Una griega para el festival de los infartados


Algo me pasa. No estoy nada bien. Ando recomendando una cinta de monjecitos franceses y confieso que estuve llorando a moco tendido al verla -una reacción similar me ocurrió con Biutiful de González Iñárritu que no comentaré a causa de haberse estrenado hace ya meses en México y de no tener nada nuevo que agregar a lo comentado por muchos otros entonces. No puede ser. Me importa tanto mi blandengue malditez que me veo obligado a virar hacia otra dirección y bajo con prisas al cine del sótano a ver un filme griego titulado en inglés Dogtooth para luego tratar de reseñarlo. Esto fue lo que salió:

De todas las nominadas a mejor película en lengua extranjera en la pasada entrega del Óscar, la que me produce mayor sentimiento de enigma es ésta: Canino (Kynodontas, 2009), filme titulado así en Argentina mientras que en España recibió el nombre de Colmillo. Fuera de sus diferentes títulos en castellano, no entiendo cómo demonios llegó la película ahí y no porque sea mala, sino porque poco tiene que ver con la sensibilidad de quienes se ocultan bajo la engaña-bobos denominación de Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. ¿Es posible? ¿Que esta mentada de madre a la moralidad pequeño burguesa proveniente de Grecia haya pasado todos los filtros del buen gusto hasta reunirse con las otras cuatro finalistas al premio? ¿Que, en cambio, De dioses y hombres haya sido obviada por completo? Misteriosos caminos resultan ser los del Óscar.
Canino del cineasta griego Yorgos Lanthimos estaría en la lista sí pero de un ciclo de películas susceptibles de provocarles infarto a los más mochos y persignados entre los asistentes a una sala de cine y estaría ahí junto a títulos como El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante de Peter Greenaway, La pianista de Michael Haneke, Irreversible de Gaspar Noé y Anticristo de Lars von Trier (esta última, por cierto, a punto de estrenarse en el DF en corrida comercial tras casi dos años de causar escándalo en Cannes). Que yo recuerde ninguna de las anteriores figuró en su momento entre las consentidas del premio Óscar. Con una trama que recuerda en tiempos más recientes a Sitcom del francés François Ozon y en tiempos más lejanos pero sí en territorio más próximo a la película El castillo de la pureza del mexicano Arturo Ripstein, Canino nos presenta un matrimonio que ha decidido preservar a sus hijos alejados del mundanal ruido y en su intento por mantenerlos puros e inmaculados sumergirlos en la más terrible de las perversiones: la de la inocencia que se desbarranca en pendejez. Aunque suene a tragedia, ésta es una comedia. Claro, de un humor muy negro. Tanto así que durante la escena medular, gracias a la cual la película toma su título, un parroquiano en la sala de cine donde me encontraba puso pies en polvorosa saliendo despavorido del lugar. Bueno, si ya los ojos de este hombre habían aguantado el destripamiento de un lindo gatito, un padre dándole de golpes a su hija en la cabeza con dos cintas VHS y una escena explícita de sexo incestuoso entre un hermano y una hermana, bien pudo haber soportado ver cómo una mujer joven se rompe los dientes con una pesa. Salir despavorido del cine con tanto descalabro moral no es para menos.
Nadie en esta familia tiene nombre. Son simplemente el padre (Christos Stergioglou), la madre (Michelle Valley), la hija mayor (Aggeliki Papoulia), la hija menor (Mary Tsoni) y el hijo (Hristos Passalis). Los padres, con el argumento de alejar a sus retoños de dificultades y sinsabores, han construido una mansión aislada, con todas las comodidades y al mismo tiempo, para eludir cualquier escape, han inventado una cadena interminable de ficciones: al otro lado de la barda hay una legión de gatos que a la vez son bestias salvajes, la madre es capaz de llevar en su vientre tanto humanos como perros, los peces aparecen por generación espontánea en la alberca y una palabra como “zombi” cambia su significado para referirse a una flor pequeña con el color del azafrán. El padre, sin embargo, cede a la tentación de llevarle al hijo una recompensa sexual en el cuerpo de una agente de seguridad, Cristina (Anna Kalaitzidou), único personaje con nombre en el filme. Será así como los diálogos (y más tarde intercambios) entre Cristina y la hija mayor, después de que aquélla haya tenido relaciones sexuales con el hijo, amenazarán el carácter inmaculado del hogar. No quedará más remedio que desterrar a Cristina con violencia y obligar a una de las hijas a acostarse con su propio hermano. Canino funciona, para quienes tengan la mente abierta y puedan así tolerar una experiencia cinematográfica semejante, como crítica devastadora ante la amorosa sobreprotección de unos padres o, incluso, de un estado que ve a su pueblo como menores de edad. Al final es obvio, como otras cintas ya antes lo han sugerido de una forma más blanda y menos agresiva, que ninguno de los tres hijos estará preparado para enfrentarse a la realidad cuando los padres falten. El mito más disparatado y el que mantiene la paz en la familia (“no podrán salir al mundo hasta que no pierdan los colmillos”) será destrozado cuando la hija mayor tome una pesa y frente al espejo del baño intente con más de un golpe romper esa barrera anatómica que la separa del mundo exterior. Canino se constituye así en un filme difícil de describir y que escapa a cualquier tipo de clasificación. Por eso resulta inexplicable que esta cinta que fuera galardonada en la sección “Una cierta mirada” del festival de Cannes del 2009 haya también recibido en el 2010 una nominación de ese señor tan moralino llamado Óscar. ¿Querrá ahora este ruco ponerse la camiseta de transgresor? Quién sabe. Asustadizos, obvio, abstenerse.

El avance en español: http://www.youtube.com/watch?v=VQT8LCohdUk