Montreal en pantalla (VI)


Alguien debería prohibir el empleo de ciertas tramas en el universo fílmico. Sobre todo, cuando han sido tan manidas y nadie ha logrado superar a quienes sentaron las bases del género (o del subgénero). En este caso, el subgénero de la cinta de suspenso sobre los mirones testigos de un asesinato. Si ya están ahí desde hace siete o seis décadas ejemplos como La ventana indiscreta de Hitchcock o El fotógrafo del miedo (Peeping Tom) de Powell, ¿qué caso tendría adentrarse en los absurdos de Disturbia con Shia LaBeouf, La chica del tren con Emily Blunt, La mujer en la ventana con Amy Adams, El empleado nocturno e historias anexas? Nada nuevo si recordamos bazofias de un pasado menos reciente, vómitos audiovisuales de la talla de la ochentera Bedroom Window o Falso testigo con Steve Guttenberg e ¡¿Isabelle Huppert?! (sí, aunque usted no lo crea, algún día Mahoney y la pianista compartieron el lecho adulterino). O la noventera y dizque sexy Sliver: una invasión a la intimidad con una Sharon Stone acabada de salir de aquel legendario cruce-y-descruce de piernas de Bajos instintos. Las plataformas se están convirtiendo en la nueva versión de la tele abierta mexicana. Cada vez es más difícil encontrar algo que no sea un verdadero desperdicio. Apenas hace unos días, por ejemplo, activé la prueba gratuita de Amazon Prime y me topé con una película, filmada en Montreal, de título Los voyeristas (The Voyeurs, 2021). Antes de que continúe, “queride lectore” (con aquello del lenguaje inclusivo, aunque en realidad sea totalmente exclusivo por circunscribirse a un número bien limitado de “persones”), a continuación hallará toda la información que arruina la trama. Tal vez, tratándose de este producto infinitamente menor, ya se encontraba arruinada desde su impurísima concepción. Spoilers ahoy!
Montreal en la “actualidad” pre-pandémica. Aunque la ciudad retratada sea lo de menos. Porque, a pesar de que los personajes no están fingiendo que viven en Nueva York (John Wick 2) o en París (X-Men), daría lo mismo que el relato transcurriera en cualquier otra parte del mundo (fuera de dos o tres personajillos de relleno que hablan un poco de francés con acento québécois). La alusión al deseo de contemplar lo prohibido se pone de manifiesto desde el plano inicial en el que se nos muestra una boutique en el barrio antiguo. Una joven rubia, después convertida en nuestra protagonista, se asusta y corre la cortina del probador al sentir nuestra metiche mirada. Ésa, sí: la del lente. Pippa (Sydney Sweeney) es la media naranja de Thomas (Justice Smith). Ambos conforman una parejita joven, jípster y mona (ella bastante más mona que él, por cierto). Ambos rentan un departamento en una zona céntrica de la ciudad. Thomas es un músico o sonidista aficionado. Pippa trabaja en la única óptica de Montreal que tiene el mal tino de ubicarse en uno de los niveles más altos de un rascacielos. No tendrán mucha clientela de a pie, pero lo que sí tiene la chamaca es una vista espectacular: desde la ventana de su oficina se aprecian el domo de la catedral y la cima del edificio CN. No sólo eso, sino que el negocio presenta el nombre más obvio para uno de esta naturaleza: L’Optique - Montréal. Pronto, Pippa y Thomas se dan cuenta de que en el edificio de enfrente hay una parejita todavía más mona y potable que la conformada por ellos y, para su deleite morboso, siempre mantienen abiertas las cortinas y bien prendidas todas las luces. La ropa, por supuesto, escasa. Juegan a darles nombres a sus impúdicos vecinos. Tales nombres bien pudieron haber sido Ken y Barbie (aunque ella sea de ascendencia asiática). No sólo eso, sino que —habiendo tantas plataformas como la de marras, Netflix, HBO Max, Crave en Canadá y los muchos etcéteras— la vida cotidiana de sus vecinos parece convertirse en la serie de moda para Pippa y Thomas. Tanto así que, en una de las escenas más involuntariamente risibles de estas tortuosas dos horas, ellos lloran, se emocionan, gritan y saltan de gusto cuando la Barbie asiática logra desatorarle un trozo de comida que ahogaba el esófago del musculoso Ken. Pronto se arrepentirán de haber apoyado esta torpe maniobra de Heimlich.
Resulta que el vecino Kenny “Mr. Toy-Boy” es un fotógrafo propenso a seducir a las modelos que fotografía en su departamento (sí, fotógrafo de fama tan mundial y de ética tan dudosa que, sin embargo, no parece contar con un estudio propio). Todo esto mientras su novia se encuentra de viaje de trabajo. Pippa finge ofenderse frente a Thomas, aunque se obsesiona secretamente con el Ken cuyo cuerpo se ve muy trabajado en el gimnasio. Más incluso que los cuerpos de las mujeres cuya imagen captura con el lente de su cámara. La ventana indiscreta de enfrente ya deja de ser un serie de moda para tornarse en cinta porno. Tantos son los hervores del caldo de Pippa que ésta se aprovecha del sueño de su novio para masturbarse mirando al vecino mientras él penetra analmente a una de sus víctimas. Thomas, por mientras y con su voz de Seth Rogen en medio del más alucinante trance mariguano, envidia la habilidad de su vecino para “follarse” (como dirían los subtítulos en español “latinoamericano”) a tanta modelo. Pronto no les bastará excitarse espiando con binoculares a la pareja de enfrente. Quieren además escuchar sus conversaciones, enterarse de cada palabra que enuncian. En un experimento científico digno de la ochenterísma Ciencia loca o Weird Science, logran el cometido no sin antes meterse de colados a una fiesta de Halloween. Poco a poco, por los tintes seudo-eróticos que de forma nada sutil empiezan a surgir (más de una escena de sexo soft-core digna de las noches calientes del Cinemax de antaño), uno podría pensar que ya se ha superado la influencia del apretado Hitchcock y más bien se encuentra en los terrenos del lascivo y poco sutil Brian De Palma (memorable por lo desopilante resultaba aquella escena de faje playero y mareador entre Craig Wesson y Deborah Shelton en Doble de cuerpo, tanto quizás como la mano peluda de Carrie que sale de manera estrepitosa de su tumba para llevarse a Sue Snell al infierno). En conclusión, nunca he sabido si De Palma construyó así estas dos escenas con toda la seriedad posible o si no se estaría burlando de sí y de todos nosotros. Algo similar puede estar ocurriendo con Los voyeristas.
Por supuesto, entre tanto mugidote de vaca y mendaces embestidas de cadera, uno sabe de antemano que la trama dará un giro macabrón y homicida. En este caso, la vuelta de tuerca se anuncia cuando la Barbie se presenta ni más ni menos que en la óptica menos visible de todo Montreal (este tipo de doble-sentidos y anfibologías, aunque visuales, se repiten hasta al hartazgo a lo largo de todo el film. Uno de los más procaces es la comparación entre el ojo humano y un huevo mal cocido). Tras el primer encuentro, la propia Pippa le dice a Thomas eso de que “de todas las clínicas en todo el mundo…”. Hmmm. Aquí hay gato encerrado porque en las películas de suspenso las casualidades no existen y lo que a continuación vendrá descubre el anticlimático giro de la trama mucho antes de que éste se dé. No precisamente con sutilezas, sino con fuegos artificiales. La Barbie asiática en realidad se llama Julia (Natasha Liu Bordizzo) y su esposo fotógrafo de irrefrenable apetito sexual, Seb (Ben Hardy). Ella sufre porque no siempre están juntos. Antes fue —¡qué difícil adivinarlo!— modelo y ahora viaja por el mundo dejando solo al semental en la urbe catalogada, durante unos parlamentos bastante idiotas por no alcanzar a ser mínimamente jocosos, como Fucksville (¿“Follilandia” en el subtitulaje “latinoamericano”?). Pippa baja la guardia por completo e inmediatamente se hace amiga de Julia. De tanta intimidad que se van juntitas a un spa (¿Le Spa - Montréal?) y el cineasta, en algún momento de debilidad, cuando ambas anden bichis, quiere dar a entender que pudiera darse una petite relación lésbica entre ellas. Sin embargo, la cosa hermosa-panochosa no va por ahí. Qué decepción. Uno no se decide si por solidaridad femenina o si porque quiere revolcarse con el fotógrafo sátiro (adivine usted, “queride lectore”, de qué se disfrazó para su fiesta de Halloween), pero Pippa hackea quién sabe cómo la impresora de sus vecinos y le empieza a mandar mensajes de alarma a Julia. Tales enunciados impresos fluctúan en intensidad entre el muy consabido “tu esposo te engaña” hasta “¡mana!, hay un condón usado en el bote de la basura”. Julia reacciona al descubrimiento del preservativo de una forma muy racional: empuñando un cuchillo cebollero frente al túmulo nupcial sobre el cual duerme plácidamente Seb. Al verla arrepentirse y llorar desconsolada, Pippa se calma. Qué bien, se felicita, no causé de forma indirecta un homicidio. Empero, horas después, es testigo de cómo Seb encuentra a Julia con las venas cortadas. Al menos, el cuchillo sirvió para algo. Thomas abandona a Pippa porque la traicionera novia le había prometido dejar de espiar a los vecinos y, sobre todo, no entrometerse en su vida. Esto abre el camino para que la jairosa Pippita termine cabalgándose al viudo alegre. Todo se alista para que Tomás-qué-feo-estás regrese al departamento, ramo de flores en mano, en ese preciso instante y todo el drama termine en otro suicidio. ¿U homicidio? Bujujú. Pobre Pippa. Eso le pasa por mirona. Para los espectadores, será una alegría ya no verse obligados a escuchar la insoportable voz de Seth Rogen saliendo de la boca de Justice Smith. Como diría Te-lo-resumo-así-nomás, “adiós, Tomás, que la fuerza te acompañe”. 
Tal vez para Pippa no sea tan evidente como para la audiencia que Julia está vivita y coleando. Así que, cuando es invitada por Seb a una exhibición de fotografía y la cámara insiste en no revelar el rostro de cierta mujer, ya los espectadores con tres dedos de frente sabemos de antemano que se trata de una Julia revivida. Oh, gran vuelta de tuerca de la trama: los observados y documentados por el fotógrafo eran Pippa y Thomas. Fueron víctimas de un acto de creación: el de su nueva serie de fotografías. La invasión a la privacidad, sin embargo, no parece acarrear ninguna consecuencia legal, aunque sea pública y salte a la vista de todo el mundo desde esta sala pública. ¿Qué tipo de curadores se encargarán de la sala como para que el fotógrafo haya llegado con ellos para decirles “¡tengo una idea-bomba para mi nueva exhibición!, ¡invadir la privacidad de mis nuevos vecinos!”? Ni siquiera si tomamos en cuenta que Thomas sí se suicidó. ¿O lo mataron Seb y Julia? A estas alturas me vale madres, porque llevo varios minutos pausando una y otra vez la película para comprobar en el contador de tiempo cuánto más perderé con tremenda idiotez.
Pippa, una vez más demostrándonos su inteligencia emocional, decide no denunciar a sus vecinos con la policía ni interponerles una demanda con algún abogado perrón de apellido Perron que tenga su despacho sobre la calle Saint-Antoine y piensa que es mucho más divertido hacerse justicia por mano propia. Y al estilo de Lorena Bobbit. ¿Por qué no arriesgar además su empleo en la óptica-fifí para lograr su objetivo? En una licencia narrativa digna de telenovela mexicana, Pippa se hace perseguir por Julia y Seb hasta la clínica (recordemos el hecho de que ni siquiera se encuentra en un primer piso). Qué inconvenientes son las persecuciones en elevadores. Mejor la elipsis. Ellos, a pesar de que acaban de arruinarle la vida y la reputación a su vecina, también se habían tomado el vino que un “desconocido” les dejara afuera del departamento. D’oh!, exclamaría Homero Simpson. Así que, tan pronto llegan a la clínica, la parejita más mona se desvanece por el efecto del brebaje adormecedor y Pippa procede a quemarles las retinas con el rayo láser de su jefa (por cierto, interpretada por Jean Yoon, la madre de Kim’s Convenience. De inmediato, me pregunto: ¿qué hace la pobre señora Kim en tamaño adefesio fílmico?). Cuatro ojos humanos convertidos en cuatro huevos mal cocidos. Nadie podría ser tan idiota como para caer en este sneak attack! de Pippa (sólo los aficionados a la sit-com canadiense de la familia coreana entenderán esta referencia). De vuelta a la ilógica trama de Los voyeristas. Más de un cabo permanece suelto: ¿la autopsia no encontró rastros de envenenamiento en el cuerpo de Thomas? ¿Julia y Seb no denunciaron a Pippa por quemarles la retina? ¿Cómo le hizo Pippa o cómo le hicieron ellos para regresar al departamento? Da igual. La cinta termina con la parejita más mona, igual de potables y exitosos (pero ¡ciegos!), intentando orientarse dentro de su departamento de luces prendidas y cortinas abiertas. Una vez más, eso les pasa por mirones. Pippa los observa con mirada de femme fatale y binoculares desde la azotea de su edificio. Por fin aparecen los tan esperados créditos.
Al final, uno se pregunta si el humor de la cinta es voluntario o involuntario. Sea lo primero o lo segundo, como en el caso de ese caprichazo de James Wan de título Maligno, la etiqueta de bodrio no se la quita nadie. Así tratemos de esgrimir los argumentos más falsos. El rebote de reciclados malolientes se da de Prime a Netflix. Esta última plataforma acaba de anunciar el estreno de lo que parece una parodia de este tipo de cintas. Ya desde el verboso título de la serie quedan en evidencia sus intenciones: La mujer de la casa de enfrente de la chica en la ventana (The Woman in the House Across the Street from the Girl in the Window). El título es genial. Quién sabe si la serie lo sea. Lo dudo. Ahora me apresto a ir al cine para ver esa joya cinematográfica que seguramente deberá ser Matrix Resurrecciones. Trágame tierra.
 
Los voyeristas (The Voyeurs, 2021). Escrita y dirigida por Michael Mohan. Producida por Greg Gilreath y Adam Hendricks. Protagonizada por Sydney Sweeney, Justice Smith, Ben Hardy y Natasha Liu Bordizzo.