Hacia el final de la segunda temporada de Upstairs,
Downstairs (1971-1975) su equipo de escritores preparó un libreto con miras
a rodar una película. Ese rodaje nunca se cristalizó e incluso propició la
salida de una de las actrices jóvenes: Nicola Pagett. Tendría que pasar casi medio
siglo para que otra serie británica, de temática sospechosamente similar y
también de éxito abrumador alrededor del mundo, lograra saltar desde la
televisión hasta la pantalla cinematográfica. Hace no muchos años se solía pintar
un abismo para separar un medio audiovisual del otro. Así, el salto mortal
antes aludido pretendía legitimar una serie, como si los productos
audiovisuales transmitidos por la supuesta caja idiota fueran de menor rango de
forma innata (esto de “menor rango” lo aplico por utilizar un término ad hoc
con la atmósfera recreada por las series de las cuales hablaré). Ahí están los
ejemplos de Star Trek, Los locos Addams, Misión imposible,
Los ángeles de Charlie o Los Simpson.
Eileen Atkins y Jean Marsh, actrices de larga trayectoria
en Inglaterra, son dos mujeres a quienes habría que agradecerles no sólo por la
idea original de la serie setentera, sino además por las imitaciones, entre
ellas la muy popular Downton Abbey (2010-2015). Fueron Marsh y Atkins,
ambas hijas de personal del servicio doméstico, quienes llegaron a la
conclusión de que sería oportuno retratar a la gente de escaleras abajo y no únicamente
a la aristocracia de arriba. Tal vez no se trate de ninguna casualidad: los
títulos de ambas series comparten el vocablo inglés “down”. Es poco
probable imaginar que Julian Fellowes, quien tendría alrededor de veintiún años
cuando se transmitió, no conociera la entonces casi ineludible Upstairs,
Downstairs (UD), distribuida en su momento en alrededor de 40 países.
De hecho, es más que evidente la influencia de aquella teleserie de la década
de los 70 en la escrita por Fellowes y bautizada como Downton Abbey (DA).
Conocida en Hispanoamérica como Los de arriba y los de
abajo, el primer episodio de UD inicia siguiéndole los pasos a una
nueva criada, nada convencional y harto fantasiosa, puesta a prueba en la
mansión de los Bellamy, un clan aristocrático que reside en Londres. Aunque se
esperaba la participación de Atkins, Sarah Moffat fue a parar a las hábiles
manos de Pauline Collins por una obra de teatro con la cual aquélla ya se había
comprometido. Así, la sirvienta socarrona y algo vulgar se convierte en
aprendiz de otra de mayor experiencia y rango: Rose Buck (ésta sí en la piel de
Jean Marsh). El productor John Hawkesworth, acompañado por un equipo de escritores,
desarrolló la idea original de Atkins y Marsh. En el programa se planteaban las
vicisitudes de dos familias, de rangos sociales muy distintos, pero cuyos
destinos se encontraban inexorablemente entrelazados: escaleras arriba, la conformada
por los lazos de sangre azul y la otra, por los caprichos de la fortuna.
La trama, aunque en ocasiones anacrónica como era de
esperarlo, se atrevía a presentar relatos que hacían eco de lo sucedido en los
70. Por ejemplo, durante el décimo episodio de la segunda temporada se aborda
el tema de las sufragistas. Ahí operan resonancias de lo contemporáneo, con el
movimiento de liberación femenina. Sobre todo, si se toma en cuenta carácter
rebelde de Elizabeth (Pagett), la hija de los Bellamy. Además, a quienes
interpretaban a los personajes parecía no importarles demasiado su imagen
pública, sino más bien desempeñar un buen trabajo. Tomo como muestra a la misma
Elizabeth quien, cuando engendra a una hija que no es de su marido, la rechaza.
En la concepción de la bebé Lucy habría habido una suerte de intercambio de
parejas, no muy diferente a los de los swingers o las comunas hippies.
Aunque DA se precie de ser culturalmente sensible al incluir desde el primer
episodio a un personaje gay llamado Thomas Barrow (Rob James-Collier), UD
ya le llevaba la delantera con Alfred Harris (George Innes), el lacayo que
gustaba de enunciar incorrectamente citas bíblicas y que, sin embargo, se
convierte en amante de un barón alemán y huye con él a mitad de la noche. Este
episodio, por cierto, fue censurado en los Estados Unidos. La revolución sexual
tampoco se les escapaba a los escritores de la serie setentera. Más tarde, James
Bellamy será tan desconsiderado con su mujer Hazel que al actor Simon Williams lo
iba a detener alguna anciana por la calle para reclamarle el mal trato de la
ficción. Esto, en retrospectiva y a diferencia de DA en la cual, a pesar
de las transgresiones a la etiqueta o a la moral por parte de los Crawley y sus
sirvientes, casi todos los personajes resultan simpáticos o, si acaso,
encuentran una especie de redención al final. El episodio de UD más
celebrado alrededor del mundo proviene también de la segunda temporada: aquél
en el que lady Marjorie y Richard Bellamy reciben la visita del rey Eduardo VII.
La teleserie se extendió a lo largo de cinco temporadas con un total de 68
episodios. Tras la época eduardiana, la Gran Guerra y la epidemia de la
influenza española; en su última tanda de capítulos también ficcionalizó,
aunque de forma apresurada, los alocados años 20 para concluir con el crack de
la bolsa, el suicidio de James y el abandono del 165 de Eaton Place.
El siguiente paso se da algunas décadas después y con la intervención
experta de Robert Altman. Gosford Park (2001), película conocida por su
título en español como Muerte a la media noche, pretendía situarse como una
mescolanza entre el universo literario creado por Agatha Christie y la relación
entre patrones y sirvientes ya planteada antes por UD. Aunque aquí tal
relación se percibía menos idealizada y sí expandida a la máxima potencia. Todo
comenzó con un intercambio de opiniones, esta vez entre Altman y el
actor-productor Bob Balaban. En un principio probaron adaptar alguno de los
enigmas de la escritora inglesa. Pero, al no poder hallar una novela de
Christie que se adecuara al cine del realizador estadounidense, integraron al
equipo al guionista Julian Fellowes.
Durante Gosford Park, la familia y los amigos de William
McCordle (Michael Gambon) se dan cita en su mansión de campo para una cacería.
Corre el otoño de 1932 y todos tienen algún motivo para odiar a sir William. Por
supuesto, este aristócrata cruel y mujeriego será ultimado al terminar la
velada. Y por partida doble. Nadie del equipo creador se atrevió a ignorar el
legado de UD. En un papel clave, el de la señora Croft, la cocinera, aparece
Eileen Atkins. Además, una graduada de la teleserie, Meg Wynn Owen, se
convierte en la señorita Lewis, la primera doncella de lady Sylvia (Kristin
Scott Thomas). En otro papel clave para desenredar el enigma, la señora Wilson
(Helen Mirren), el ama de llaves, se proclama la servidora perfecta, ésa que se
anticipa a los deseos de sus patrones. Como de costumbre en su cine, Altman incluye
un gran reparto de diálogos a veces yuxtapuestos. De esta forma, el guionista y
el director no le pierden la pista a ninguno de sus personajes, los cuales
suman una treintena dándole al espectador una visión fugaz aunque panóptica de
quienes se perfuman arriba y de quienes trajinan abajo. La llave para adivinar
el misterio del homicidio de sir William se relaciona con el abuso y la explotación
de la clase trabajadora. Aquí no hay ningún Poirot ni ninguna señorita Marple
que armen el rompecabezas. Sólo una criada joven (la escocesa Kelly Macdonald)
que se da cuenta de todo lo acontecido. Mientras tanto, el detective idiota
(Stephen Fry) afirma no querer interrogar a los sirvientes, cuando son ellos
quienes pasan la mayor parte del tiempo con sus patrones y quienes mejor los
conocen. El resultado quizás sea la última gran cinta del director. La cosecha
de Gosford Park: varias nominaciones al premio Óscar. Fellowes se llevó
el del guion original, el único que ganaría la cinta aquella noche del 24 de
marzo de 2002.
Tanto la añeja serie de los 70 como este filme de Altman se
convirtieron así en los más anchos cimientos para la construcción del imponente
fenómeno televisivo ahora denominado Downton Abbey. Una vez establecida
su fama como guionista ganador del premio Óscar por Gosford Park y hacia
2009, Fellowes recibe una propuesta del productor Gareth Neame. Pronto se aviva
el apetito para un programa de televisión derivado de la película de Altman. Sin
embargo, en lugar de una serie spin-off como se planeaba en un inicio, los
esfuerzos se concentraron en la creación una historia original que ocurriera no
en los años 30, sino durante el periodo eduardiano, época-obsesión de Fellowes
junto con el reinado precedente, el de Victoria.
La premisa de DA plantea la muerte súbita de los
herederos del título y la propiedad en abril de 1912. Esto obliga a trazar
nuevos planes para las tres hijas de la familia Crawley ya que, por ley, las
muchachas están impedidas para heredar. Mientras, escaleras abajo, la
servidumbre rechaza el arribo del nuevo ayuda de cámara, Bates (Brendan Coyle).
Al igual que Sarah Moffat en UD, el cojo John Bates se convertirá en el guía
ideal de los televidentes para entrar a este mundo de lujo, castas y
pretensión. Más irrupciones alterarán el orden en el que viven los Crawley
cuando todos se enteren de que el nuevo heredero es un abogado de clase media. Matthew
y su madre Isobel serán mal vistos a causa de su bajo rango social y su
desconocimiento de la etiqueta aristocrática. Incluso por la misma servidumbre.
La primera temporada culminará con el anuncio del comienzo de la Primera Guerra
Mundial.
Así como los Bellamy se relacionaban estrechamente con
sus sirvientes, así lo hacen los Crawley, pero en esta ocasión el entorno es en
su mayoría campirano, pocas veces londinense. Para lograr lo anterior, como
escenario de rodaje, la producción alquila cada temporada el castillo
victoriano Highclere de la familia Herbert, condes de Carnarvon (el mismo clan
del lord que fuera mecenas para el descubrimiento de la tumba de Tutankamón), y
así hacerlo pasar por la abadía del título, la casa señorial de otro conde, el
de Grantham (Hugh Bonneville), uno de ficción. Existe un impresionante salto
cualitativo entre una serie y la otra. El tiempo no pasa en vano, menos
tratándose de casi medio siglo, y hoy es difícil imaginar aquel abismo
infranqueable entre la televisión y el cine. Mientras que en UD saltaba
a la vista el uso de un estudio con escenografía en extremo frágil (al puro
estilo de El chavo del 8), los personajes de DA lloran y ríen
dentro de un castillo de verdad. La calidad de la fotografía es inmejorable. La
serie moderna no únicamente se apoya en su impecable eficacia técnica, sino
además en un extenso reparto de varias generaciones a la manera de la
colaboración cinematográfica entre Altman y Fellowes.
Mención aparte merecería Maggie Smith, quien también
apareciera en Gosford Park. La presencia frente a las cámaras de esta
actriz legendaria, con alrededor de 60 años de carrera, ganadora del premio
Óscar por Los mejores años de Miss Brodie (1969), se torna el sol
alrededor del cual giran los planetas representados por sus compañeros de
reparto. Smith se transforma en el sólido enlace entre el film de Altman y la
serie-creación de Fellowes. La condesa viuda Violet es un personaje ancla: la estricta
madre de Robert Crawley, la anciana autoritaria cuyas réplicas son lo más
gracioso y mordaz del programa. Otros graduados de Muerte a la media noche
aparecen en roles muy secundarios: por un lado, Jeremy Swift, como el mayordomo
de Violet y, apenas en un par de episodios de la quinta temporada, Richard E.
Grant, como el enamorado impertinente de lady Cora.
En extremo significativo será abordar algunos de los
lazos temáticos con el programa precursor. Aunque sean numerosos estos
paralelismos entre las tramas de las dos series, UD y DA, las
sagas folletinescas de los Bellamy y los Crawley. Quizás demasiado numerosos
para conservar intacta la comodidad. Las bellas hijas de las dos familias
(Elizabeth y Mary) se ven envueltas en sendos escándalos. Los mayordomos, los señores
Hudson y Carson (nótese la rima en sus apellidos), son más esnobs que sus
patrones. Las cocineras, las señoras Bridges y Patmore, se muestran algo
gritonas y de carácter irascible. Los regaños a sus fregonas, ya fuera Ruby en UD
o Daisy en DA, son casi idénticos. Los herederos (James y Matthew), al retornar
del frente de batalla, vuelven heridos y con dificultades para caminar. Por su
juventud, surge una complicidad entre Georgina y Daisy, la criada joven de su
misma edad, similar a la que se entabla entre lady Sybil y Gwen. Frederick, el
lacayo de los Bellamy en las últimas temporadas, por su atractivo con las damas
de la alta sociedad, tiene un amorío secreto y prohibido con una amiga de
Georgina. No muy diferente a Jimmy, otro lacayo en DA muy cotizado con
las mujeres y hasta con Thomas. Jimmy se mete en la cama de una lady invitada
al castillo y luego es sorprendido por lord Grantham. Y mejor ni hablar de los
matrimonios entre los miembros del personal doméstico (Sarah con Thomas, Daisy
con Edward, Hudson con la señora Bridges en UD o Bates con Anna, la otra
Daisy con William, Carson con la señora Hughes en DA). Como reza el
dicho popular, cada oveja con su pareja. De completar la lista de parecidos, terminaría
siendo bastante extensa. Si lo anterior no basta, ofrezco unos cuantos casos
más de similitud en esta otra entrada del blog.
Fuera de sus lazos tan contundentes, en DA se nota
un formato de telenovela bastante más manifiesto que en UD. Los puntos
culminantes se perfilan según los enamoramientos, las bodas o las muertes
súbitas. Después de la tercera tanda de episodios las situaciones se empiezan a
gastar: la enésima cena a punto de arruinarse, el traje quemado por una
plancha, la pérdida de la fortuna familiar, las acusaciones de robo o de
homicidio. Las tramas típicas del folletín suelen repetirse, algunas a la
usanza de Agatha Christie, con sospecha de asesinato y juicio incluidos. Y,
para muchos episodios, se reservan los finales de taquicardia. Basta fijarse en
las grandes tragedias del matrimonio Bates. Ya al principio de la serie el
ayuda de cámara había sido acusado de asesinar a su exmujer. No conforme con
eso, Fellowes repite el truco cuando Anna Bates (Joanne Froggatt) va a la
cárcel por ser la sospechosa número uno en otro homicidio. Este recurso manido
hace que la quinta temporada sea una de las más flojas. El dato no surge imprevisto
del todo. Ya un par de años antes los episodios de la tercera habían pecado por
sus muertes inesperadas. En aquella ocasión Jessica Brown-Findlay y Dan
Stevens, quienes interpretaban a miembros importantes de la familia, decidieron
abandonar el proyecto casi al mismo tiempo y Fellowes tuvo que matar a sus
personajes convirtiendo la tercera en la temporada más lacrimógena de toda la
serie. Nada nuevo lo de matar personajes sin aviso si se toma en cuenta que, a
partir la tercera tanda de episodios de Upstairs, Downstairs, la familia
Bellamy se había dividido en dos dejando grandes vacíos: Elizabeth se fue para
siempre a los Estados Unidos y su madre, lady Marjorie, había fallecido en el
hundimiento del Titanic. Éstas fueron las soluciones para la salida del
programa de las actrices Nicola Pagett y Rachel Gurney, una detrás de la otra.
El éxito despierta envidias. La cadena rival de ITV se
despereza y decide revivir el concepto de Upstairs, Downstairs. No sólo
la BBC saca al personaje de Rose Buck del retiro, además recluta a Eileen
Atkins para que finalmente aparezca como lady Holland en ese refrito de 2010.
Sin embargo, ningún rival televisivo puede abatir a la serie creada por
Fellowes. La dame Maggie se muestra invencible ante la dame
Eileen. El remake nunca superaría al original y únicamente se mantuvo
con vida un par de temporadas. El éxito abrumador despierta también la tentación
de continuar hasta estrellarse contra lo inevitable. Es decir, contra la
transitoriedad. Ambas teleseries, la UD original y DA, supieron detenerse
a tiempo sin bajar la guardia por completo y, sobre todo, por la misma razón: entremezclar
sus ficciones con los acontecimientos históricos más relevantes del primer
tercio del siglo XX. Downton Abbey duró seis temporadas, con un total 52
episodios, con distribución en más de 100 países y su trama abarcó desde el
hundimiento del Titanic hasta las postrimerías de 1925. Tanto el patriarca Richard
Bellamy como la matriarca Violet Crawley no podían vivir más allá de los 90
años. Ésta fue la principal objeción de Smith para seguir en el proyecto y de
ahí que la muerte de su personaje ya se comience a perfilar en el film. Sin
embargo, la afición pidió más lágrimas y risas. Así, estos mismos fanáticos se
vieron obligados a esperar algún tiempo para ver a sus queridos personajes en la
pantalla grande. No sé si se trató de una imitación consciente al episodio más
celebrado de UD, pero la película de 2019 presenta como hilo narrativo
principal la visita del rey Jorge V y de la reina María al castillo de los
Crawley, allá por 1927.
En cuanto al subtexto, la serie y el film muestran una
relación ambivalente con la monarquía, el imperialismo, la inamovilidad de las
estructuras piramidales y la peculiar sociedad de castas de Inglaterra. Sólo
los villanos irredimibles son crueles con la servidumbre, nunca la familia
protagonista. El debate constante e incluso machacón en DA será entre
los tradicionalistas y los progresistas. Numerosos personajes reclaman un
cambio radical. Sin embargo, ni las jerarquías ni la diferencia entre clases
sociales se desmoronan del todo y permanecerán bien presentes tanto escaleras
arriba como abajo. Si acaso, las estructuras se moldean un poco y siempre para
mantener a flote el barco de los Crawley. Al estilo de vida de la familia se
asimila incluso a un irlandés republicano y socialista, Tom Branson (primero
chofer y luego esposo de lady Sybil). Y, quien se atreva a acercarse al entorno
de los Crawley con la espada desenvainada (la señorita O’Brien, Jimmy o Sarah
Bunting, por nombrar unos casos), desaparecerá entre una temporada y otra. Se
vuelve innegable la presencia de una nostalgia por ese sistema de poca
movilidad social. En esto también radicará la calurosa acogida en los Estados
Unidos a través de la cadena PBS. Y además en el hecho de que la esposa del
conde, lady Cora (Elizabeth McGovern), sea una estadounidense a través de la
cual, por su mero origen, su suegra Violet destaque las virtudes de los
ingleses. En la notable recepción de la serie en los Estados Unidos tal vez lata
con fuerza un residuo inconsciente del territorio colonizado, una secreta fascinación
por esa sociedad de jerarquías inamovibles porque al menos ahí y entonces sí había
certezas en cuanto al papel que cada uno desempeñaba. El fanatismo gringo alcanza
su cumbre con la aparición de la familia estadounidense de lady Cora: su madre
Martha y su hermano Harold, personajes encarnados por Shirley MacLaine y Paul
Giamatti. Sin duda, los ingredientes anteriores contribuyeron a la bienvenida
entusiasta que tuvo DA al otro lado del Atlántico en donde más de un
grupo de amigas organizaban fiestas temáticas, tomaban el té y se vestían como
los personajes de la serie. Así, en cuanto a destacar el pasado colonialista de
Inglaterra y su estrecho vínculo con la aristocracia, Julian Fellowes se debate
entre la fascinación y la crítica. Aunque, si se toma en cuenta la siguiente sentencia
que figura ostensiblemente en el film, no cabrán dudas de hacia dónde se
inclina la balanza del escritor: “¡Dios es monárquico!”, afirma en tono de
broma lady Mary.
La mayor parte de la experiencia del director Michael Engler se había dado en el ámbito de la televisión y este hecho resalta ante los demás. Su cometido no era innovar ni realizar una propuesta cinematográfica lejana a la vista en la serie. La misión de Engler era complacer un poco más a la audiencia cautiva, nada despreciable en cantidades. Por eso, el film no pasa de ser un episodio de dos horas de duración, muy similar a los de final de temporada, aunque en un formato de mayor anchura, tirándole a lo panorámico. Hasta durante este debut en salas de cine, UD le marca los pasos a DA. Si el episodio de mayor audiencia de la añeja serie contaba la visita del rey Eduardo VII al número 165 de calle Eaton Place, ¿por qué Fellowes no contaría en su mundo ficticio la del vástago, Jorge V? Al fin y al cabo, la originalidad es sólo un mito.
Aunque no cuento con el dato de si Los de arriba y los de abajo se transmitió en México, tengo entendido que sí hubo un doblaje para nuestro país. Al menos, averigüé que Claudio Brook hacía la voz de James Bellamy. Pero actualmente se puede encontrar el primer episodio subtitulado al español en YouTube. Downton Abbey se distribuyó en televisión por cable dentro de las naciones latinoamericanas a través de Film & Arts y, en el caso de México, en televisión abierta a través del canal 11 del Politécnico. La película se estrenó el año pasado en salas de cine y el 11 de julio en HBO Latinoamérica.
—Downton Abbey (2019). Dirigida por Michael Engler. Producida por Gareth Neame y Liz Trubridge. Escrita por Julian Fellowes. Protagonizada por Hugh Bonneville, Elizabeth McGovern y Maggie Smith.