Un perverso fabulador y sus 8 mujeres


Por una razón que no comprendo -también acá se dan pifias de distribución, no lo niego- no se ha estrenado aún en Montreal la más reciente cinta de François Ozon titulada Ricky (2009). A menos que se me haya pasado, lo cual dudo porque siempre estoy pendiente de los estrenos. Recuerdo que en México le pusieron un nombre muy cursi, algo así como Sólo los niños van a cielo. Increíble título para un filme del director de, por ejemplo, linduras como Sitcom (1998) o Los amantes criminales (1999). Fue aquí en Montreal en el otoño del 2002 cuando vi la película de Ozon de la que hablo a continuación. La reseña se publicó en la revista Acequias el año siguiente y aquí la reproduzco:

La carrera del cineasta François Ozon (1967) parece la de un niño prodigio. Desde 1998, con su primer largometraje, no ha dejado de entregar a los cinéfilos de corazón —no precisamente aquellos que abarrotan las salas de cine durante el verano— una entrega fílmica por año. A veces, hasta dos. Desde entonces, como le confesó a la revista Ciné-Bulles de Québec en otoño de 2000, su obra provoca tanto rechazo como elogios. Nadie permanece tibio ante su todavía pequeña obra. Ni siquiera la crítica especializada. No es para menos con sus tremendas patadas contra las buenas conciencias. Y si se analizan las líneas argumentales de sus primeros dos filmes, se entendería mejor la razón por la cual incita reacciones tan disímiles.
Sitcom (1998) es la historia de una familia aparentemente perfecta, nuclear y tradicional. Tanto que parece una caricatura. Sus miembros están sacados de las series de televisión inofensivas a las que hace alusión su título. Eso, hasta hacer su aparición una rata blanca que empieza a provocar ciertas mutaciones en cada uno de ellos: el hijo se transforma en homosexual, la hija en una inválida sadomasoquista, la madre en Yocasta moderna y el padre en un asesino desnaturalizado. Al observar cambios tan radicales, el espectador se pregunta si en realidad no son más que liberaciones necesarias ya prefiguradas desde el principio. Fuera de tal reflexión, lo único que sí inspira este despliegue de “anormalidades” es risa pues la trama se desarrolla en tono de comedia negra. Sitcom fue suficiente para sacar a Ozon del anonimato.
No conforme con ello, en el siguiente año, 1999, aparecen Los amantes criminales, o, si se quiere, una reescritura de Hansel y Gretel desde la perversión, entendida ésta como algo opuesto a la moralina barata y sin fundamentos. Tal vez, más que reescritura, sea una vuelta a la crueldad olvidada —gracias al imperio Disney— del cuento maravilloso. Después de todo, Hansel y Gretel fueron de los primeros niños abandonados por la negligencia de sus padres. La historia de Los amantes criminales gira alrededor de una jovencita manipuladora que seduce a su virginal y hasta cierto punto ambiguo novio para así matar a un compañero de clase de origen árabe. Cuando van a enterrar el cuerpo al bosque, los dos adolescentes se pierden y son apresados por un ogro. Como acostumbra Ozon, aquí, en esta versión del cuento, no se tratará ya de aventar en un descuido al villano dentro del horno, sino de ceder ante sus lujuriosas caricias. Para colmo, no será la chica el objeto del deseo. Violento y agresivo, sin tintes caricaturescos, el filme no apeló al público francés sino al estadounidense.
Ese mismo año, Ozon lleva a la pantalla grande una obra de juventud de Fassbinder, Gotas de agua sobre piedras ardientes, y al siguiente, teniendo como protagonista a la actriz inglesa Charlotte Rampling, Bajo la arena, una pieza donde empezará a mostrar mayor madurez. Sin embargo, es en 2002 cuando Ozon logra reunir en una sola película a algunas de las más grandes actrices del cine francés actual. El resultado es una cinta única por su hibridismo de géneros, 8 mujeres (8 femmes), la cual podría clasificarse, si se desea, como una tragicomedia musical-policiaca. Aunque el título y ciertos paralelismos en el argumento podrían remitir a las 8 mujeres y media de Greenaway, otro iconoclasta, la relación no es tan estrecha. Los juegos intertextuales, entre ellos el realizado con de Fellini, y la fría racionalidad del británico apenas guardan lazos con el presente divertimento fílmico.
La primicia de 8 mujeres forma parte de una fórmula conocida y ha sido recreada hasta el hartazgo —Ozon está consciente de este hecho. Corren los años cincuenta en la campiña francesa cuando, durante las vísperas de la Navidad, un magnate muere apuñalado en su mansión. Nadie puede escapar del sitio. Hay una tormenta de nieve y el teléfono ha sido cortado. Las sospechosas son las ocho mujeres que rodeaban en vida al hombre. Y cada una, por supuesto, tiene un motivo para enviarlo al camposanto. Catherine Deneuve es Gaby, la esposa aburguesada, la orquídea con manchas de leopardo, la heredera de la fortuna. Isabelle Huppert es Augustine, la cuñada solterona y amargada, la camelia sin olor a punto de explotar por su mojigatería. Fanny Ardant es Pierrette, la hermana de cascos ligeros, ex bailarina exótica, la rosa roja que desborda sensualidad. Emmanuelle Béart es Louise, la nueva criada, la juventud y la blancura en flor con la que el dueño de la casa se solazaba de vez en cuando. Danielle Darrieux es Mammy, la suegra sabandija e inválida, la violeta ajada y avariciosa. Virginie Ledoyen es Suzon, la hija mayor venida de Inglaterra, poseedora de pétalos rosas y blancos, en apariencia casta y decente. Firmine Richard es la señora Chanel, la cocinera, un girasol arropador y cálido. Por último, Ludivine Sagnier es Catherine, la hija menor, la consentida y la graciosa, la margarita conocedora de las intrigas detrás de las novelas policiacas pues se pasa las noches en vela leyéndolas. Desde los créditos, cada mujer es una flor deslumbrante, aunque plantada en un jardín de divas.
Desde Sirk hasta Minnelli, desde Crimen por muerte hasta Gosford Park (o, en su infumable título en español, Muerte a la medianoche), pasando por Agatha Christie y el juego de mesa de Parker Brothers llamado Clue (duplicado en nuestro país como ¿Quién es el culpable?), y quizás hasta con una pizca de Almodóvar; así podrían resumirse las influencias de Ozon en su quinto largometraje. Pero la principal, confesada por el director, sería Las mujeres (1939) de Cukor, una cinta del viejo Hollywood en donde Norma Shearer desea salvar a su marido de las garras de Joan Crawford con la ayuda de Rosalind Russell. En el reparto, no había ningún actor. El protagonismo era sólo para el género femenino. De hecho, el plan original de Ozon consistía en la realización de un refrito del mencionado crédito de Cukor. Para su mala suerte, los derechos ya habían sido comprados por Julia Roberts y Meg Ryan. Después de tan insalvable obstáculo, decide adaptar una obra de teatro de Robert Thomas: 8 mujeres.
La misma soberanía del género femenino vista en Las mujeres navega a lo largo del filme del realizador francés. Marcel, el dueño de la mansión, apenas es visto de espaldas y, aunque todos los personajes se relacionan entre sí en función de sus lazos con él, los espectadores sólo podrán contemplarlas a ellas. No sólo se nota la huella de los melodramas y las comedias musicales por los aspectos formales de la cinta (el vestuario, la dirección artística, el maquillaje, la música) sino también por los colores. Cada combinación de colores es característica de un personaje y de la flor que lo representa en los créditos iniciales. También es un reflejo de su personalidad, muy a la manera de los vestuarios de Edith Head en Vértigo de Hitchcock. Como en el juego de mesa Clue, donde cada sospechoso representa un color, una pieza en el tablero, un títere en función de la intriga, así, en este caso, se podrán identificar en el vestuario y sus colores la actitud y el carácter de la mujer que lo porta. Tanto artificio es más que evidente desde el comienzo y a él le sigue una teatralidad donde la abulia aristocrática se refleja sin pudor.
En la primera escena, Suzon, la hija mayor, entra en la casa con sus maletas. Viene a pasar la Navidad después de una estancia en Inglaterra, pues estudiar allá es muy chic. Su primer encuentro se da con Mammy, la abuela inválida. Luego aparecen Gaby, la madre, y Chanel, la cocinera. Todo es alegría, bienvenidas y saludos cordiales. El equilibrio lo altera con sus suspicacias la tía Augustine, la solterona. Sin embargo, eso no es nada fuera de lo normal. El elemento del artificio se refuerza con la llegada del primer número musical a cargo de Catherine, la hija menor: “Papa, t’es plus dans l’coup”. Así, a lo largo de la cinta, cada una de las actrices interpretará en su propia voz versiones renovadas de canciones populares en Francia durante los años sesenta y setenta, muy al estilo de Moulin Rouge, aunque sin caer en las saturaciones y en la violencia visual contra el espectador que convirtieron a dicho filme de Luhrmann en un verdadero bodrio. Poco después, una vez presentadas siete de las ocho mujeres, vendrá la intriga policiaca con todos sus clichés: la criada que entra en la recámara con la bandeja del desayuno y sale de ella anunciando a gritos el homicidio, el auto descompuesto a propósito, el cable del teléfono cortado y las sospechosas aisladas. No podrá faltar el detective improvisado: Suzon. Por su reciente regreso, asume este papel de forma natural. Pero no faltará quien la arrastre de vuelta a la fila de las posibles culpables pues no es posible confiar en nadie. En este aspecto, en el de la intriga, cobra gran importancia el espacio cerrado. Igual al departamento de Pepa en Mujeres al borde de un ataque de nervios, la mansión de Marcel se convertirá en el escenario donde se ventilarán los vicios y las virtudes del respetable señor de la casa. Y también —¿por qué no?— los vicios y virtudes de sus ocho mujeres.
La presentación de todos estos elementos tan gastados es de una sutileza paródica. 8 mujeres recuerda otras interpretaciones del género. Desde las más serias y ambiciosas, como el Gosford Park de Altman, hasta las más hilarantes, como el Crimen por muerte de Robert Moore; y aún las fallidas, como la versión cinematográfica del juego de mesa Clue, Los siete sospechosos. El crimen, esa cara del “mal”, viene a perturbar el esquema afable y le sienta aún mejor a Ozon en su obsesión por destruir convenciones y cuestionar instituciones decadentes y todavía arraigadas en la actualidad. Se introduce este supuesto mal, esta alteridad, dentro de un mundo idílico, hermético, como ocurría en Sitcom y, poco a poco, como en toda intriga del género, empiezan a caer las caretas, a develarse los secretos que en el caso de 8 mujeres rayarán, como ciertas novelas detectivescas, en lo absurdo. Vendrán las contradicciones, las entradas y salidas de personajes, los chismes, las agresiones, la gritería, los arañazos y quizás hasta un beso prohibido entre dos grandes divas. Este desarrollo se verá sustentado en las impresionantes interpretaciones de las ocho actrices que transforman la caricatura en algo más profundo. Aun durante sus números musicales, se esfuerzan por no representar al típico personaje hueco de la intriga o al siguiente peón sobre el tablero y, a pesar de la parodia, logran vestirse, además de con un vestuario tan vistoso, con carne, con lágrimas, con sentimientos. Para comprobarlo, sólo basta citar “Message personnel”, la canción en voz de Isabelle Huppert —arropada dentro de Augustine, versión degradada y cómica de Erika Kohut, La pianista de Haneke.
Imposible exigirle demasiado al brillo o al glamour de estas 8 mujeres. Tampoco presentan planteamientos metafísicos ni mucho menos. Los intelectualoides se verán defraudados. Aunque sí se halla, debajo de las preciosistas apariencias, esa crítica contra lo establecido. No por nada entre el delirante torrente de revelaciones absurdas se encuentran temas tan espinosos como el alcoholismo, el adulterio, la avaricia, el lesbianismo, el incesto, la maternidad en soltería, entre otros. Sin embargo, la farsa se constituye en eficaz paliativo para el golpe que podrían causar en ciertos espectadores tales temas. A pesar de lo anterior, la acidez y el cinismo típicos de Ozon no dejan de estar presentes. En fin, 8 mujeres es un divertimento fílmico sí, pero no carente de atractivo.
Una pifia resulta, por otro lado, que una cinta como ésta —con un insólito reparto multiestelar— permanezca enlatada y sin ninguna distribución dentro de nuestro país, mientras otras cuya única característica es la intrascendencia y el mercantilismo tengan el privilegio de ser estrenadas mundialmente. No es de extrañarse. Igual le sucedió durante dos años a Lynch con su Mulholland Drive. Como acostumbra, después de esta rara distribución en la que sólo se ha contemplado en Latinoamérica a Argentina, Ozon acaba de hacer su más reciente entrega hace unos meses en el festival de Cannes. La cinta se titula Swimming Pool (2003) y es su primera incursión en el cine de habla inglesa, además de incluir en los papeles principales a dos actrices con las que ha trabajado anteriormente: Charlotte Rampling y Ludivine Sagnier. A ver si dicho crédito corre más suerte en tierras mexicanas.

8 mujeres (8 femmes, 2002). Dirigida por François Ozon. Producida por Olivier Delbosc y Marc Missonnier. Protagonizada por Danielle Darrieux, Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emmanuelle Béart, Fanny Ardant, Virginie Ledoyen, Ludivine Sagnier y Firmine Richard.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=Fv8_fsEq_j0
"Message personnel", que fuera éxito de Françoise Hardy, en voz de la Huppert: http://www.youtube.com/watch?v=wOPpPEzesfs

Nota: Años después me entero de que la obra de teatro de Robert Thomas fue puesta en escena en México en dos ocasiones con el título de Las arpías. La puesta más reciente bajo la dirección del lagunero Humberto Zurita. Y sí hasta su canal de YouTube abrieron con cápsulas de cada una de las actrices del reparto (http://www.youtube.com/user/LasArpias). No sé. Encuentro cierta distancia entre Emmanuelle Béart y Niurka Marcos.