Una canción perdida (y en francés)

Es cierto. Había olvidado aquella canción antes de que una serie de coincidencias más o menos recientes me la recordara. Y el recuerdo se amalgama otra vez con el de esa persona que me obligó a descargarla ilegalmente de internet y también a escucharla durante varios meses. Eso hasta que un día la borré de mi dispositivo multimedia y, con el tiempo, (sí, de verdad) casi la olvidé.

No me considero melómano. Lo poco que sabía de acordes, partituras y notas musicales ya también se me olvidó. Atrás quedaron los días en que podía tocar algún instrumento. La música me sirve, en muchas ocasiones, como interruptor para alterar los estados de ánimo. Casi siempre, de la melancolía a la felicidad. Me importa poco la calidad. Más determinante es a qué recuerdos o a qué emociones me remite una melodía. Y eso es un aspecto muy particular. Muchas las he conocido a través de las películas. Por ejemplo, ignoraba la existencia de una, interpretada por Sonny Bono y Cher, de título “But You’re Mine”. Eso hasta que la escuché en una de las mejores escenas de Licorice Pizza. Sin 8 femmes de Ozon, nunca habría llegado a “Message personnel” de Françoise Hardy o a “Pour ne pas vivre seul” de Dalida, multicitada en este otro apunte sobre Twitter.

Sin embargo, otras canciones me han sido develadas por personas a las que, aún hoy, les agradezco habérmelas hecho llegar. Una de las primeras en francés: “Le métèque” de Moustaki. Actualmente, extraño esa tonada. Una instalación súbita de otro sistema operativo en mi computadora portátil (lastres de la modernidad), arrasó con varios mp3 de mi época “napsteriana”. Entre ellos, los que contenían algunas canciones francesas de mis primeros años de aprendizaje del idioma. No sé si fue en el primer nivel o en el segundo de la Alliance Française de Torreón cuando una profesora nos puso a mí y a mis compañeros esta composición de Moustaki. Yo qué iba a saber en aquellos años mozos algo o nada sobre ser un extranjero en tierra extraña.

Otros cantos en la lengua de Molière —como repetirían este lugarzote común en la película homónima de Laurent Tirard sobre la juventud del dramaturgo de la corte de Luis XIV— se fueron agregando y enraizándose en el repertorio de mi dispositivo. Muchas veces, gracias a misses y profes de francés. Desde “Quand on est con” de Georges Brassens o "L'important c'est la rose", pasando por “Les Champs-Elysées” de Dassin o “La langue de chez nous”, hasta el numéro musical “Les blues du businessman”, extraído de la ópera-rock Starmania. Incluso aquella de Frida Boccara, capaz de inducirlo a uno a un coma diabético: “Un jour, un enfant”. Ninguna de las anteriores es, empero, la canción que había olvidado.

Todo empezó así: hace un tiempo vi La familia Bélier. Sabía con artera malicia que era la versión original de una gringada de nombre CODA (2021), en la que aparece Eugenio Derbez. Por cierto, desde hace décadas, evito cualquier film con él ya sea protagonista o de relleno. Como si se tratara del COVID. Entonces no imaginaba el absurdo de que CODA ganaría el premio Oscar a mejor película. Ni tan descabellado si no le apostamos a la desmemoria y nos acordamos de Forrest Gump o El chofer y la señora Daisy. No sé qué artista sustituye a Michel Sardou en la versión estadounidense ni me interesa saberlo, pero el profesor de música de La familia Bélier está obsesionado con dicho cantante. A lo largo de la cinta francesa de 2014, se escuchan “En chantant”, “Je vole”, “La maladie d’amour”, entre otras. Escuchando las versiones originales en YouTube, me percaté de que tanto su nombre como su voz me resultaban familiares. ¿De dónde? ¿De cuándo? ¿De qué conocería yo a Sardou? Entonces me volví a encontrar con “Les lacs du Connemara”. Y, como me suele ocurrir con la música, un recuerdo (casi olvidado, casi del todo perdido) emergió hasta la superficie de la conciencia.

Conocí a mi amigo de Casablanca en un curso intensivo de inglés de la Universidad McGill. Yo me sentía fuera de lugar porque, siendo sincero, no necesitaba aprender el idioma. Lo sabía hablar y bastante bien. Además, era el más viejo de los estudiantes. Sin embargo, por requerimientos de mi visa, ahí estaba yo. A pesar de ser su segunda lengua, a pesar de haber asistido a un lycée en Casablanca, él nunca quiso hablar en francés conmigo. Mis conocimientos del idioma no estaban a su altura. No obstante, sabía que yo tenía la vana ilusión de que tanto mi inglés como mi francés se acercaran lo más posible al de un hablante nativo. Por eso, me empezó a compartir algunas canciones en ese idioma. Varias permanecieron conmigo incluso después de perderle a él la pista: “Le chanteur” (Daniel Balavoine), “Itsi bitsi petit bikini” (Dalida) —¿acaso hay versiones anteriores a la de los argentinos The Sacados?—, “Si j’étais un homme” (Diane Tell), “Chante” (Michel Fugain), así como algo mi lengua materna de lo que yo tampoco estaba enterado: “Hasta siempre” (Nathalie Cardone) sobre el Che Guevara (WTF?). Y, por supuesto, ésa de Sardou que por poquito olvidé.

En un inicio (por eso la borré después), “Les lacs du Connemara” me pareció ridícula. ¿Qué hacía un cantante francés hablando de los pesares de Irlanda? El comienzo es muy sutil, rayando en lo soporífero. Juega con los nombres típicos de la verde Éire para ensamblar las rimas (Kelly / catholique / aussi / granit / Limerick / oui). Transcurre in crescendo, acelera su ritmo y gira delirante hasta estallar en una suerte de danza folclórica. No sé si irlandesa o escocesa. Da igual. Sin embargo, parece que fue un éxito. Esto lo ignoraba cuando mi amigo me obligó a descargarla ilegalmente de internet. Tan exitosa que arribó hasta las costas del norte de África. Tanto así que, años después, se le concedió a Sardou (no sé qué premio ni sé qué llaves) en el país homenajeado.

El canto está indisolublemente unido al recuerdo de mi amigo. Parece un dato sacado del más surrealista de los sueños, pero una vez canté a su lado y al del resto de mis compañeros de aquel grupo de inglés. Cantamos “Those Were The Days” en un salón para coros del edificio de la Escuela de Música de McGill. Siempre que escucho “Those Were The Days” me acuerdo de ese día y me acuerdo de aquel amigo. También, no hace mucho, por reconocer al actor que interpreta al juez en Fragmentos de una mujer (2020), me acordé de cuando Donna nos llevó a ver una obra en el Teatro Centaur. Uno de los protagonistas era Tyrone Benskin. En la siguiente foto él y Donna aparecen al centro. Todos los demás somos los alumnos de aquel curso intensivo de inglés:

En mayo de 2022 escucho “Ya rayah” de Rachid Taha (no en francés, obvio, sino en árabe) y pienso en mi amigo. También vuelvo a escuchar “Les lacs de Connemara” en voz de Sardou y ya no me parece tan ridícula porque me remite directamente a él. Tal vez, como suele decirse de forma eufemística, ya se me adelantó en el camino. Quizá no haya logrado combatir sus demonios, pero tengo la esperanza de que en la actualidad sea feliz, de que haya sobrevivido y encontrado un poco de paz a pesar de las manías, las obsesiones y las voces trepidantes en su mente. Al menos, yo recuperé esa canción perdida en el océano de la memoria.

Pour Mehdi