La nostálgica fe de los Coen


Aquí viene la reseña sobre Un hombre serio, la más reciente cinta de los Coen que tuve oportunidad de ver hace algunas semanas aquí en Montreal. Parece que la película sí va a tener un estreno comercial en México a partir de enero. Claro que no es raro que con este tipo de películas la fecha se vaya atrasando según los intereses de las distribuidoras. Envié una versión más corta del siguiente texto a la revista Players of Life:

Un año tras otro, últimamente, los hermanos Ethan y Joel Coen parecieran no errar en ninguno de los proyectos fílmicos que han emprendido —recuérdense Sin lugar para los débiles (2007) y Quémese después de leerse (2008). Esta afirmación incluye su más reciente crédito —estrenado como parte del menú de la quincuagésima primera edición de la muestra internacional de la Cineteca Nacional— Un hombre serio (A Serious Man, 2009). La trama los conduce de vuelta a la cultura judía de su niñez ya que aquélla se encuentra situada en la Minnesota natal de los hermanos. Para ellos, habrá sido un ejercicio de nostalgia recrear el ambiente suburbano dentro del cual crecieron. Sin embargo, la película —aunque incluye de seguro un sinfín de guiños auto-referenciales— no podría calificarse jamás de autobiográfica. Y lo más importante es que ningún espectador, sea o no judío, se sentirá ajeno al tan brillante como negro humor de los Coen porque el problema planteado es uno de los fundamentales de la humanidad: la relación con Dios.
Luego de un tanto desconcertante prólogo-parábola en yiddish —preludio susceptible a ser interpretado de muchas maneras con respecto al resto de la película— los espectadores estaremos en una época un poco más contemporánea. Aunque no demasiado. Corre el año 1967. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es profesor de física, practicante judío, habitante de los suburbios de Minnesota, padre de familia con dos hijos indiferentes y es, por supuesto, como lo indica el título de la película, un hombre excepcionalmente serio. O al menos trata de serlo. Su vida, sin embargo, comienza a verse perturbada cuando un día, mientras revisa los trabajos estudiantiles, su mujer Judith (Sari Lennick) se le acerca y le pide el divorcio para casarse con un conocido de ambos, el presumido Sy Ableman (Fred Melamed). Todo resulta muy diplomático. Quizás en demasía. Y en eso reside el carácter absurdo de ciertas rachas —las malas, por supuesto— que en su momento aparentan ser eternas. La noticia del divorcio así como el comportamiento cada vez más anómalo de su hermano Arthur (Richard Kind) serán tan sólo las primeras señales de un estrepitoso descenso al caos para Larry. Todas las fuerzas del universo conspirarán en contra suya para sacarlo de quicio.
Desde el punto de vista de la silla del director, las tribulaciones del protagonista serán apenas el cascarón para presentarnos una comedia tan fina como hilarante donde por primera vez en la filmografía de los Coen el personaje central vive sumergido en dudas teológicas. Al ver cómo alguien invisible le ha —como él mismo lo afirma— movido el tapete, intentará encontrar las causas entre los hombres sabios de su religión, entre quienes según le dijeron desde niño son los representantes del supremo poder sobre la tierra. Tal vez a través de sus bocas hable la sabiduría y así alcance la respuesta del por qué de tan terrible ensañamiento con quien sólo ha tratado de vivir correctamente. Larry no acepta misterios. Sólo busca explicaciones. Pero el azar —tan presente aquí como en cualquier otra cinta de los hermanos, tema ya más que recurrente en su obra cinematográfica— estará presente en la silente figura de Dios. Incluso en la estupidez o en el aislamiento de los hombres sabios. Y el deterioro de la vida de Larry —divorcio, posibilidad de perder un puesto vitalicio en la universidad donde trabaja, vivir en un motel barato, problemas con un estudiante que pudo o no intentar sobornarlo, la tentación de una vecina seductora, un hermano fracasado viviendo en casa y para colmo la bar mitzvah de un hijo que recién ha descubierto los beneficios de la mariguana— lo empuja a plantearse preguntas a las que se enfrentan todos los seres humanos: ¿por qué Dios se ensaña conmigo?, ¿en qué momento provoqué su ira?, ¿o está detrás de todo esto la mano del enemigo? Y si con el bíblico Job la idea era hacernos llorar o quizás incluso escarmentarnos, en el caso de Larry el objetivo de los Coen es mucho más difícil: hacernos reír. Por supuesto, a quienes entiendan, a quienes se dejen.
Si Ethan y Joel Coen trabajan con actores conocidos los harán ver como unos imbéciles. Con tal sólo citar los roles de George Clooney o Brad Pitt en Quémese después de leerse queda lo anterior comprobado. En sus mejores películas, sin embargo, no aparecen estrellas cuyos sobadísimos rostros distraigan del personaje sino simples actores que deslumbran y convencen con sus interpretaciones. Y en este caso el gran descubrimiento de los Coen para el cine es Michael Stuhlbarg, actor teatral neoyorquino que lleva a cuestas el peso de un protagónico fílmico por primera vez gracias a los hermanos. A su lado estará un loable rompecabezas de caras que da vida a los pintorescos personajes del guión. Sin embargo, hacia el final del filme y con sus dudas teológicas, Larry Gopnik —con el semblante de Stuhlbarg— deambulará de la oficina de un rabino a otro para encontrar una especie de mensaje divino, para que alguien le diga qué tiene que hacer, para hallarle significado al desbarajuste en que se ha convertido su existencia. Al final sólo quedará la interrogante. No sólo de lo que Dios quiso decirle. Sino también del desenlace de catástrofes aún peores para Larry o incluso para su hijo. Recuerda este final al de Sin lugar para los débiles y quizás en lo abierto del mismo deba entrar al rescate la participación de un público dispuesto a rellenar los espacios en blanco. Sí, para nuestro héroe en problemas quedará la terrible duda de si apenas sus tragedias están por comenzar. Pero, en los espectadores, quedará la satisfacción de haberse divertido inteligentemente. Un hombre serio es otro éxito para estos geniales cineastas.

Un hombre serio (A Serious Man, 2009). Dirigida por Ethan y Joel Coen. Producida por Ethan y Joel Coen. Protagonizada por Michael Stuhlbarg, Richard Kind y Sari Lennick.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=tcUTv3LH3ss