Basta de refritos

No hace mucho tuve que ver la cuarta entrega de Matrix subtitulada Resurrecciones. La mera verdad, aun sin ser fanático de dicha “saga”, me sentí vapuleado. Ahora no basta con que los mercachifles de Hollywood repleten la cartelera cinematográfica con secuelas, precuelas, refritos, reboots y otros productos derivados de ínfima calidad. Sino que, en el caso de Ma-matrix 4, tienen el descaro de reprocharles a sus fanáticos que insistan en exigir más entregas. Y así, de esta manera, apenas comenzado el año, ya se apareció en las salas de cine la quinta entrega de Scream. Si desde 2013 ya hay una quinta de Scary Movie, ¿por qué no una de la cinta que parodiaba? Nada de esto me lo tomo a personal. Salvo cuando de la obra de Agatha Christie se trata. Y en unos días llega a los cines el remake de Muerte en el Nilo.
¿De verdad se necesita otra versión de esta novela policiaca de Christie? Para empezar, la Muerte en el Nilo de 1978 no estaba a la altura de una adaptación como la dirigida por Sidney Lumet cuatro años antes. Albert Finney hizo un buen trabajo representando a un Hércules Poirot bastante fiel a la descripción contenida en los libros. El actor-relevo fue Peter Ustinov que, aunque tenía bastante carisma y una innegable vis cómica, ni por la altura ni por el color de su pelo se aproximaba al famoso detective belga. Sí quizás en lo regordete. Sin embargo, recuerdo la conmoción que sentí cuando vi por primera vez la cinta dirigida por John Guillermin. Hubo un momento en que sentí que mi mozuelo corazón de 11 o 12 años palpitaba sin bridas: el balazo contra Salomé Otterbourne (personaje interpretado por Angela Lansbury) cuando está a punto de revelar quién es el asesino. Efectista, teatral, hiperbólico. Sí, todo eso es cierto. Pero pocas veces he vuelto a sentir algo semejante con una película. Ni se diga cuando Poirot le hace saber a su ronda de sospechosos la identidad del asesino. En aquel momento, en que todavía no empezaba a leer con hambre patológica todas las novelas de la escritora británica, me pareció genial cómo había logrado engañarme. Años más tarde, una vez devoradas cada una de las historias de Christie, me di cuenta de que ese mismo mecanismo (coartada perfecta del principal sospechoso, complicidad amorosa entre personajes que fingen odiarse, sincronización cronológica) aparecía en dos novelas más: Maldad bajo el sol (otra adaptación fílmica protagonizada por Ustinov de 1982) y El misterioso caso de Styles (la primera novela de la autora y, por lo mismo, el primer caso de Poirot). Algo de ese mecanismo se encuentra también presente en Muerte en la vicaría, un caso de su otra detective frecuente (y, si me dan a elegir, mi favorita): la señorita Jane Marple.
Como había sucedido en Asesinato en el Expreso de Oriente, aunque perdieran a Finney, se buscó un reparto estelar donde se alternaban viejas glorias con jóvenes promesas: Jack Warden como un doctor alemán (¡ese acento!) que obliga a sus pacientes a beber orina, Bette Davis como una rica americana que siente una atracción irresistible por la joyas de otras mujeres, Angela Lansbury como una dipsómana escritora lasciva de novelas eróticas o George Kennedy como un abogado fraudulento y bastante torpe con reliquias arquitectónicas. A ellos se les unen David Niven, Maggie Smith, Jane Birkin, Mia Farrow, Olivia Hussey, Jon Finch y Lois Chiles, esta última como la víctima ideal: una bella y rica heredera estadounidense a la que todos, en este crucero por el Nilo, detestan. A ninguno de estos personajes se les exigía complejidad psicológica. Solamente se encontraban ahí para conformar la ronda de sospechosos y, sobre todo, plantear el desafío entre lectores / espectadores y la autora. ¿Quién será lo suficientemente astuto para descifrar el misterio antes de que Poirot haga saber sus “conclusiones”? Ustinov la haría de Poirot dos veces más para el cine en la citada Maldad bajo el sol (Smith se uniría de nueva cuenta a ese reparto para hacer un dueto de “arpías” con Diana Rigg al cantar juntas “You’re the Top” de Cole Porter) y en la adaptación de una de mis novelas favoritas de la Christie: Cita con la muerte (lo único rescatable de esta última cinta de 1988 es Piper Laurie como deliciosa madre autoritaria y posesiva). En la televisión hubo otras tres apariciones de Ustinov como el sabueso de Bélgica: La muerte de lord Edgware, El templete de Nasse House y Tragedia en tres actos.
Afirmar que Ustinov es el actor que más veces ha interpretado a Poirot es una falacia. Quien en muchas más ocasiones se calzó su piel fue David Suchet. Suchet encarnó el rol del inspector Japp en La muerte de lord Edgware (1985), el segundón de Ustinov. Tendrían que pasar unos cuantos años para que él encarnara a Poirot y lo hiciera de la forma más fiel posible. Lo siguió haciendo para la muy longeva serie Poirot. La mayor hazaña de dicho programa de la cadena ITV fue adaptar todos los casos del detective. A veces con mucho apego a los libros (“El misterioso caso de Styles”), a veces inventándose tramas desopilantes (“Cita con la muerte”). Igual adaptaron aquellos casos ya vistos en el cine. Incluido el que nos ocupa: “Muerte en el Nilo”.
Corría el año 2004 cuando se estrenó en la pantalla chica. Entre los más famosos de aquel reparto se hallaban David Soul como el abogado fraudulento, Frances de la Tour como la escritora de novelas eróticas, James Fox como el coronel Race y, como la víctima, una actriz entonces casi desconocida fuera de Inglaterra: Emily Blunt. Aunque también esta adaptación era relativamente fiel a la novela y aunque el rubio inusitado del cabello de Blunt podría inspirar mofas, el crucero, los hoteles, las ruinas y el río semejaban ser reales. Lo anterior para contrastar lo poco que he visto de la tercera y más nueva versión de Muerte en el Nilo, la de Kenneth Branagh. El director de origen norirlandés ya realizó una adaptación completamente innecesaria de Asesinato en el Expreso de Oriente hace unos años. No sólo la dirigió sino que interpretó a uno de los Poirot más alejados del retratado en los libros (ni hablemos de John Malkovich en la versión televisiva de El misterio de la guía de ferrocarriles). Poirot no tiene el cabello castaño ni es delgado ni lleva un bigote dentro de otro ni mucho menos mide un metro con setenta y siete centímetros. Olvidémonos del pelo engominado y la cabeza con forma de huevo. A quien lea esto le parecerá que soy demasiado quisquilloso con meros detalles, pero debo recordarle que desde la adolescencia he leído toda y he releído gran parte de la obra “christiana”. No sé los ires y venires de los herederos de Agatha Christie, pero intuyo que el mando pasó recientemente de su nieto Matthew Prichard a su biznieto James. Mi teoría es que a Jaimito poco le importa la fidelidad a la obra de su bisabuela y le interesa más el biyuyo. Y sí, como le ocurriera a la versión de los setenta, a la de Branagh le fue bien y desde el final de la película ya se perfilaba el refrito.
Veo una vez más el horrible avance, después de que por la pandemia el estreno se atrasara unos meses. Ahora se prevé como fecha de estreno el 10 de febrero. Lo que más me molesta en esta ocasión no es que Branagh interprete a Hércules Poirot con ese falsísimo acento del cancelado Pepe Le Pew. Tampoco que Armie Hammer sea un caníbal abusador de mujeres. Ni que la capacidad histriónica de Gal Gadot sea más que cuestionable. Ni que aparezca un reparto multicolor y anacrónico más acorde al Hollywood progre que al imaginario de Christie. Todo eso me da igual. Lo más repulsivo son las imágenes generadas por computadora. Parte del deleitable escapismo de las novelas de doña Agatha (en gran parte, debido a que se casó en segundas nupcias con un arqueólogo) era imaginarse o ver (dependiendo del producto artístico) la antigua ciudad de Petra, el lujo del Expreso de Oriente, las tolvaneras de una excavación en Irak o, en este caso, el templo de Abu Simbel. Me basta con darle un vistazo al avance de la cinta próxima a estrenarse para darme cuenta de que quien se encargó de los efectos visuales les robó bien y bonito a Branagh y a sus productores. La veré por mera curiosidad, pero no le auguro nada bueno. ¿Por qué no adaptar para el cine otros casos (¡y vaya que hay muchos!) menos conocidos por la audiencia de cualquier generación? Basta de refritos, por favor. #NotMyPoirot