De regreso en Twin Peaks (V)


Hay grandes diferencias entre este presente y aquel pasado. Empiezo por lo más indiscutible: en el nuevo Twin Peaks las imágenes captadas por la cámara digital cubren toda la pantalla de las televisiones actuales, en forma de rectángulo. En cambio, en el viejo, el de hace un cuarto de siglo, las pantallas televisivas de entonces eran cuadradas. Lo anterior es como lamentarse porque en esos ayeres yo era un adolescente y ahora ya las canas, las entradas y la tripa han hecho su aparición. Sin embargo, en un nivel más profundo y fuera de la forma geométrica dibujada por la luz de las pantallas, el regreso se torna batalla constante entre la tentación de la nostalgia y su ataque directo por parte de David Lynch. El director y su coguionista Mark Frost nos escatiman a los fanáticos las apariciones de los personajes originales y las escenas en el pueblo. Es decir, se lanzan en contra de la moda de darle al público cuarentón el espejismo de la juventud. Como intentan series del estilo de Stranger Things. Más bien, ellos le otorgan mucho mayor peso a lo onírico y a lo irracional que a lo paródico. Dentro de la abundancia de personajes, Lynch no se olvida del todo del carácter telenovelesco a parodiar (recuérdese Invitation to Love en la serie original). Aunque tal carácter se encuentre en estado de explosión, igual a una bomba atómica. Son abundantes los triángulos amorosos: Steven-Gersten-Becky, Bobby-Shelly-Red, Audrey-Charlie-Billy, Norma-Ed-Nadine, etcétera. Sin embargo, en ninguno se profundiza porque en El regreso predomina más bien el misterio policiaco con oscuros tintes de surrealismo. Y, sobre todo, el retorno al pueblo del estado de Washington, casi en la frontera con Canadá.
David Lynch también insiste en el tema del doble. Desde hace décadas ha explorado sus aristas: Jeffrey Beaumont y Frank Booth en Terciopelo azul, Laura y su prima Maddie en el Twin Peaks original, Renee-Alice en Lost Highway junto con los personajes del saxofonista Fred Madison y el mecánico Pete Dayton. Es decir, el doble que se transforma en otro: donde un hombre son dos y dos mujeres son una. Igual sucedía en Mulholland Drive con los personajes dobles de Betty-Diane y Rita-Camilla. Ni se diga Nikki Grace en Inland Empire, el caso de una actriz que se desdoblaba en muy diversas personalidades. Tanta insistencia en el doble, en la lucha entre el lado oscuro y el luminoso, indica que en Twin Peaks: el regreso todo va preparándose para que el señor C y Dougie se enfrenten y, finalmente, el héroe pueda vencer al maligno espíritu-parásito Bob y hacerle justicia a Laura Palmer. No obstante, Lynch posterga hasta lo insostenible el despertar de Dougie-Cooper. Es obvio que esperará hasta el último momento para pintarnos a un Cooper parecido al de antes. Y, en cuanto al significado de la Rosa Azul, el director tal vez haya estado preparando esta tercera temporada desde hace algunos años porque al reverso de la caja con los bluray de toda la serie original y de Fuego camina conmigo aparece ni más ni menos que la tan mencionada rosa. Las siguientes partes (estrenadas los días 6, 13 y 20 de agosto de 2017) revelarán buena parte del enigma:


Parte 13: Esta decimotercera hora, tan temida por los supersticiosos, abre en la aseguradora de Las Vegas. El tren formado por Dougie, los hermanos Mitchum y las tres conejitas no parece ir al mismo ritmo de la delirante y juguetona música incluida por Lynch, también a cargo del diseño sonoro. Eso no importa porque de igual manera Anthony se queda azorado ante el insólito cuadro. Dougie sigue vivo y los mafiosos, tan amigotes de él. De hecho, vienen como tres reyes magos a ofrecerle regalos a Bushnell Mullins. Anthony se comunica con Duncan Todd y él, ya desesperado ante tanto atentado fallido, le ordena liquidar a Dougie. También hay regalos para Janey-E y Sonny Jim. La felicidad del niño no queda tan evidente en los nuevos jueguitos del jardín. Menos con ese ominoso reflector que ni siquiera le pone la suficiente atención como para seguirlo atentamente y que, una vez más, no cuadra con los movimientos del escuincle ni con la música como de cajita musical proveniente de El lago de los cisnes. Las objeciones anteriores no importan porque Janey-E está demasiado contenta como para reclamarle otra ausencia de días a su catatónico esposo. En el lado oeste de Montana el señor C alcanza a Ray. Él se halla resguardado en una guarida-granja-bodega por una horda de maleantes. A los matones los comanda un pelón alto. Según las reglas del juego, hay que ganarle al calvo fortachón en las vencidas para defenestrarlo como jefe de la banda. De ganar en las vencidas, al señor C sólo le interesa que le entreguen a Ray. Tras otra secuencia hilarante (réferi bizco incluido y varios “la posición de inicio es la más confortable”), el pelón termina con el rostro hundido de un puñetazo y la horda se desentiende de Ray. Mientras está siendo interrogado, la banda observa a través de una pantalla gigante y, de pura casualidad, aparece Richard Horne entre la multitud. Este conmovedor rencuentro entre padre e hijo (ambos malos-malosos de Malolandia) ya se veía venir. A Ray lo envió Jeffries para eliminar al señor C, explica, porque lleva algo adentro que les interesa (el espíritu-parásito Bob, obvio). También en el bolsillo trae la sortija verde que ya no podrá ponerle en la mano. Por fin, el villano le sonsaca las coordenadas. El problema ahora es si podrá confiar o no en su veracidad. Finalmente, antes de morir de un balazo, Ray le dice que Jeffries está en “El holandés”. Corte a Las Vegas: Anthony pasa por la oficina de los tres policías lelos, quienes acaban de tirar a la basura las huellas dactilares de Dougie, y les pregunta por uno de los cómplices del señor Todd. Luego de conseguir un veneno supuestamente indetectable, el inexperto homicida se encuentra con Dougie a la entrada del trabajo, afuera del lugar donde venden las tartas de cereza. Esta vez, por sentirse maravillado ante la caspa de su colega, Dougie salva la vida. A Anthony le remuerde la conciencia y así, de la nada, confiesa todas sus triquiñuelas frente a Bushnell, exhibiendo el complot con el señor Todd.
En la cafetería de Norma, el Double R, Bobby halla a Ed Hurley junto a la dueña. Lynch saca del retiro a Everett McGill y me recuerda que este actor tenía cabello de douchebag mucho antes que los hípsters lo pusieran de moda. Ya ni Ed ni Bobby parecen acordarse del puñetazo que uno le dio al otro en el Roadhouse un cuarto de siglo antes. Por lo visto, la pareja Norma-Ed sigue sin poder disfrutar plenamente de su amor. Esto queda claro cuando Walter, el tipo de las franquicias, interrumpe la conversación y le da un beso en la boca a Norma. Bobby y Ed se ven obligados a retirarse a otra mesa. Sin embargo, creo que no durará mucho este idilio porque, mientras Walter representa el corporativismo rampante, Norma se erige como la defensora de los valores tradicionales. En tanto ella defiende sus tartas de cereza afirmando que están preparadas con amor, el advenedizo argumenta que “el amor no siempre deja ganancias”.
Nadine Hurley se rencuentra con su ídolo de internet, el doctor Amp, cuando éste observa una de sus palas doradas en el aparador de la tienda de cortinas mudas. En la segunda temporada se les prendió el foco a los sustitutos de Lynch (gente tan ocurrente) y le inventaron a Nadine una fuga psíquica hacia los años de la prepa. Incluso la empataron con el patán de Mike. Y ahí, en calidad de único psiquiatra del pueblo, se encontraba Jacoby a su lado. Una vez más, la intervención del doctor le da esperanzas a la mujer tuerta para cavar con la pala dorada y así “desenterrarse de la mierda”. A la vez, Sarah Palmer bebe como cosaco y fuma como chacuaco en su casa. Sobre la pantalla gigante se repite en secuencia interminable el fragmento de una transmisión de una pelea de box de los años 50. Así como la Diane Evans que se nos muestra no corresponde a la imaginada, Audrey Horne deja de sentirse cómoda en su piel. En algo recuerda a la amnésica Rita de Mulholland Drive. Para Audrey y Charlie el tiempo no corre. Éste se halla estático porque los vemos enfrascados en la misma discusión de la parte 12. Audrey ya no insulta ni sobaja: se encuentra vulnerable. Es otra afectada, dentro del mundo lyncheano, de una crisis de identidad. Por fin, al escenario del Roadhouse sube un músico originario de Twin Peaks. Es el ex motociclista James Hurley, quien repite la edulcorada canción “Just You and I”. La voz aguda de James lleva a las lágrimas a la mujer de la que está enamorado, esa amiga de Shelly de la parte 2. Pero ni Donna ni Maddie le hacen los coros como lo hicieran en aquella inolvidable escena del episodio 2 de la segunda temporada. El personaje de Maddie Ferguson —la prima-gemela de Laura, presencia de inspiración hitchcockiana con eso de que en Vértigo había un Ferguson y una Madeleine— no podría aparecer porque Leland también la mató y, en el caso de Donna, la actriz que la interpretó (Lara Flynn Boyle) ya no tiene un rostro presentable para los estándares de la televisión gringa. Así sean los estándares de David Lynch. Y, al terminar, la cámara vuelve al tío de James, Ed Hurley, sentado junto a un mostrador de su gasolinería, para cerrar la parte 13 de forma silenciosa, quizás lamentándose por la imposibilidad de su amor con Norma y comiéndose su sopa del Double R.


Parte 14: Los nostálgicos suspirarán ante la escena en la que Gordon Cole llama a la comisaría de Twin Peaks y tiene un jocoso intercambio con Lucy, la secretaria. Cuando ella le comunique a Frank Truman, éste le hablará de la existencia de dos agentes Cooper, según lo escrito en las páginas encontradas del diario secreto de Laura Palmer. Ya la habitación de los del FBI en Dakota del Sur parece una base de operaciones en miniatura. Albert despejará más dudas sobre la Rosa Azul: una rosa azul no se da en la naturaleza y es una copia manufacturada (como Dougie Jones), a la que Tammy se refiere como “tulpa”, palabra tibetana que evoca “cosa conjurada”, “emanación mágica” o “fantasma”. Otro momento de humor se produce con Cole, su aparato para sordos y el limpiador de ventanas. Diane Evans se presenta también en la habitación (hablando de la reina de Roma o ¿la reina del Black Lodge?) y, ante la esperada pregunta sobre Las Vegas, revela que Janey-E es su hermana. Cuando se retira, Gordon les cuenta su sueño en blanco y negro con Monica Bellucci a Tammy y a Albert. Lo dicho por la italiana (“el soñador que sueña y vive dentro de un sueño, pero ¿quién es el soñador?”) me recuerda en algo a un cuento de Borges. Pero lo importante es que aquí irrumpe desde 1992 la escena de Fuego camina conmigo, una secuencia que en aquel momento sólo podía interpretarse como una ocurrencia para incluir a David Bowie en la trama del filme. Ahora cobra una importancia inesperada y mayúscula: Jeffries entra a la oficina de Filadelfia y apunta con el dedo al agente Dale Cooper preguntando “¿Quién crees que es ése de ahí?”. De nueva cuenta, la identidad y el doble.
En Twin Peaks, tras arrestar a Chad y conducirlo a una celda, los policías emprenden su excursión hasta el Palacio del Conejo. De otro palacio fue expulsada la mujer asiática de las plastas en los ojos (parte 3), listada en los créditos como “Naido”. Los policías la encuentran desnuda, entre niebla y electricidad, en el lugar indicado por el mensaje del mayor Briggs. A las 2:53 se abre el portal en forma de vórtice que teletransporta a Andy hasta la guarida del gigante, quien aquí se hace llamar el Bombero. Esto, imagino, ante el peligro representado por el fuego-electricidad. Él le concede a Andy varias premoniciones. El policía las observa en una pantalla circular en el techo, como un tragaluz vuelto bola de cristal. Algunas escenas de la parte 8 se repiten (“Gotta light?”). A su regreso, Andy sabe exactamente qué hacer para proteger a Naido. Estos portales conducen a realidades diversas y alternas según la zona geográfica, ya sea que trasladen al Black Lodge o a la guarida del gigante (¿el White Lodge?). Una vez bajo custodia, Naido termina enfundada en una bata rosa de Lucy y protegida por una celda de la comisaría. Entre los gemiditos de Naido y los remedos de un borracho herido, a Chad le espera una noche infernal. El Bombero aparece de nuevo en la historia contada por Freddie Sykes, el colega de James en el hotel Gran Northern. Se aclara un poco por qué este personaje de acento británico (¿cockney?) se encuentra en Twin Peaks y por qué lleva siempre un guante. Sarah Palmer visita un bar y, ante el acoso de un camionero, se desprende el rostro (tal y como lo hiciera Laura ante Cooper en el Black Lodge al inicio de esta temporada) y le da una ligera mordida al tipo. Debajo de la máscara de piel, Laura irradia luz. Su madre, en cambio, esconde un monstruo dientón. La mordida es tan ligera que Sarah deja al camionero sin cuello. Si Leland Palmer albergaba en su cuerpo la presencia del espíritu-parásito Bob, ¿por qué su mujer no podría ser el ente femenino caníbal nacido con la energía nuclear? Sobre todo, si Sarah resulta ser la adolescente de la parte 8. Corte al Roadhouse. Esta vez, la conversación entre dos muchachas sí parece relacionarse con lo visto. Al menos, se mencionan los nombres de Billy y Tina, personajes que preocupan tanto a Audrey Horne. Y en el escenario se presenta Lissie (pareciera la hija negada de Melissa Etheridge) para cantar “Wild Wild West”.


Parte 15: Cualquiera, aunque sea un escéptico frente al estilo de Lynch, debería admitir que esto empieza a ponerse emocionante. Sobre todo, conforme el señor C se acerca a Twin Peaks. Ahí, en el pueblo, Nadine Hurley camina sonriente y determinada hasta la gasolinería de su esposo Ed. Gracias a la pala dorada del doctor Amp acaba de “desenterrarse de la mierda” y por fin le da su libertad a este parco mecánico. Así que aquí culmina el hilo narrativo del ex psiquiatra y su negocio de palas pintadas de dorado: en la felicidad de Ed y Norma. Él se apresura y va al Double R. Suena otra canción melosa de los 60: “I’ve Been Loving You Too Long”, en la voz de Otis Redding. Pareciera que el corporativista Walter se interpondrá entre Norma y Ed. Él, imitando a su creador Lynch, se pone a meditar junto a la barra del diner. ¿Es capaz de controlar el destino y deshacerse de Walter? Ese obstáculo humano es salvado pronto y la ya algo añosa pareja se besa apasionadamente. Shelly los observa, cafetera en mano, con una sonrisa en los labios.
En “El holandés” habita otra cafetera. Pero de tamaño gigante. Este sitio aludido por Ray no es otro que la parte superior de la tienda de conveniencia. Allá se aventura el señor C. Los hombres del bosque lo conducen a través de corredores oscuros, dentro de los cuales destella la electricidad. Interior y exterior se confunden. Una puerta lo lleva a un motel muy similar al de Teresa Banks en Fuego camina conmigo. La mujer que habla al-revés-voltiado le abre otra puerta. En el cuarto ocho (¿símbolo del infinito?) se encuentra con Philip Jeffries, ahora en forma de cafetera gigante. Una voz similar a la de David Bowie se escucha. La cafetera lo identifica como Dale Cooper y se da otro flashback a esa escena de la película de 1992 en la que aparece el difunto cantante. Ahí se niega a hablar de una tal Judy. El señor C quiere saber más sobre ella. Empero, la cafetera trae su propio diálogo deshilachado. Para encontrarse con Judy (ya se veía venir) le da unas coordenadas. El teléfono teletransporta al señor C al exterior y a la realidad no onírica: una cabina telefónica. Richard ya le ha dado alcance y le apunta con una pistola. Al señor C le queda clara la identidad de este hijo perdido. Lo golpea y le ordena que se suba a la camioneta con él. Este rencuentro entre padre e hijo no se desarrolla de forma nada sentimental.
Mark Frost pasea a su perro en el bosque de Twin Peaks cuando se encuentra a la conmocionada parejita de Steven y Gersten. Por su vestimenta, parecerían venir de un baile de música country. Él tiene una pistola y no oculta su intención suicida. Ella trata de convencerlo de que no se mate. Pero el consumo de alcohol y de drogas es quizás demasiado para que el final de este triángulo amoroso no sea trágico. Y así como Amanda Seyfried mira al cielo extasiada en el auto de Steven en la parte 5, Alicia Witt mira las copas de los pinos tras el disparo. Tan poco tiempo aparecieron estos personajes que no importa si viven o mueren. Mientras tanto, la música de ZZ Top resuena en el Roadhouse, aunque ellos no se presentan. Quizás no haya presupuesto para traerlos (todo se gastó en Nine Inch Nails) y sólo las bocinas ratifican su lejana influencia. Los amigos James y Freddie se meten en problemas por el atrevimiento del primero y el guante super-poderoso del segundo. Los torpes agentes del FBI en Las Vegas batallan para encontrar a Dougie (bastaba con decirles que estaba casado con una tal Janey-E) y Chantal se deshace del ineficiente Duncan Todd con un balazo explosivo a su maniquí. Tan pronto el señor C se vaya acercando a su meta, Dougie debe despertar. Ya Lynch ha postergado este momento demasiado y, para apremiar al verdadero agente Dale Cooper, usa una escena de su película favorita de la época dorada de Hollywood: Sunset Boulevard (conocida en el mundo hispano ya sea como El crepúsculo de los dioses o El ocaso de una vida). En la para mí (y para muchos también) obra maestra de Billy Wilder, otro director (Cecil B. DeMille interpretándose a sí mismo) menciona el nombre de “Gordon Cole”. Tan pronto escuche esas dos palabras, después de echarse media rebanada de pastel de chocolate, Dougie-Cooper tomará el tenedor y lo introducirá en un contacto eléctrico. La descarga hará gritar a Janey-E, cuya vida, hasta ahora, se había tornado idilio perpetuo.
La muerte de Margaret Lanterman, la señora del leño, contiene una carga emocional doble porque es evidente que la actriz que la interpreta, Catherine Coulson, la sigue en la travesía hacia el más allá. Tanto así que actualmente un grupo de cineastas busca la manera de financiar un documental sobre la difunta actriz. Así, en tanto expira, la luz de su cabaña en el bosque parpadea y, como su vida, se apaga. El duelo de Hawk, sus colegas policías y Lucy por el deceso de Margaret se convierte en uno de los momentos más tristes de Twin Peaks: el regreso. Sin embargo, Lynch no pierde el tiempo en instantes lacrimógenos y la discusión estática entre Audrey y Charlie parece salida de una comedia de situaciones, como un ritual del que no son capaces de huir. El dilema de ponerse o no el abrigo para ir al Roadhouse culmina con violencia física entre los esposos. Ahí mismo, en el multicitado antro del pueblo, un grupito hípster toca música tenebrosa, una canción titulada “Axolotl” (sin comentarios ante esta incursión del náhuatl en Twin Peaks). Una chica asiática de lentes es expulsada de su mesa por un par de motociclistas grandotes y abusivos. Ella se arrastra por el suelo y grita. ¿Tan malo es el grupito hípster? Parece que sí. Y yo ya perdí toda esperanza de que Julee Cruise vuelva a cantar en este mismo escenario.