Joyas que vi de chiquillo (X)


Si llego vivo a esa fecha (porque todo es posible ante este inicio de los 20 del siglo XXI), el próximo 9 de septiembre cumpliré 25 años de estar escribiendo de forma no tan ininterrumpida sobre cine. Todo empezó en septiembre de 1996 con un texto pésimo sobre la igualmente pésima cartelera veraniega torreonense, un texto que el escritor Jaime Muñoz Vargas tuvo a bien publicar en el suplemento cultural la tolvanera de la revista brecha. Lo rescaté del olvido en esta otra entrada bloguera hace más o menos 7 años. No sé para qué. Quizás sólo como una suerte de ejercicio mnemotécnico. Desde 1996, en un sitio u en otro han aparecido reseñas de mi autoría (principalmente en publicaciones como la mencionada, Siglo Nuevo y Acequias). La más reciente en el número 82 de esta revista de la UIA Torreón (su edición digital se encuentra aquí) y la mayoría de ellas por escrito, aunque últimamente de forma oral en el programa de radio Filmanía de Héctor Becerra. Esto gracias a la generosa invitación de su titular y, en especial, de Jessica Ayala Barbosa, a quien conozco desde mis colaboraciones con la revista Siglo Nuevo. De regreso a la tolvanera, tras aquella primera publicación, se dieron un par más hasta culminar en octubre de 1996 con la aparición de una columna más o menos estable titulada “El bueno, el malo y el feo”. La acertada responsabilidad del título fue toda de mi buen amigo Jaime Muñoz porque para entonces, para cuando escribía aquella columnita cada quincena, yo ya había renegado de todo el género de vaqueros y (no sé por qué soberbia razón) de la cinta que me inició en el mismo.
El encierro autoimpuesto por la pandemia me sirvió para detonar una serie de recuerdos que ya creía olvidados. O, como en el caso de la muerte de Ennio Morricone el 6 de julio de 2020, para lamentarme ante el hecho tan triste como innegable de que los cinéfilos nunca tendremos otra banda sonora firmada con su nombre. Una vez humillada mi propia arrogancia y revalorizado el género aludido (así como la obra de otro italiano, uno de apellido Leone), miro hacia atrás y me encuentro con ese chiquillo de 7 u 8 años que por primera vez escuchó las notas de la secuencia de entrada de El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966). Las escuchó atentamente y nunca más pudo olvidarlas. No tenía, obvio, la edad suficiente para haber descubierto el film en la pantalla grande y dentro de una sala de cine. Sin embargo, sí tenía la lucidez como para tomar el videocasete formato Beta entre las manos y reproducirlo en un aparato electrónico hoy visto como un vejestorio. No sólo fueron la dirección de Leone ni la música de Morricone los elementos que dejaron una impronta imborrable en mi mente. Fue además la presencia amenazante del gran Lee Van Cleef.
Como nota al pie, resulta sumamente ideal que esta cinta sea la décima joya de un recuento emprendido hace también bastante tiempo (no un cuarto de siglo, aunque sí un poco más de una década: la fecha de aquella primera entrada, la de Muerte [¿o Asesinato?] en el Expreso de Oriente es de 2011). Como breve repaso, las cinco anteriores han sido Terror en los pasillos, Monty Python y el Santo Grial, Crimen por muerte, Heathers y El resplandor. Más que descripción de la cinta paso a paso como lo he hecho en otras entradas de este estilo, la presente se tratará de una mera evocación (dentro de la cual hay un muy sentido homenaje) a la película y a las tres figuras titánicas contenidas en ella. Es decir, el cineasta, el compositor y el actor antagonista. Va entonces esta vuelta al pasado y al viejo oeste de don Leone:


Casi ignoro cómo habrá llegado el videocasete formato Beta a mis manos, pero ahí estaba, dentro de aquella salita de televisión de nuestra casa en Monterrey: un lugar lúgubre (la sala, no la casa) cuya única luz entraba por unas puertas deslizantes de vidrio que daban a un patio interior alfombrado con zacate artificial y cuyo techo eran unos grandes domos transparentes. Un poco kitsch el escenario, debo decirlo. Y eso que en esta descripción ni siquiera hago mención del papel tapiz de tema selvático ni de los sillones de ratán de respaldo alto y ancho. En realidad, tuvieron que haber sido 2 videocasetes porque la duración de la película así lo ameritaba: 2 horas y 40 minutos aproximadamente.

Lo primero que me impactó tuvo que haber sido el entramado de las notas musicales. Quizás nunca había escuchado algo tan emocionante ni tan extraño. Los coros burlones como emitidos por bandidos, de ésos que mascan tabaco, en mescolanza con los latigazos y la disímil combinación de instrumentos que de vez en cuando se alterna con el sonido de las balas. Y hacia el final los cañonazos de la guerra. Viene el despliegue de nombres en la pantalla. Luego del actor principal cuya carrera iba en ascenso, aparece “El malo” en una tipografía diferente. Aunque muy en segundo lugar para otros espectadores, para mí, se ha convertido en el más importante del trío por haberle seguido los pasos durante los muchos meses que me tomó escribir esta entrada del blog: Lee Van Cleef. Lo anterior se apreciará mejor más adelante. Luego de varios nombres y apellidos italianos, llega el buen Eli Wallach en el papel de Tuco (¿habránse visto apodo y elección de actor más mexicanos?), a quien de inmediato después veremos en la primera escena. Vuelvo al paréntesis anterior. Puede ser que la elección de Wallach no sorprenda tanto si contamos con el dato de que en The Magnificent Seven de John Sturges había hecho a un bandido mexicano (diente de oro y camisa roja de olanes incluidos). Aquel personaje de Calvera, algo más cercano al gringuísimo Frito Badito de unas frituras de maíz que a algún forajido mexicano un poco menos inauténtico. Sin embargo, ¿no hacía lo mismo Alfonso Arau en Three Amigos? Me distraigo. Mejor retomo los créditos y la música de Morricone…

(El resto se publicará dentro de muy poco. De veras. No es broma).