Otros, ¡mal!, no leen


Verdad de perogrullo sería reafirmar la naturaleza siempre cambiante de la vida. Los últimos meses me han confirmado lo anterior en más de un sentido. Desde el inicio de esta conmoción global, dejé de leer y hasta ahora no he recuperado el ánimo para volver a los libros. Y sí, antes había tenido periodos de poca lectura. Aunque más que nada se debieron a no contar con el dinero para comprar libros. Cuando uno se halla en el limbo de la inmigración en un país extranjero, no piensa en lujos. Tan poco capital me atrevía a canalizar a los libros que uno de Enrique Serna, Ángeles del abismo, lo leía en bucle una y otra y otra vez en los camiones o en el metro de Montreal. Desde los 13 hasta los 44, durante más de 30 años, siempre había leído con frenesí. Estuviera en México o en Canadá. Después llegó este virus y, no sé si por la incertidumbre, el miedo o las horas de enseñanza frente a la computadora, se me secaron las ganas de leer. He intentado de todo: audiolibros, organización de la biblioteca personal, pero nada parece remediar esta desgana. Tratándose de la mencionada organización varios años pospuesta, imaginé que el toparme con los muchos libros no leídos tendría el efecto deseado. No fue así. En el último año y medio, únicamente leí un libro en inglés, bastante choncho, sobre el desastre que representó el rodaje de Heaven’s Gate o La puerta del cielo (1980) de Michael Cimino. Se titula Final Cut: Dreams and Disaster in the Making of Heaven's Gate (1985) y no lo escribió una mente literaria, sino un antiguo ejecutivo de la United Artists: Steven Bach. Con qué cara puedo pedirles a mis estudiantes que lean cualquier texto literario si yo mismo he dejado de leerlos. De lo último que leí con fruición se encuentra El dolor de los demás (2018) de Miguel Ángel Hernández. Hace un año, cuando me asignaron la misión de enseñar un curso de español remedial para universitarios de nuevo ingreso, redacté un texto-modelo para que ellos supieron cómo analizar uno literario tras su lectura. No es un ensayo ni una reseña ni nada que se le parezca. Es un texto básico y didáctico. Queda entonces este testimonio de otros tiempos, tal vez más felices, con la esperanza de que, conforme se “normalice” el transcurso de la vida, el hambre de lectura vuelva a mí. ¿Qué pasa cuando los "otros" que (¡mal!) no leen se convierten en el "yo"?


Análisis de la novela El dolor de los demás

            El dolor de los demás es el título de una novela publicada en 2018 de la autoría del escritor murciano Miguel Ángel Hernández. Hernández nació en Murcia en 1977 y actualmente es profesor de historia del arte. El autor se dio a conocer en el mundo literario con varios libros de cuentos y, además de la analizada en el presente texto, con las novelas Intento de escapada (2013) y El instante de peligro (2015). Además, mantiene activa una cuenta de Twitter con la cual interactúa con sus lectores (@mahn). El dolor de los demás, su tercera novela, presenta un ejemplo de lo que en la actualidad se denomina como “autoficción”.

            Según el blog de Nuria Sierra, el término se acuñó precisamente en 1977 gracias a un novelista francés. Sierra, experta en escritura creativa, afirma que la autoficción: “está más al nivel de desnudez del autor/a”. Es decir, se trata de que el autor les cuente a sus lectores una historia que verdaderamente le ocurrió. Por lo tanto, como lectores, no podemos distinguir entre la realidad y la ficción. Lo anterior quedará mucho más evidente cuando abordemos a continuación el tipo de narrador de El dolor de los demás.

            El narrador de Hernández no es único. Más bien, fluctúa entre la segunda persona en capítulos cortos y la primera persona en capítulos algo más extensos y numerados. De inmediato, se puede identificar al narrador en primera persona con el propio autor. No hay una separación entre uno y el otro. Después de un primer episodio del narrador en segunda persona, comienza otro más que menciona de inmediato al escritor Sergio del Molino (Hernández, 2018, p.16). Si uno se toma el tiempo de buscar en Google, se dará cuenta de que Sergio del Molino no es un personaje de ficción, sino un escritor de la realidad, originario de Madrid. Los narradores en segunda persona no son muy comunes. Por lo regular, aparecen sobre todo en textos experimentales. Uno de los más famosos en nuestro país es el de la novela Aura (1962) de Carlos Fuentes. Sin embargo, en este caso, conforme el lector vaya avanzando en la lectura se percatará de que la fluctuación entre dos narradores obedece al contraste entre el Hernández del momento actual y el Hernández del pasado. Para aclarar lo anterior, se deberá abordar la trama de la novela.

            A lo largo de El dolor de los demás Hernández intenta contarles a sus lectores una historia trágica, ocurrida 20 años atrás y que involucró a su mejor amigo. En la Nochebuena de 1995 Nicolás asesinó a su hermana y, luego de ese acto tan atroz, se suicidó lanzándose por un barranco. Hernández está empecinado en escribir un libro sobre esta historia y los lectores lo acompañarán durante su investigación para evocar y reconstruir aquellos hechos del pasado. No sólo eso: Hernández se planteará si de verdad tiene el derecho de revivir la tragedia con la publicación eventual de su libro (el que leemos), si no estará despertando malos recuerdos en la familia de Nicolás y si un escritor como él, al convertir en algo público la novela, estará renovando el dolor de quienes se vieron involucrados en el asunto. De ahí el título de la novela que se aborda aquí: El dolor de los demás. Con lo anterior, salta a la vista que autor, narrador y personaje principal se encuentran los tres encarnados en la persona del propio Hernández.

            De esta forma, se puede afirmar que la estructura de la novela es bastante simple ya que Hernández alterna entre los capítulos de 1995 y los de la actualidad (2015), aquéllos en los que aparece el narrador en primera persona y en que nos cuenta cómo se da la idea de escribir un libro sobre la tragedia del asesinato de la hermana de Nicolás. Vale mencionar que los de 1995 no están numerados, mientras que los de la actualidad sí lo están. Finalmente, la novela se divide en seis partes rematadas por un epílogo.

            Conforme se avanza en la lectura, se irán presentando los otros personajes que participan en la trama. Por supuesto, se habla extensamente de su cercanía con Nicolás. Según Hernández, “un tímido enfermizo” (2018, p.21). De igual forma, a través de sus remembranzas, el autor irá pintando los retratos de los miembros de su propia familia y de varios de sus vecinos del pueblo. Alguien que aparece en los dos tiempos de la novela es Juan Antonio, el hermano del autor. La relación con su familia se presta en muchas ocasiones para confesiones muy conmovedoras que acercan a los lectores con el propio Hernández: “[…] fuimos culpables. Mis hermanos y yo. Culpables de lo que sucedió con mi madre. Continuamos una larga tradición de servidumbre. La utilizamos hasta que ya no pudo más” (Hernández, 2018, p.125).

            Esta cita sale de un fragmento del libro en el que el autor va a visitar a su hermano. Otro aspecto para el análisis incluye, sin duda, el lugar en el cual transcurre la historia trágica de 1995. Durante toda la novela, Hernández se refiere a este sitio simplemente como “la huerta”. Él mismo indica que no tiene muy claro cómo nombrar el lugar en el que vivió durante los primeros 24 años de su vida: “En Murcia llamamos La Huerta a una especie de comarca natural que comprende las tierras regadas por el río Segura, desde la Contraparada […] hasta el límite con la Comunidad Valenciana” (Hernández, 2018, p.42). A través de sus recuerdos y sobre todo en los capítulos que presentan un narrador en segunda persona, se evocará esta región de Murcia como un lugar alejado del bullicio, de los ruidos de la ciudad y, sobre todo, en el que todos los vecinos se conocen unos a otros.

            Uno de los temas más importantes de la novela es la famosa “autoficción”. Como ya se mencionó con anterioridad, Hernández se mete de lleno en este concepto y realiza reflexiones constantes sobre el proceso de escritura de una historia tan dolorosa, pero que, al mismo tiempo, puede despertar el interés de sus lectores al estilo de una novela policiaca. De hecho, cuando uno empieza a leer la novela piensa que al final nos enteraremos de por qué Nicolás asesinó a su hermana mayor y por qué se suicidó lanzándose por un barranco. Poco a poco, surgirá el verdadero interés de Hernández: plantearse el dilema ético de contar una historia tan personal y que involucra a muchos de sus vecinos de La Huerta.

            A sangre fría (1965) de Truman Capote es quizás uno de los primeros ejemplos de una novela que se basa en la realidad para hilar su trama. De hecho, se dice que con ella se inaugura un nuevo género conocido como “novela-reportaje”. Hernández está muy consciente de esta influencia en su texto. Incluso, durante un diálogo, se menciona la obra de Capote: “—Hostia, qué duro. ¿Y te vas a hacer un A sangre fría murciano o qué? / —Algo así, algo así —sonreía—. El problema es que no encuentro el modo de acceder al expediente judicial para poder documentarme” (Hernández, 2018, p.225). Con esta cita se evidencia otro de los grandes temas de El dolor de los demás: la dificultad para reconstruir el pasado. ¿Es posible contar de forma fidedigna una historia que aconteció 20 años antes?

            Para eso, hay un fragmento en que Hernández se da a la búsqueda del video de una entrevista que le hicieron en 1995 al día siguiente de la tragedia. El autor cuenta de forma pormenorizada cómo recupera ese video y cómo se siente al verse a sí mismo en la pantalla de la televisión a 20 años de la tragedia: “Tuve la sensación de que allí, delante de mí, se abría una puerta de tiempo. Un umbral hacia el pasado que no se había ido del todo. Un pasado que regresaba a través de voces e imágenes” (Hernández, 2018, p.183). Más adelante, el escritor se preguntará cuándo queda de aquel muchacho de 18 años en el hombre de 38. Así, de forma paulatina, Hernández irá entrando en un laberinto sin salida en el cual dejará de importar el lado policiaco de la historia de Nicolás y terminará centrándose únicamente en el dilema ético de si debe contar o no la historia de su amigo en un libro.

            En general, me gustó mucho la experiencia de leer esta novela. Habla de temas que, en particular, me interesan mucho como si es válido o no escribir una novela basándote en experiencias propias o incluso en las ajenas. También, aunque no conozco Murcia ni la región en la que creció Miguel Ángel Hernández, me pude identificar con esa idea de una población en la que todos los vecinos se conocen y saben qué hace cada uno. Además de que la época que evoca en sus recuerdos a mí me tocó también vivirla. Empecé a leer la novela porque disfruto las ficciones policiacas, pero, aunque la intriga del asesinato no es precisamente el centro de la historia, logró cautivar mi interés e hizo que quisiera leer otros libros del mismo autor. El dolor de los demás es una lectura que recomiendo ampliamente.

 

Bibliografía

Hernández, M. A. (2018) El dolor de los demás. (1ª. ed.) Barcelona: Anagrama.

Sierra, N. (2019) ¿Qué es la autoficción? Nuria Sierra (blog). Recuperado de: https://nuriasierra.com/que-es-la-autoficcion/



Y, para mayor desesperanza, esto de Unamuno: