El texto anterior de esta ahora triste serie de tres pertenecía a 2020. Cinco años han transcurrido. La razón se explica simple. Este tercer y último acto fue como si hubiera escalado con un montón de piedras hasta la cima de una montaña, luego de la bromista indecisión del primero y el disfrute sin límites del segundo. ¿Por qué? Porque, desde entonces, se me cruzaron una pandemia proveniente del país en cuestión, así como un par de eventualidades inusitadas. Incluso, dentro del mayor retraso, esto debió haberse escrito en octubre del año pasado. But shit happens, reza algún buen adagio en inglés. Y vaya que ha pasado mucha (y muy grande) de la mala sustancia aludida por delante de mí en los últimos doce meses. Así es la vida. Ni modales. El tercer acto, el del adiós, siempre se torna hacia lo deprimente. Termino con este asunto de una buena vez, aunque quede muy poco de energía (y de renglones) para conseguirlo. Va pues:
Para mi séptima telenovela china, no pude elegir nada más aburrido ni más tedioso. Sobre todo, si me atrevo a sumergirme en el marasmo de las odiosas comparaciones y a tomar en cuenta las incesantes intrigas de lo ya visto con anterioridad. Me refiero especialmente a un trío palaciego de tres con el cual me divertí horrores: Emperatrices en el palacio, El amor real de Ruyi en el palacio e Historia del palacio Yanxi. Estos tres dramones aludidos fueron materia de las entradas previas, la uno y la dos (a consultarse en los enlaces presentados). Y sí: Miyue, con alrededor de 80 episodios, también tiene mucho que ver con un par de palacios. Su duración es similar a la de los otros melodramas de mi historial de televidente de culebrones chinos, aquellos muchísimo más emocionantes. Por desgracia, entre más asuntos políticos y menos intrigas de concubinas liosas se ventilan, menos interés nace de mi parte. Se transmitió en su país de origen entre 2015 y 2016. Yo la vi entre agosto de 2019 y enero de 2023 con largas pausas por el hecho de que de plano no lograba engancharme. En lo más mínimo. Se repiten unas cuantas actrices de Emperatrices en el palacio. La actriz protagonista, Sun Li (o Li Sun, ya no sé cuál es el orden correcto de los nombres y apellidos asiáticos), es la misma, obvio, y muy al comienzo aparecen la consorte Hua (Jiang Xin), la mala del inicio, y otra que la hacía de una de sus sirvientas más fieles. Está al menos un actor de The Rise of Phoenixes o El ascenso de los fénix, el consejero de la protagonista, encarnado por Zhao Lixin. Como la escritura de este texto me separa por bastantes años desde que la empecé a ver, recuerdo de forma ya muy difusa cómo arranca la trama de La leyenda de Miyue.
En el palacio real de cierto reino de cuyo nombre no puedo acordarme, surge una profecía desastrosa sobre la recién nacida Miyue y de ahí que se convierta con el paso de los años en la cenicienta del harén. Después, a una de sus hermanas, la más querida para ella (creo acordarme un poquito), la casan con el rey de un territorio vecino por alianzas estilo reinos rivales. Supongo que es la época de los Reinos Combatientes y todo parece indicar que sí tomando en cuenta que en el final (spoiler alert!) se revela que el hijo de Miyue se transformará con el tiempo en el primer emperador de China, Qin Shi Huang. En fin, ella acompaña a su carnalita como dama de compañía (¿era parte de la dote?) sin imaginar que el mismísimo rey querrá incorporarla a su harén de concubinas, la hará su favorita y ahí empezará el inevitable pedicure entre las hermanas.
Igual de forma borrosa rememoro encuentros con pueblos más salvajes, la adopción por parte de Miyue de un niño cuasi-caníbal en esa comarca, la trágica muerte del rey y luego el rol de nuestra protagonista como regente, así como la relación amorosa de escándalo con el líder de los salvajes. Al final, como lo mencioné antes, resulta que el hijo de Miyue se convertirá en el primer emperador de China (de ahí la profecía del arranque) y ya desde chiquillo le empiezan a fabricar el ejército de guerreros de terracota para su tumba imperial. Si se trata de telenovelas protagonizadas por Sun Li, mucho mejor optar por Emperatrices en el palacio.
2) La dinastía Ming (2019)
Algo de digresión antes de llegar al meollo del asunto: no hace mucho vi por fin la cinta La decisión de partir (2022) del director sudcoreano Park (el mismo de Oldboy, Señora Venganza y Stoker). ¿Hay otro director Park en Corea del Sur? ¿Hay directores de cine norcoreanos? Da igual. En el rol protagonista femenino se halla Tang Wei. A ella la vi por primera vez en su escandaloso (por las escenas de sexo) debut con Ang Lee de título Lujuria y traición (2007). Luego, durante la pandemia, en Largo viaje hacia la noche (2018). Incluso propuse tal cinta de Gan Bi para ser reseñada en el programa radiofónico Filmanía con Héctor Becerra y Jessica Ayala. La decisión de partir llega a mí apenas hace unos meses después de haberme chutado en 2023 La dinastía Ming. Quién puede juzgar actuaciones en un idioma que ni siquiera conoce superficialmente. Intuyo apenas que hay un cambio de registro entre el cine y la televisión. Por supuesto. Así tendría que ser. Sin embargo, a pesar de la barrera lingüística, no se puede negar que tanto en un medio como en el otro, Tang Wei es una actriz de talento innegable. Ni hablar de su evidente belleza. Todo esto para afirmar que su sola presencia me bastaba para que quisiera echarle un poco más de ganitas al visionado de mi octava telenovela china, luego de mi fracaso estrepitoso con La leyenda de Miyue.
¿De qué se trata La dinastía Ming? Luego de un preludio en el que se nos presenta a la actriz principal como la madre de la nación, se realiza un flashback. Dos hermanas son separadas por la usurpación del trono desde niñas. Una se queda en palacio como sirvienta y la otra se une al movimiento rebelde con el afán de asesinar al soberano usurpador, el emperador Yongle. Esta última es nuestra heroína, Sun Ruo Wei, a la que interpreta Tang Wei. Luego de muchas peripecias, las dos carnalitas se casarán con el nieto del citado usurpador. Ahí empezará el inevitable pedicure entre las hermanas.
A pesar de contar con alrededor de 60 episodios, le dediqué la mayor parte de 2023 (sino es que todo el año) porque comencé a verla en enero y la terminé a finales de ese mismo año. De Ming recuerdo más escenas que de Miyue, por obvias razones. Por ejemplo, lo mamón del nieto imperial cuando descubre la intriga de Sun Ruo Wei y sus secuaces para asesinar a su abuelo. El estira y afloja entre el nieto y nuestra heroína en que ella se debate entre el asco y la simpatía. Además, lo lacrimógeno de la reunión entre las hermanas. Ahí sí lloré con ellas. ¿Para qué negarlo? Poco a poco, por ser rivales en el palacio, también me acuerdo del distanciamiento entre ellas. De cómo muchos años pasan y el antes nieto y ahora emperador muere. Entre tanto, el personaje de Tang Wei apenas envejece. Al menos, no tuvieron el mal tino de ponerle plastas de maquillaje. Al final, todo conflicto se da entre los hijos de las hermanas. Lo más extraño de La dinastía Ming es que haya pasado de un tono tragicómico (y hasta chusco) a uno completamente dramático en su segunda parte. Quizás haya sido planeada para una extensión convencional (de 70 a 80 episodios) y su producción se haya visto interrumpida por la pandemia del covid. Vaya uno a saber.3) Festín real (2022)
El último eslabón de la cadena, la novena telenovela china, inició para mí el primer semestre de 2024 con apenas un puñado de episodios. Luego, cuando sentí que empezaba a ponerse interesante, la vi de forma más asidua y la terminé el día de mi cumpleaños 49 a mediados de octubre del año pasado. Cuenta con solo 40 episodios y aparecen los mismos jóvenes actores protagonistas de Historia del palacio Yanxi. Además, el reparto se ensambla a partir de casi los mismos personajes de La dinastía Ming. A la cabeza se encuentra idéntica familia imperial y, por eso, se guardan similitudes, aunque la trama resulta muy diferente. Como el otro lado de la tortilla ya visto con relación a El amor real de Ruyi e Historia del palacio Yanxi y que expliqué en la segunda entrada de la presente serie de textos.
En el caso de Festín real, no hay pedicure entre hermanas, sino en primera instancia entre aprendices (¿“aprendizas”?, ¿ya se puede usar así como “presidenta” y no se considera un error garrafal?) de cocineras y luego entre la emperatriz y la consorte imperial, pero eso ya es bastante tarde en la trama como para dejar una fuerte impresión en el espectador. A diferencia de todas las otras ocho que había visto, se le pone marcado énfasis a la comida, al modo de preparación, a las mañas de la cocina para preparar una exquisitez que deleite el paladar de la familia imperial. Tanto así que si se redactara un menú con todos los platillos que aparecen en la telenovela, terminaría con uno de cientos y cientos de manjares.
La trama se centra en cierta aprendiz de cocina que prácticamente es una genio: Yao Zijin (Wu Jinyan). De ella, por supuesto, se enamorará el nieto del emperador: Zhu Zhanji (Xu Kai). Antes de que puedan conocerse (¿por primera vez?), la protagonista tendrá que sortear una serie de obstáculos en la cocina, entre ellos y como de costumbre, la envidia de sus compañeras contra las que compite por una jerarquía más alta. Luego resultará que la genialidad de Yao Zijin se debía a que muchos años antes había pertenecido a una familia noble y había estado comprometida con el mentado príncipe. Nadie entre la audiencia se planteará la idea de que nuestra heroína siempre contó con una ventaja desproporcionada con respecto a sus competidoras en la cocina, muchas de extracción mucho más humilde (dígase su mejor amiga de nombre Yin Ziping).
Como ocurría en Ming, el nieto del emperador debe proteger a su padre, el príncipe heredero, de intrigas por parte de los tíos así como de su propia inutilidad. Tanto allá como aquí, el padre es representado como un gordo inútil que, además, una vez ascendido al trono muere bastante rápido, para dejarle el camino libre al galán de la heroína. De los momentos más emocionantes, que recuerdan en algo lo ya visto en otros culebrones de concubinas, está cuando Yao Zijin y Yin Ziping intervienen para ayudar a una consorte que, a la larga, termina suicidada. O también cuando exista una competencia culinaria entre la protagonista y Su Yuehua (Wang Churan), antipática, cruel y principal rival dentro de la artes culinarias.
Después de muchos ires y venires, nuestra heroína se convierte en la consorte imperial y eventualmente, ya se sabe, ella y el antes-príncipe-ahora-emperador viven felices para siempre dándoles a los televidentes el final gozoso que la pareja de actores protagonistas no pudo concretar en Historia del palacio Yanxi hasta hoy, por lo visto, la telenovela china más exitosa de intrigas palaciegas de todos los tiempos. Festín real (o Royal Feast), ni por su extensión ni por su alcance de audiencias, repitió el esperado éxito a pesar de la pareja en el protagónico y el final típico de culebrón.
Se suele decir que cada cabeza es un mundo. Todavía me pregunto cómo llegué hasta este punto y a qué se debió mi afición en algún momento patológica por los productos audiovisuales comentados. Da igual. Solo pretendía burlarme de quienes únicamente se interesan por las series angloparlantes y gringas, por el cine rabiosamente unilingüe de Hollywood y de visión occidental. Aquí termina mi periplo. No me queda nada más que decir sobre las telenovelas chinas. No creo que, en el futuro, vuelva a ver alguna. Si acaso, repetiré el visionado de las que más me gustaron. Mi presentimiento es que de igual manera se me agotarán las ganas de seguir escribiendo y publicando textos en este blog. O incluso de colaborar en proyectos que se desinflan a la menor provocación.