De regreso en Twin Peaks (I)

Tal vez sea un reflejo de lo que pasa (y, de muchas maneras, sigue pasando) en mi vida. Pero el retorno al pueblo (ficticio, se entiende) de mi adolescencia no puede obviarse, aunque el trauma del final de su tercera temporada me haya durado un año. Como ya di cuenta en otro texto, la serie de televisión Twin Peaks marcó mi imaginación al comienzo de los años 90. Así que, cuando en octubre de 2014 sus creadores anunciaron por Twitter que habría una tercera temporada, reaccioné con pesimismo: no, nunca se va a hacer, es sólo una vana ilusión. Y tan pronto David Lynch amenazó con alejarse del proyecto cuando la cadena Showtime no colmara todas sus exigencias financieras, me pareció lo más natural del mundo. Una vez que las partes en conflicto se reconciliaron y se empezara a grabar la serie, me preparé para la decepción: no va a estar a la altura, se tornará un ejemplo más de nostalgia barata, ni siquiera un genio incomprendido como Lynch es capaz de volver a escalar hasta esas alturas. Nada, sin embargo, me preparó para enfrentarme a Twin Peaks: el regreso (2017). Abordo la serie (¿o peliculota de 18 horas?) por partes y de a varias por cada entrada bloguera.


Partes 1 y 2: ¿De qué manera expresar este sentimiento de euforia al escuchar una vez más la música del inicio de la serie, la compuesta por Angelo Baladamenti? ¿O será Balada-mente? Qué mal chiste. Escucharla y saber que este inicio no pertenece a un episodio viejo, ésos que he visto y vuelto a ver tantas veces de 1992 a la fecha. A tal música la preceden imágenes de esa serie anterior: la promesa de Laura Palmer hecha al agente Dale Cooper de encontrarse 25 años después y los pinos, ocultos tras la niebla, en uno de los dos famosos Picos Gemelos captados con la cámara de un dron. Tal vez ya nada queda del aserradero y al pájaro que ladeaba la cabeza se lo comen los gusanos hace mucho, pero gracias a la tecnología digital vemos las montañas que le dan su nombre al pueblo, así como la cascada a unos pasos del hotel Great Northern, ahora desde un ángulo inconcebible en los 90. ¿Será verdad el retorno sin las trampas de la nostalgia, sin toparse con fútiles intentos de revivir un pasado visto como glorioso, sin sentirse envejecido, sin caer en tristezas lacrimógenas porque ya la mitad de la vida se ha ido? ¿O los años de experiencia no han servido para nada y caeré (falling… / falling…) una vez más en la trampa de otro espejismo? Aparecerán también el pasillo de la preparatoria, un destello en cámara lenta de la alumna que gritaba al enterarse de la muerte de Laura Palmer y, finalmente, el retrato de la joven asesinada, como reina de baile en la vitrina de los trofeos escolares.
Según Lynch, la división por partes es una mera imposición del formato televisivo. A Twin Peaks: el regreso su director no la considera una serie, sino una película de 18 horas. Si es así, ésta tal vez sea su obra más ambiciosa. Quién sabe si también se trate de la obra maestra en la cual se despliegan todos los temas que han alimentado su carrera en el cine y en la televisión. El formato obliga a la cadena Showtime a desvelar un puñado de episodios el día del estreno, el 21 de mayo de 2017. En Canadá se podrán ver al día siguiente por la plataforma CraveTV. En el caso de México, por Netflix.
Las letras de introducción al programa aparecen (idénticas a las de hace un cuarto de siglo), así como las notas de “Falling” de Baladamenti. Me resulta inalcanzable llegar a la cuenta exacta de cuántas veces he escuchado estas notas. O, para el caso, las de cualquier canción del álbum Floating into the Night de Julee Cruise, el de cajón para mí durante los últimos años de la prepa y los primeros de la carrera. Don’t let yourself get hurt this time y, sí, sé que volveré a salir herido. Aquí vamos otra vez. Después de tanto tiempo.
Quien siguió la serie en los 90 sabe que al final de la segunda temporada el agente Dale Cooper (Kyle MacLachlan) se quedó atrapado en el Black Lodge y que, en su lugar, salió un doble malvado posesionado con el espíritu de Bob, el asesino de Laura Palmer. Ahora el excéntrico ex agente del FBI se halla en una dimensión en blanco y negro con el gigante, quien le da algunas de sus pistas enrevesadas y lo manda de nuevo al Black Lodge. “¿Es futuro o es pasado?”, pregunta Gerard, el hombre manco, y ésta parece una advertencia para todos los espectadores. Ahora más que nunca el creador de este mundo imaginario va a subvertir los conceptos del tiempo y del espacio. No sólo eso. Lynch y Mark Frost (su guionista televisivo de cabecera) abren varias vetas narrativas en diferentes puntos geográficos: en Nueva York, en Dakota del Sur y en Las Vegas. La influencia del pueblito del noroeste estadounidense ya no se limita a Seattle o a la frontera con Canadá. El universo de Twin Peaks se ha expandido más allá de lo digerible por la mente humana.
La cámara de cristal de Nueva York encapsula a un ente femenino caníbal que se come las cabezas de una parejita cachonda. Esto recuerda a las películas slasher, aunque con elementos metafísicos. Así muere Tracey, prendada al vigilante de la cámara y encarnada por la niña de La niñera, ya bastante grandecita y en cueros. En Dakota del Sur se dan una serie de lyncheanas peripecias (nunca exentas de humor) para encontrar un cadáver. Más bien, pedazos de dos: la cabeza de una mujer y el cuerpo decapitado de un hombre, colocados sobre una cama, uno junto al otro, como para armar una quimera. No muy lejos de ahí, los espectadores conocerán al señor C, tanto doble maligno de Cooper como vehículo del espíritu-parásito Bob. La música y las luces de su auto no nos dejan lugar a dudas sobre su maldad. Es una introducción al personaje que recuerda varias tomas de Lost Highway. Pero el señor C no está perdido. Todavía no. Al contrario. Durante estos 25 años ha reclutado a un ejército de personajes de dudosa reputación (nada disímiles a los de Wild at Heart) a los cuales utilizará para impedir que el verdadero Cooper salga de su encierro. Ataviado con chaqueta de cuero, maquillaje oscuro y cabello largo recogido con un broche en forma de calavera, el señor C recoge en un cuchitril a unos renuentes Ray y Darya e incrimina a un director de escuela en el crimen de la mujer-cabeza. Este villano está en todo. Quizás su red perversa se extienda hasta Las Vegas, ciudad donde el señor Todd (el tipo asustadizo de Winkie’s en Mulholland Drive) parece recibir un encargo de este malo-maloso de Malolandia.
Mientras tanto y a cuentagotas, se da la emoción de volver a ver a algunos de los personajes de la serie original: el doctor Lawrence Jacoby recibiendo un envío de docenas de palas, Ben Horne con nueva asistente en el hotel Great Northern, su hermano Jerry dedicado al tráfico (y al consumo) de drogas y Lucy en su puesto de la comisaría blandiendo el apellido de Andy. Pero, sobre todo, una casi difunta Margaret Lanterman (la célebre señora del leño) dándole un mensaje a Hawk sobre el agente Cooper. Todos ellos, ya sea viejos o arrugados o canosos. Al verlos, me consume un sentimiento de añoranza por una fuente de la juventud perdida.
Sheryl Lee (la intérprete del rol de Laura Palmer) no se salva de pegar otro grito escalofriante, aunque se halle encerrada con Cooper en la dimensión desconocida del Black Lodge. Todos le dicen al del FBI que ya puede salir. Si el arrimado a los días apesta, ¿qué se puede decir del que permanece 25 años? Pero el doble corrupto del brazo-árbol lo transporta a la cámara de cristal de Nueva York, poco antes de que aparezca el monstruo caníbal y Tracey muera (“¿es futuro o es pasado?”). De ahí, el pobre Cooper pasará a otra realidad flotante para dejarnos en suspenso sobre su destino. Estas dos primeras partes culminan con una escena en el Roadhouse, sitio de reunión nocturna del pueblo. Aparecen rostros familiares como los de James y Shelly, pero no es Julee Cruise quien canta el cierre sobre el escenario, sino Chromatics. Los dientes de la cantante rubia recuerdan a los de Isabella Rossellini en Terciopelo azul. Con una multitud de personajes (entre novatos y veteranos) y varios puntos geográficos a cubrir, quizás sean demasiados desafíos para una primera entrega, un primer fragmento, episodio o lo que sea. Se ve que Lynch desea confundirnos hasta el hartazgo. No quisiera estar en los zapatos de quienes se encuentran con Twin Peaks: el regreso en Netflix y la ven sin ningún antecedente sobre ella.


Parte 3: No sé qué pensar de esto. La primera impresión del regreso a Twin Peaks se ha diluido. Un extraño sentimiento en el que se aparean la decepción y el entusiasmo se apodera de mí. Éste ya no es el Lynch contenido por las riendas de una cadena televisiva como la ABC. No. Éste es el Lynch de Cabeza borradora, de Inland Empire o incluso el de Fire Walk with Me, su intento de continuación de la serie de 1992. La amenaza de despedirse del proyecto surtió el efecto deseado y Showtime le dio la libertad entera. No sé si podré reconciliar la nostalgia del primer Twin Peaks con esta propuesta tan sumida en las profundidades del surrealismo. Me armo de valor y pongo la tercera parte.
Hay una entrada diferente, mucho más corta que el preludio de la parte 1. Una bruma hecha del retrato de Laura se despeja para revelar las montañas y los pinos. Luego cae la cascada para culminar con las cortinas rojas y el piso de diseño zigzagueante del Black Lodge. El último crédito: dirigida por David Lynch. Vaya si no. Otra bruma, una morada, le espera al Cooper volador. Al difuminarse, se revela una realidad del mismo tono. El protagonista entra a una fortaleza como suspendida por encima de un océano palpitante. Si en el Black Lodge todos hablan raro, aquí Lynch recurre a un efecto disímil para desestabilizar al espectador: como el de un videodisco rayado. Una mujer asiática sin ojos (parecen haberle puesto encima unas plastas de carne para luego cosérselas) emite incómodos gemiditos como su único instrumento de comunicación. Se escuchan golpes de estruendo contra una puerta metálica. La asiática conduce a un confuso Cooper hacia arriba. La azotea da hacia el espacio exterior y para nada corresponde con la fortaleza vista antes. La muda acciona un interruptor y salva a Cooper del estruendo en cómico autosacrificio. En eso, la cabeza flotante del mayor Garland Briggs (ya imaginamos dónde quedó su cuerpo) pasa por ahí para exclamar: “¡Rosa azul!” De vuelta al interior, Ronette le indica la eléctrica salida a Cooper quien se hace chiquito (mientras le humea la cabeza) y se escabulle por un contacto. En línea paralela, el señor C (una vez que haya asesinado a Darya en la parte 2) da volteretas en su coche y vomita garmonbozia (¿sopa de elote?). No es nada fácil resistirse a intercambiar la piel con su doble. Aunque él ya lo tenía previsto. Se aclara el motivo de la línea narrativa de Las Vegas: un tercer Cooper, bajo el nombre de Dougie Jones, es un ser humano manufacturado que entrará al Black Lodge en lugar del Cooper bueno. Pásenme un churro de la verde para poderle entender a todo esto. Además, no estoy muy convencido de este giro de la historia. Empieza a parecerse a Lazos de amor con Lucerito.
El Cooper que emerge del contacto eléctrico en Las Vegas se comporta muy diferente al de la serie anterior. Agilidad mental: cero. Igual sucede con la física. Apenas se mueve, tarda en reaccionar cuando le hablan y sólo repite las últimas palabras que le dijeron. Una prostituta negra con la que Dougie estaba le ayuda a ponerse los zapatos. Ella no semeja extrañarse mucho cuando lo observa con peinado, cuerpo y ropa diferentes. Afuera de esa casa de citas en venta y dentro del fraccionamiento venido a menos, los esperan matones. Él se salva de pura chiripa por recoger la llave del hotel Grand Northern, ésa que tuvo guardada en el bolsillo de su saco durante 25 años. En Dakota del Sur, al apestoso y vomitado señor C lo recoge la policía. Este hecho lanza a los espectadores a otro punto geográfico: Filadelfia y las oficinas del FBI. Ahí estará el artífice de Twin Peaks, encarnando al jefe sordo de Cooper, Gordon Cole. A un lado de la mesa, el cáustico Albert (Miguel Ferrer) y la nueva recluta de Cole, Tammy (la hermosa cantante Chrysta Bell, curvas de sirena y voz inolvidable del desenlace de Inland Empire con “Polish Poem”). Aparte de recibir noticias sobre el doble asesinato en Nueva York, Cole responde una llamada en la que le comunican que acaban de encontrar al agente Dale Cooper. Sí, él, su subordinado. Después de 25 años de estar desaparecido. En paralelo, la prostituta Jade lleva a Dougie a un casino y él, gracias a la ayuda de sus amigos del Black Lodge, se convierte en el señor Jackpots: luego de jalar la manivela de cada una de las máquinas tragamonedas, éstas escupen sin excepción un cuantioso premio. Hasta una ruca indigente y grosera (en algún momento, le pinta un dedo medio a Cooper) se lleva su buen dinerito. Y él, para celebrarlo y a imitación de otro ganador, exclama helloooooo! ante cada máquina. Así, una y otra y otra vez, a lo largo de seis largos minutos. Sin duda, para Lynch, una de las condiciones impuestas a Showtime para poder embarcarse en esta aventura de revivir Twin Peaks era contar con el tiempo suficiente para detener su cámara y obligarnos a contemplar lo cómico, lo absurdo, lo onírico. Eso, sin importar cuánto se expanda. Por segunda vez, este episodio culmina en el Roadhouse: un grupito de pinta cincuentera se instala en el escenario. Yo me pregunto: ¿y Julee Cruise? Éste es uno de pocos vistazos a la vida en el pueblo. Lynch apenas nos regala a los nostálgicos una escena en la que el doctor Jacoby pinta sus palas de dorado en un tendedero que gira de forma mecánica y otra donde Lucy resuelve el misterio de un conejito de chocolate tan desaparecido como Cooper. Presiento que me va a costar muchísimo trabajo agarrarle el gusto a este Twin Peaks moderno.