Joyas que vi de chiquillo (XI)

El próximo año Operación Dragón cumple los cincuenta. Además, el primer volumen de Kill Bill cumple los veinte de su estreno. Aunque no haya referencias directas a Operación Dragón dentro de la película de Tarantino, sí las hay y en plenitud al cine de artes marciales y no se diga a la mítica figura de Bruce Lee. Es bien sabido que el traje amarillo que llevaba Uma Thurman en su batalla impresionante contra los ochenta y ocho fue “inspirado” por el de Lee en El juego de la muerte (1978), su cinta póstuma.
Algunos datos desconocidos para mí, como que Bruce Lee empezó su carrera en el cine hongkonés desde la más tierna infancia, pude hallarlos recientemente en el documental de 2020 de título Sé agua o Be Water. Por cierto, se encuentra en la plataforma Star+. Aunque bastante hagiográfico (no por nada intervienen su viuda, su hija y muchas amistades) a causa de su nada sutil intención de enlazar la vida del actor con una ideología progresista, no es nada despreciable para quienes se acercan por primera vez a la figura del también artista marcial. Tal vez el tono de precursor y activista social obedezca a la aparición caricaturesca de Bruce Lee en una escena de Once Upon a Time… in Hollywood (2019), otra ocurrencia de Tarantino que ésta sí, de verdad enfureció a los herederos del actor. Entre los datos curiosos listados en IMDb también se cuenta que durante el rodaje de Operación Dragón Jackie Chan fue uno de sus incontables rivales e incluso le prometió incluirlo en el reparto de alguna película futura lo cual no ocurrió por la muerte prematura de Bruce Lee a los treinta y dos años. Ambas tradiciones, la del héroe de acción y la del acróbata de comedia física presente en El maestro borrachón (1978) y tantas otras protagonizadas por Jackie Chan, encontraron su síntesis hace dieciocho años en Kung Fu sion o Kung Fu Hustle de Stephen Chow. Es imposible comprender una cinta como la de los directores que se hacen llamar los Danieles sin haber visto ese crédito que, como Operación Dragón, gozó de un éxito inusitado en los Estados Unidos. Una vez recorridas ambas tradiciones, resulta imposible no ver con mayor claridad las influencias de Todo en todas partes al mismo tiempo (2022).
Vuelvo entonces a Operación Dragón. Casi. Téngaseme un cachito de paciencia. La vi tal vez en la misma época en que me acerqué por primera vez a El bueno, el malo y el feo de Leone. Por cierto, sigo sin poder concluir mi artículo al respecto. ¿Cómo es que me resulta posible escribir una noveleta paródica en seis semanas, pero no una entrada de mi blog en tres años? Misterios de la creación, supongo. Aunque ni el artículo ni la noveleta le importe a nadie. Esto tiene sus grandes ventajas. Si nadie te lee, te sientes capaz de escribir sobre lo que sea. En fin. Por esa razón, por haber visto ambas películas (la de kung fu y el western) en la misma época, los dos volúmenes de Kill Bill tuvieron un efecto sobrecogedor en mí hace casi veinte años. Para muestra, véase esta entrada sobre Kill Bill Volumen 1 y esta otra, incluso más extensa, sobre Kill Bill Volumen 2.
Ahora sí. Basta de preludios. No sería más adecuado que Bruce Lee (o Li Jun Fan) fuera el señor Lee en Operación Dragón (1973) de Robert Clouse. Y lo es. Durante las primeras secuencias, lo vemos también transitar entre los roles de aprendiz y maestro. Poco después de su primer combate, le es encomendada la misión por un agente británico: infiltrarse en un torneo de artes marciales organizado por el villanazo de esta historia, el señor Han (Shih Kien), un traidor al templo shaolin al cual el señor Lee se encuentra asociado. La memoria no es tan traicionera como nos lo hace creer el impío paso de los años. Recuerdo vívidamente la secuencia de entrada con los otros dos participantes extranjeros del torneo: la introducción del personaje de Williams (Jim Kelly), recorriendo las calles de Hong Kong, o la de Roper (John Saxon), apuntando a sus innumerables maletas y más tarde seguido de varios carritos de tracción humana que las transportan. Luego de una sesión instructora como de cinta de espías muy en el estilo de James Bond, le queda claro al espectador que el señor Han es una especie de Jeffrey Epstein del pasado. Con su isla privada y toda la cosa. Aunque en lugar de fingir interés por la ciencia, este lo tiene por las artes marciales. Todavía no se conocen, pero los tres participantes principales del torneo van surcando las aguas sobre cada uno de sus juncos. Aquí se manifiestan las honduras del mar de la memoria. El efecto visual de la oleada, ahora un cliché que ya nadie se atreve a emplear, se despeja para dejar aflorar los recuerdos. Cada participante con sus intenciones: el protagonista asiático, la venganza por partida doble; el estadounidense caucásico, huir de una deuda con mafiosos o, finalmente, de problemas con la policía tratándose del afroamericano. En este último caso, no se ha perdido nada de la actualidad del asunto por el que Williams sale huyendo de su país. Otra escena fácil de extraer del baúl de la memoria es la del origen de la venganza personal del señor Lee. En un flashback dentro de otro se nos cuenta cómo su hermana fue acosada y perseguida por los hombres de Han, entre ellos, el guardaespaldas del magnate (Robert Wall). Si él ostenta una cicatriz en el rostro es porque la hermana del señor Lee se la hizo en aquella ocasión. La mujer se defiende de sus acosadores hasta que la cercan y no puede más. La presencia de Angela Mao en Operación Dragón es como una estrella fugaz que se extingue con el suicidio de su personaje. No me cabe duda de que la anterior fue otra de esas escenas indelebles para mí. Luego de la marea de recuerdos, la reunión de estos participantes en el torneo se dará sobre una embarcación mayor. Si hoy se habla con insistencia de repartos diversos, este film lo tenía. Quizás con el objetivo de apelar a las diferentes audiencias de Occidente y, más específicamente, la de los Estados Unidos. Más si a la fórmula agregamos el elemento lingüístico. Todo estaba hablado en inglés. Tal vez ni el propio Bruce Lee sospechaba que esta coproducción entre Raymond Chow y los estudios Warner le traería el estrellato mundial. De manera paradójica, le llegó demasiado tarde para que él pudiera verlo.
A causa de la poca presencia de Angela Mao, pudiera parecer un género meramente masculino. Más si se le añade la audiencia preponderante a la que atrajo en Occidente durante décadas: una bola de niños y adolescentes idiotas que, en imitación a Lee, se fueron corriendo a comprar sus nunchacos y le daban de chingadazos con ellos a cualquier cristiano que se le cruzara en el camino. Qué tiempos aquellos los de finales de los 70 y principios de los 80. En Oriente hay oleadas entre la prominencia de héroes encarnados por personajes masculinos o femeninos. Una fuente fidedigna de información al respecto es el ensayo “Dragons Forever” de Leon Hunt, contenido en The Chinese Cinema Book, compilación de Song Hwee Lim y Julian Ward. Según el ensayo de Hunt, a principios de los 70 se dio una oleada de protagonistas masculinos precedida por una concentrada en las mujeres. Roles como los de Michelle Yeoh o Zhang Ziyi en El tigre y el dragón (2000), en un análisis superficial, aparecen ante nuestros ojos como precursores de las heroínas de acción. Sin embargo, ahí ya estaba Da zui xia o Bebe conmigo (1966) con Pei-Pei Cheng quien precisamente aparece en la citada película de Ang Lee como la maestra malvada de Zhang. Este otro Lee (uno de Taiwán, no de Hong Kong) estaba consciente de ello y, al rodar su cinta wuxia-pian panasiática, le rinde homenaje aBebe conmigo en una escena en que el personaje de Zhang, vestida de hombre, se descuenta de forma espectacular a varios oponentes masculinos dentro de una casa de té.
El espectáculo también formaba parte importante de los combates en la cintas de Bruce Lee. Sin embargo, habrá que esperar un poco. El festejo de bienvenida para los huéspedes del señor Han es una explosión de lejano-orientalismo que seguramente habría sido bien acogido en tierras americanas. Tanto quizás como después lo sería Kung Fu Panda. En aquella época eso era inocuo. Hoy los acusarían en redes sociales de apropiación cultural. Entre dragones, acróbatas, incontables jaulas con pájaros y luchadores de sumo a los cuales les falta algo de peso, el señor Lee lanza miradas analíticas a todo su entorno. Hasta que Han hace su triunfal arribo. En esta alianza fílmica entre Hong Kong y Hollywood, el humor voluntario e involuntario se hace notar. De subrayar es la sincronización del sonido. O, más bien, la torpeza en ella. Del humor involuntario, también son citables desde los lentes rotos de una mujer rubia cuando Roper aterriza sobre ella hasta el tupé de John Saxon (en años recientes y hasta su muerte hace poco, ya no lo llevaba). Ni hablemos de las proezas sexuales de Williams. Y hay quien reirá con los gritos de Lee tal como yo lo hice cuando fui a ver al cine El tigre y el dragón al presenciar cómo los personajes volaban entre las cimas de un bosque de bambú. Qué iba a saber yo que aquella secuencia era también un intento de entablar lazos intertextuales con Xianü o Un toque de zen (1971). Reía entonces tanto como quienes hoy se extrañan con los efectos visuales, las escenas grandilocuentes de acción o los números musicales de Bolly o Tollywood. Es fácil descartar las convenciones del cine asiático únicamente porque no nos resultan familiares luego de décadas de condicionamiento por parte del cine comercial de otro Wood, el de Holly, el californiano. Eso a pesar de que en India las coreografías de los musicales son mucho más impresionantes y en China las escenas de acción son mucho más estéticas. ¿Por qué si no las hermanas Wachowski mandaron llamar en su momento a Yuen Woo-ping, el director y coreógrafo de El maestro borrachón, para The Matrix?
Vuelvo al asunto que me concierne. Poco a poco, algunos de los participantes en el torneo encontrarán la muerte. Siendo niño, el destino de Williams me impresionó demasiado. Hoy que vuelvo a ver la película ya no me impresionan tanto el maquillaje de los golpes o las heridas. Ni siquiera cuando cae al estanque de pirañas. Aunque nunca se afirma que su cadáver fue devorado por estos amigables animalitos, mi imaginación infantil y desbocada me llevó a concluir esto. Eran los tiempos de Piraña (1978) de Joe Dante. Otros guerreros sí sobrevivirán. Entre los suertudos, por supuesto, nuestro protagonista. Cuando la cómplice de los británicos en la isla de Han libere a los prisioneros y estalle la batalla campal, el héroe perseguirá al villano hasta su museo privado de curiosidades. Ahí, en esos últimos diez minutos de increíble tensión, el señor Lee caerá en las garras del señor Han. Literalmente. Y en una trampa todavía peor: su salón de espejos (¿referencia a La dama de Shanghai (1947)?). Surge la magia de la pelea entre el héroe y el villano. En el instante de mayor desesperanza, el eco de las palabras de su maestro del templo shaolin resuena. Le ordena romper las imágenes. Eso le da la clave para vencer a su oponente quien expira gracias a otro momento espectacular. A diferencia de la película de los Danieles, Operación Dragón no prolonga su estadía más allá de lo necesario. Apenas una hora con cuarenta minutos para contar esta historia. Nada de rizar el rizo como acostumbran esos otros realizadores.
Algunas películas adquieren valor no tanto por su calidad vista desde un prisma objetivo. No. Valen por la recepción de las mismas. No aquella motivada gracias a los cañonazos de dinero destinados a la mercadotecnia, sino por el boca en boca. Sobre todo, por haberle dado, desde mucho antes de que la ideología progresista se pusiera de moda, un rostro diferente en Occidente al héroe de acción proveniente de Asia. Tal vez un fenómeno similar al que ahora le ocurre al cine de India con RRR (2022) de S.S. Ramajouli. Es decir, una cinta que a pesar de contener las convenciones asociadas a su género y a su región de procedencia ha logrado infiltrarse en el imaginario colectivo de Occidente. En aquella época, sin embargo, no había una plataforma como Netflix que llevara los estrenos de inmediato hasta la comodidad de millones de hogares. Aunque sí empezaban a manejarse ciertos formatos caseros, primero el Super 8 y después las videocaseteras. Fue así como llegó a mí Operación Dragón y, a pesar de los años, nunca he podido olvidarla. En la actualidad, se puede ver en HBO Max o también rentar en Amazon Prime o AppleTV. Como proclamaba su póster original, “¡Una obra maestra del arte de la lucha!”
 
Operación Dragón (Enter the Dragon, 1973). Dirigida por Robert Clouse. Producida por Raymond Chow y Paul Heller. Protagonizada por Bruce Lee, Jim Kelly y John Saxon.
El avance: https://www.youtube.com/watch?v=81jCPIag4KA