren”, formaría el tercer círculo. El ocho es uno de los capítulos más divertidos de toda la obra aunque sea comenzado con una solemne escena donde Bill demuestra sus dotes de narrador al contarle a La Novia la leyenda de Pai-Mei. Gordon Liu, a quien vimos morir en el primer volumen como Johnny Mo, regresa en una parodia exagerada y caricaturesca del maestro de artes marciales cuyo sadismo es una de sus principales características. Aquí es donde los espectadores más despistados podrán denostar a la cinta. Si se toma en serio al personaje de Pai-Mei, se está condenado a no entender en lo absoluto este episodio de Kill Bill (o el largometraje entero en el peor de los casos). No hay que olvidar el juego paródico propuesto desde el principio del primer volumen. Síntesis de todos esos maestros inmensamente crueles de las artes marciales, Tarantino manipula de manera ambigua la figura de Pai-Mei. Por un lado, transmite la obediencia ilimitada que La Novia debe tenerle si desea sobrevivir el entrenamiento; por el otro, no es posible ignorar lo caricaturesco y ridículo que resulta el personaje (la abundancia de sus cejas, el peinado estrambótico y el jugueteo constante con su barba). Sí, homenaje al mismo tiempo que parodia. En este capítulo también se sientan las bases para enfrentar a los últimos dos nombres en la lista de La Novia: Elle Driver y Bill.
El homenaje —otro motivo más allá de lo recurrente durante los diez episodios— es sólo uno de los elementos que alían los capítulos tres y ocho: “El origen de O-Ren” y “La cruel tutela de Pai-Mei”. Por una parte, tenemos el anime, y por la otra, las películas de kung-fu: China y Japón con un sabor oriental algo pasteurizado. Pero otro engranaje los hace girar juntos y es el tema del aprendizaje de una asesina. Ya se vio, a través de aquel grandioso anime del primer volumen, a través de un género venido de Japón, cómo O-Ren (Lucy Liu) venga la muerte de sus padres y después se convierte en una homicida a sueldo. Se atestiguó además por qué razones esta niña asustada se transforma con los años en una de las mejores serpientes venenosas del mundo. Presenciamos por qué razones una asesina quiere ser la número uno. Ésta es la historia de una venganza proyectada hacia el pasado. Ahora, en el capítulo ocho sabremos cómo la Novia también se convierte en una víbora mortífera a través de las enseñanzas de Pai-Mei y cómo este cruel maestro que odia a las mujeres caucásicas y gringas termina convencido de que Beatrix es probablemente la mejor alumna que ha tenido. Pai-Mei, escondido entre las montañas chinas, le facilitará otras armas a La Novia, además de la espada Hanzo, para vencer a sus oponentes. Ella ha perdido su “acero japonés”, sí. Pero eso no será importante si la heroína tiene a disposición sus puños para escapar de la tumba de Paula Schultz. Ésta, la de Beatrix, es la historia de la venganza en el presente y, por supuesto, habrá una en el futuro. Sin embargo, eso quedará claro más adelante, en el quinto círculo.

Cuarto círculo: 2 y 9
En el cuarto círculo se encontrarían “Elle y yo”, el capítulo nueve, y “La Novia cubierta de sangre”, el dos. Desde el título del nueve Tarantino está jugando con el significado de las palabras. Sin duda, resulta interesante que el pronombre personal “yo” (“I”) sea palabra homófona en inglés de “ojo” (“eye”) pues son precisamente los ojos (el ausente y el sano) los que destacan en la asesina más traicionera, malvada e imponente del grupo DiVAS. Elle Driver (Daryl Hannah) es la peor villana de este volumen y, en sí, su personaje nos promete la pelea más emocionante. Elle detesta a Beatrix aunque afirme su respeto por ella como profesional del homicidio (según dijo durante su rápida aparición de enfermera en el volumen uno). Después de todo, Driver vino a sustituir a La Novia como la amante de Bill. De ser la dos, con la masacre de Two Pines, se transformó en la número uno. Quizás su sueño sea estar a la altura de su predecesora. Al menos, ante Bill. Sin embargo, antes de que Budd sucumba por la picadura de la Mamba Negra —artimaña para que las sospechas de la muerte recaigan sobre Beatrix; después de todo, su sobrenombre en DiVAS era precisamente “Mamba Negra”—, Elle confiesa que se siente decepcionada de no haber enfrentado a la mejor guerrera en el campo de batalla y, sobre todo, de que su mayor contrincante haya caído a manos de un pelagatos traicionero como él. Sin embargo, la Driver es tan traicionera como su actual y moribundo cuñado. A diferencia de La Novia, que en el volumen uno encaró a Vernita y a O-Ren en duelo y siguiendo los códigos de honor establecidos por las cintas de samuráis o los westerns, Elle es capaz de cualquier estratagema con tal de salir victoriosa del enfrentamiento. Elle podrá respetar a Beatrix, pero es difícil pensar que el respeto sea mutuo.
El personaje interpretado por Hannah transita con soltura entre el capítulo dos y el nueve. Su primera aparición se dio en el volumen uno mientras silbaba complaciente en el hospital de El Paso, durante aquel homenaje técnico a Brian DePalma, poco después de la masacre en la capilla y cuando estuvo a punto de matar a una Novia en coma. Además de la presencia de Elle Driver, en los episodios dos y nueve se frustran los homicidios anunciados. El primero, Elle contra Beatrix. El teléfono celular de Bill impide la introducción del “regalo” de Elle en el cuerpo de La Novia durante la secuencia del hospital (porque para Bill asesinar a una contrincante mientras duerme lo rebajaría). Elle, como ya vimos, afirma tenerle respeto a La Novia. Pero en realidad no respeta a nadie. Por algo mata a traición a Budd. Y años antes hizo lo mismo con Pai-Mei, el maestro de Beatrix. Al enterarse La Novia, en una ominosa escena que remite a otras películas donde el alumno debe vengar la muerte de su maestro, se da el otro homicidio frustrado. Una de las peleas más esperadas finaliza con un anticlímax. ¿Por qué Beatrix no mata a Elle Driver? ¿Por qué después de la ira contra sus enemigos mostrada en el primer volumen se limita a sacarle el ojo sano? Quizás La Novia no la mata porque le ha perdido el respeto. Su contrincante en la batalla es una traicionera, ha transgredido los códigos de honor y no está a su altura. Aunque sí alcanza a vengar la muerte de su maestro Pai-Mei sacándole el otro ojo. De ahí la homofonía entre “yo” y “ojo” en el idioma original del filme.
En estos dos episodios también es relevante la identidad de La Novia. Dentro de la capilla, en “La Novia cubierta de sangre”, el personaje central deja de ser Arlene Maquiavelli —su alias para huir de Bill—, antes de poder transformarse en la señora de Tommy Plympton, y pasa a ser La Novia. Es así bautizada por las autoridades tejanas gracias al vestido usado en el ensayo. Y durante todos estos capítulos la hemos conocido como La Novia. Cuando algún personaje ha dicho su nombre verdadero (Vernita, O-Ren, Bill) éste era ocultado por el director con un pitido molesto más que nada para atraer la atención sobre su identidad. Pero ahora, durante el capítulo nueve, Elle Driver dice al fin el nombre de La Novia: Beatrix Kiddo. Así, esta mujer cambia de identidad como cambia de sobrenombres: Mamba Negra como integrante de un grupo de asesinos, Arlene Maquiavelli como fugitiva del mismo, la señora de Tommy Plympton como una ilusa sin pasado, La Novia como furia vengativa y por último volverá a ser Beatrix Kiddo y, sobre todo, Mami.

Quinto círculo: 1 y 10
Los capítulos diez, “Cara a cara”, y uno, “2”, trazarían el siguiente círculo. Si en otros episodios China y Japón parecían observados a través de un lente con enfoque inverosímil, algo semejante sucederá en México, el país donde se halla Bill. ¿Qué hace aquí, por ejemplo, una canción como “Tu mirá”? La última escala de La Novia, antes de enfrentarse a su ex jefe, ex amante y ex maestro, es la de la “cabaña” del padrote Esteban Vihaio (Tarantino intenta otro juego con tal apellido, un juego nada efectivo para nosotros pues Vihaio tal vez lo pronunciaría un anglo parlante como “viejo”). Éste es, entonces, el México pasteurizado de Robert Rodríguez, “hermano” de Tarantino de acuerdo con los créditos finales del primer volumen —aunque sí deberíamos agradecer que en este México los personajes tomen tequila y preparen sándwiches con pan Bimbo. Esteban es un reflejo de la personalidad de Bill. Como dice La Novia, el padrote es una figura paterna más del homicida. Y Bill, como su modelo, también es un padrote. Sin embargo, él, en lugar de prostitutas, recluta asesinas. De ahí que afirmara antes que la relación entre Bill y Beatrix también se da en el plano padrote-prostituta. Si Gordon Liu repite papel con Pai-Mei, ¿por qué no iba a hacer lo mismo el actor norteamericano Michael Parks? En el volumen uno era el sheriff Earl McGraw y ahora será el empresario retirado cuyo origen queda en la duda pues ese mismo acento de supuesto mexicano lo hizo Parks en la serie Twin Peaks cuando interpretó a un quebequense. Sin embargo, lo importante es que Esteban le indica el camino a Beatrix para hallar a Bill. El espectador llega al momento de la catarsis y hasta de eso se burla Tarantino cuando en boca de Bill hace un guiño autoreferencial: “Antes de que esta historia de venganza sangrienta llegue a su clímax, voy a hacerte algunas preguntas”.
Cuando Beatrix arribe a la lujosa guarida de Bill, se llevará la gran sorpresa que al final del volumen uno nos estremeció tanto: la hija que La Novia creía muerta, está viva. La historia de Beatrix Kiddo alcanza el punto álgido en este instante. La asesina queda guardada unos minutos para dar paso a la madre (esa doble personalidad sobre la que más adelante hablará Bill en su largo discurso sobre los superhéroes de los cómics). El preludio del primer volumen cuenta en blanco y negro cómo Bill le dispara a Beatrix en la cabeza mientras ella le dice que el bebé que espera es suyo. Tras el estridente balazo, entra el oportuno y tristísimo tema de Nancy Sinatra, “Bang, Bang (My Baby Shot Me Down)”. El inicio de la aventura se ve reflejado en el “bang, bang” de la pequeña B. B. con su pistola de juguete cuando La Novia apunta a Bill con la suya, la de verdad. De esta manera, la reunión con la niña concuerda con el instante de la pérdida. Y la última pelea da inicio aquí, cuando Bill le presenta a la niña a Beatrix. La hija de los dos asesinos (bautizada adecuadamente en el guión original como B. B. Gun o, en cristiano, “Escopeta de salvas”) es el arma psicológica que le queda a Bill para defenderse de su ex pupila. El reencuentro de los antiguos amantes remite de inmediato al capítulo con el que abre el volumen dos, el de “Masacre en Two Pines”, dándole circularidad a esta segunda parte sin afectar la del conjunto entero, la de los diez capítulos. Cuando la criaturita está dormida y, una vez dadas las explicaciones, Bill y Beatrix se enfrentarán en un duelo de espadas. El enfrentamiento dura escasos segundos. Bill es el mejor espadachín. Pero ella (a final de cuentas la heroína de la historia) tendrá un as bajo las yemas de sus dedos, un as otorgado por Pai-Mei. Si ya le rompió una vez el corazón a este killer sentimental —por citar el título de la noveleta de Luis Sepúlveda— ¿por qué no podría volver a hacerlo?
En el penúltimo círculo se verán encadenados los capítulos “Cara a cara” y “2” por los ojos de las niñas. El episodio uno y el diez se corresponden por las presencias de Nikki, la hija de Vernita Green, y B. B., la hija de La Novia. En “2”, La Novia hizo lo posible por no matar a Vernita (Vivica A. Fox) enfrente de la niña porque, después de todo, Beatrix escapó del grupo a causa de su maternidad y hasta cierto punto, una vez conocida la larga explicación, Vernita es la Víbora Mortal con la que más se podría identificar. Logró lo que La Novia no pudo: ser madre y retirarse del negocio. Sin embargo, La Novia fracasa y la niña ve cómo muere su madre. No le sucederá lo mismo en el diez. Beatrix esperará a que su hija se duerma para alcanzar el objetivo codiciado desde su renacimiento del coma: matar a Bill. Con estos dos capítulos, Tarantino siembra las semillas para la venganza del futuro, la que podría ser, ahora sí, la secuela de Kill Bill; otra cinta donde Nikki le tome la palabra a La Novia con aquello de “Te estaré esperando” y trate de vengar la muerte de su madre en B. B. Gun. Pero, para eso, los fanáticos de Kill Bill tendremos que esperar mucho más en comparación con los de Harry Potter o La guerra de las galaxias. Según Tarantino, ese proyecto no lo retomará hasta dentro de quince años.

Sexto círculo: la venganza y la leona
El último círculo encerrará las otras circunferencias y estará constituido por dos frases. En la reseña anterior, la del primer volumen, mencioné la cita de Viaje a las estrellas con la que Tarantino, minutos antes del balazo en la cabeza, abre Kill Bill: “La venganza es un manjar que se sirve mejor frío”. Al final del segundo volumen, cuando termine la película con madre e hija abrazadas frente a la televisión, vendrá la frase “La leona se ha reencontrado con su cachorra y todo está bien en la selva”. Esta frase es gemela del “epígrafe” del primer volumen. Con la leona (el emblema que Hanzo inscribe en la espada de Beatrix) cierra el círculo más grande dentro del cual quedan encapsulados los otros, dándole así a toda la obra una estructura circular y perfectamente cerrada.
Tengo que admitirlo. Quizás esta estructura especular de círculos concéntricos no haya sido la intención de Tarantino. O tal vez sí, tal vez lo planeó muy bien. Lo más probable es que sean especulaciones de alguien que ha visto demasiadas veces Kill Bill. Sin embargo, gracias a la división de la película en dos tomos y al buen tino del director, Kill Bill Volumen 1 y Kill Bill Volumen 2 funcionan también como entidades independientes. Después de todo, cada una posee su introducción, su desarrollo y su final. Ya veremos qué tal le queda a Tarantino la edición completa de la cinta, presentada en el festival de Cannes en mayo pasado. En mi opinión, la estructura se presenta mejor ante los ojos del tarantinómano cuando termina por cerrarse. Y si habrá pronto o no en las salas de cine una edición especial para las cuatro horas de Kill Bill importa poco. Al fin y al cabo, sí hay películas, completas o divididas, que marcan la existencia.

Kill Bill: La venganza. Volumen 1 y Volumen 2 (Kill Bill: 2003 y 2004). Dirigida por Quentin Tarantino. Protagonizada por Uma Thurman y David Carradine.

El avance del volumen dos: http://www.youtube.com/watch?v=NSR7xRGBnOE

Nota del 29 de septiembre: Un día después de subir esta entrada, me entero de la inesperada muerte de la mujer que fungió como editora en todos los filmes de Quentin Tarantino, Sally Menke. Que también ella descanse en paz.