Tu cena está servida

La abundancia actual y desproporcionada de series ha causado que cada cual ande con la suya. Cada quien en su mundo. Cada cual ensimismado dentro de su burbuja. Imposible resulta ahora entablar aquellas conversaciones en grupo en las cuales todo mundo había visto la noche anterior el mismo episodio de la misma teleserie (sobre todo, la telenovela del horario estelar en México). Esos bonitos tiempos ya quedaron atrás. Si acaso vemos el mismo programa, aunque fuera de sincronía. Hay tantas opciones y no exclusivamente en lengua inglesa. Porque no falta el lobotomizado del cerebro que presume de ver solo las gringas. Y todititas. Como si dispusiera de un horario de diletante. Hay quienes, bastante más ecuménicos, se aficionan a las telenovelas turcas y otros a las chinas. Para muestra, un par de botones: en esta entrada y aquella otra. ¿Qué descerebrado se pone a ver culebrones chinos sobre concubinas intrigantes de la dinastía Qing? Una detrás de la otra, para colmo. Me detengo para cuestionarme si algún día lograré escribir la tercera y última entrega de ese trébol de textos. Ni La leyenda de Miyue (2016) ni La dinastía Ming (2020) me han enganchado tanto como las telenovelas que repasé antes de la pandemia. Será porque se centran en otras dinastías. Mejor ni hablemos de las hoy llamadas docuseries de crímenes reales. Esa veta también se me está agotando.

A veces la recomendación de un programa viene de muy cerca. Otras, de muy lejos. Me han recomendado en infinidad de ocasiones Los Soprano, Juego de tronos, Dexter, Breaking Bad, Yellowstone, entre otras. Lo cierto es que no pienso verlas. Claro, hasta que llegue el momento indicado. Luego ocurren imprevistos. Empecé a ver Yellowjackets (2021), en primera instancia, porque me la recomendó un alumno que vive en Australia. Sin embargo, hubo otro factor más. A mediados de junio decidí tomar una semana de descanso del trabajo en línea y, por desgracia, me enfermé a comienzos del ansiado reposo. No quedó de otra. Ya había terminado de ver Succession y había visto los primeros nevados y sangrientos minutos de Yellowjackets. Algo me habrán intrigado. No quedaba nada más por hacer ya que nunca puedo concentrarme en la lectura cuando me llega una bendita infección de vías respiratorias.

Yellowjackets, al igual que The Offer, se halla en la plataforma de Paramount. Aunque se puede acceder a ambas si se tiene el servicio de Megacable. Ése que le promete a uno ver cualquier programa cuando a uno se le dé la gana. Sin embargo, el tal servicio resulta ser, de vez en cuando, de eficiencia dudosa. Por ejemplo, empecé a maratonear Yellowjackets durante la enfermedad y me quedé con un palmo de narices cuando llegué al episodio tres de la segunda temporada. “Se ha producido un error” (decenas de veces en la parte de abajo de la pantalla) y hágale como quiera. No hay manera de que pueda reproducir el episodio y ni modo de saltármelo para continuar con el cuarto. Da igual. Dejaré el maratón en suspenso y ya el tiempo dictaminará si valía la pena escribir este breve comentario sobre ella. Bien es sabido que la mayoría de las series gringas de hoy comienzan siendo obras maestras en la primera tanda y, ya para la cuarta o quinta, terminan convirtiéndose en bazofias. Si no, pregúntenles a House of Cards y al manolarga de Kevin Spacey.

Yellowjackets sigue dos líneas narrativas: una ubicada en 1996 y otra alrededor de 25 años después, durante un 2021 en el que parece no haber pandemia alguna. La línea narrativa del pasado nos relata la historia de supervivencia de un grupo de adolescentes (en su mayoría, mujeres). La de 2021, cómo algunas de las supervivientes de aquella experiencia tan traumática continúan viviendo con las consecuencias del hecho, a pesar de que todas han guardado silencio durante esos largos años. El inicio de 1996 es (casi) todo esperanza y promesas maravillosas: un grupo preparatoriano y femenil de futbol de Nueva Jersey va a viajar a un campeonato nacional. Escribí “casi” porque a una integrante chambona le rompen “accidentalmente” la pierna para que no asista a la competencia. En el equipo de las Yellowjackets hay de todo: la popular engreída, la mustia, la rica esquizofrénica, la devota, la darketa maldosa, la pelirroja, la étnica resuelta, la tímida, etcétera. El vuelco del destino vendrá con el avionazo en las profundidades de un bosque montañoso e inmenso. Por cierto, avionazo con varias muertes incluidas: algunas jugadoras, el entrenador principal, los pilotos. Se salvan la mayoría de las chavas, el entrenador más joven y los dos hijos latinos del principal. Gracias al salto acrobático de los 25 años, conocemos a cuatro de las supervivientes en la edad madura. Ahí se ven obligadas a rencontrarse cuando una periodista metiche las acosa para ver si alguna está dispuesta a develar los secretos de aquella avernal experiencia. La primera superviviente es ama de casa; otra, aspirante a senadora; la tercera, drogadicta en rehabilitación y la cuarta, indescriptible en su rareza (quizás, para mí, el personaje más fascinante y ameno de la serie: Misty Quigley).

Yellowjackets tiene el mérito de ser una historia original, aunque en su trama resuenen los ecos de El señor de las moscas, El hombre de mimbre, más recientemente Voraz de Julia Ducournau e incluso del caso setentero del equipo uruguayo de rugby. Los artífices son originarios de Nueva Jersey: Ahsley Lyle y Bart Nickerson. La pareja, tanto en el escritorio como en la vida real, están conscientes de esa última semejanza y en algún momento hacen una mención explícita a dicho episodio, tan sonado en su momento y que cuenta con dos adaptaciones cinematográficas en diferentes idiomas: Supervivientes de los Andes de René Cardona y Alive de Frank Marshall. Con Alive, Yellowjackets comparte locaciones: tanto la película de 1993 como la serie de 2021 fueron rodadas en Columbia Británica. Aunque además habría que hablar de otras influencias por la mezcla de géneros: a veces, drama de chicas preparatorianas; otras, folletín detectivesco y otras más, horror folklórico y sobrenatural.

Al notar la presencia preponderante de mujeres tanto frente como detrás de las cámaras, algún machito trumpista podría acusar a la serie de ser un producto súper woke. Pero no es así. No del todo. No se trata de un “wokismo” metido con calzador como empieza a acostumbrarse en años recientes dentro de la órbita del Hollywood más comercial. Nadie va a poner a una actriz de origen africano en el rol de Ana Bolena o a una asiática en la corte de Isabel I. Si tomamos como ejemplo (de los varios que hay en la serie) al personaje de Taissa (Tawny Cypress), se notará el contraste entre sus circunstancias de los años 90 y de 2021. En ese 2021 sin rastro alguno del COVID-19, Taissa es una mujer afrodescendiente casada con otra y ambas tienen un niño. Por contar con la determinación imbatible que siempre la ha caracterizado, aspira a una senaduría estatal y parece muy probable que logre ganarla. Así han cambiado los tiempos. En los 90, una vez abandonada en la zona silvestre con sus compañeras, oculta en principio su relación interracial con Vanessa. Poco a poco irá siendo evidente para el resto del grupo. Hay una lógica interna. Asimismo, para todas aquellas personas que pensaron que por tratarse de chavas adolescentes la convivencia en terreno salvaje iba a terminar en final feliz cantando todas juntas “Kumbayá”, deberían prepararse para una sorpresa. Es evidente que no vieron Voraz.

Esto me lleva de pasada a la molesta falacia del debate de la “representación” en series o en películas hollywoodenses. El emporio Disney, por ejemplo, le apuesta a una actriz afroamericana para una reinterpretación de La sirenita no porque sea muy progresista ni incluyente ni buena onda ni quiera de veras que todas las niñas afroamericanas de esta galaxia y las conlindantes sientan bien chidito viendo a una Ariel que es como ellas, sino porque solamente le interesa recaudar dinero en las taquillas. El todopoderoso emporio sabe que la mayoría de los niños y los jóvenes están pegados a las redes sociales y que levantar ámpula en esos espacios digitales atraerá la atención de ese público selecto, el que no ha dejado de asistir a las salas de cine. Los mismos imberbes usuarios de las redes sociales se alegrarán o se desgarrarán las vestiduras cuando, en series o en películas de Hollywood, se conformen repartos multirraciales, cuando los temas de la diversidad sexual se traten de forma respetuosa o cuando una actriz trans interprete el rol de una mujer trans. Líbrennos los ángeles de la corrección política de que Scarlett Johansson se atreva a interpretar a una. Quizás no se den cuenta del todo de que están siendo manipulados (¿“manipulades”?) para consumir o rechazar este o aquel producto. O a lo mejor sí se percatan: tengo entendido que La nueva sirenita fue un fracaso. Al fin y al cabo, las engañosas campañas montadas por los publicistas hollywoodenses son más viejas que la ventosa: “¡Gracias a los decorados en la película de Barbie, se acabó toda la pintura rosa de esta galaxia y las colindantes!”

El gran poder de la ficción es que el personaje con el cual me puedo identificar no necesariamente debe ser idéntico a mí en un aspecto o en todos. ¿No es eso más bien una característica del narcisismo? ¿Dónde quedó la verdadera empatía que dizque nos distingue a los seres humanos? Vaya uno a saber. Tal vez a las generaciones más jóvenes solo les interese verse reflejadas, a su imagen y semejanza, en el espejo de la ficción. Al menos, así lo piensan en Hollywood y toman sus decisiones de comité a partir de esta premisa, acaso falsa. En mi órbita particular, puedo identificarme con esa o aquella protagonista de Yellowjackets sin tener que ser una adolescente de “Seventeen” (fabulosa canción de Sharon Van Etten, dicho sea de paso) que sufre un accidente de avión, queda abandonada entre montañas y bosques y eventualmente tiene que recurrir a comer la carne de sus compañeras para sobrevivir. A mí, el hecho de que Misty desactive la caja negra del avión para que nadie las encuentre, me parece de lo más razonable posible. Y, aunque la trama de repente sea bastante rocambolesca, esta característica no ha logrado hasta ahora desconectarme de los personajes ni de sus conflictos. Y eso que el tercer episodio de la segunda temporada culmina con una escena no muy disímil al final caníbal de El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante del británico Peter Greenaway. Veronica Sawyer (la protagonista de Heathers), tu cena está servida.

El mayor atractivo para mí, además de la banda sonora de los años 90 (Hole, Garbage, Alanis Morisette, Smashing Pumpkins, The Cranberries y hasta Wilson Phillips), fue ver juntas a tres mujeres que comenzaron sus carreras en aquella época y que se han convertido en actrices formidables. Me refiero a Juliette Lewis (Cabo de miedo, el refrito de Scorsese), Melanie Lynskey (Criaturas celestiales, debut también de Kate Winslet) y Christina Ricci (Sirenas con Cher, así como su dupla con Gasparín). Al trío habría que agregar a Tawny Cypress como un descubrimiento (para mí, aclaro) pues parece ser que la mayor parte de su carrera la ha hecho en la televisión estadounidense. No solamente ellas: entre las actrices jóvenes, destaca Sophie Nélisse, de origen quebequense y a quien vi por primera vez en Monsieur Lazhar.

Otro aspecto bastante loable de Yellowjackets es la sincronización exacta de apariencia entre las actrices. Esto habla de un trabajo de casting excelente, sobre todo, lo relacionado con el empate de las mujeres de los 90 con las de la época actual. Quizás un poco menos en el caso de Juliette Lewis y Sophie Thatcher por tener aquella los ojos bastante más claros. La serie no evita, sin embargo, caer alguna vez y no tan seguido en la trampa de la nostalgia a la usanza de Stranger Things. Ni en las argucias manidas de las segundas temporadas: añadir personajes (¿de dónde chingaos salió Crystal?, ¿dónde estuvo durante el avionazo y toda la primera temporada?), complicar las tramas más de lo necesario o replicar situaciones (Misty secuestra a la periodista, pero a Natalie también la secuestran).

En suma, no he terminado de ver la segunda tanda de episodios y todo parece indicar que la historia no terminará ahí. Quizás la huelga actual de escritores en Hollywood retrase algo la llegada de una tercera temporada. Pero, como lo mencioné anteriormente, solo el tiempo dirá si habrá valido la pena invertir tiempo en Yellowjackets. Hasta ahora puedo decir que sí.

El avance: https://www.youtube.com/watch?v=7nu4--9IPRY