La otra Suspiria

Hablando de aficionados al cine, cuando uno se enfrenta a un refrito sólo se hay de dos aguas: quienes conocen la obra original y quienes no corren con dicha suerte. Ya sea por su edad o porque no sienten ninguna curiosidad por el cine que los precedió. En el caso de Suspiria (2018) de Luca Guadagnino, pertenezco al primer grupo. Aunque no de toda la vida. Eso debo confesarlo. Como el director italiano, artífice de cintas como Io sono l’amoreLa última zambullida Llámame por tu nombre, no puedo presumir de haber visto desde niño el “clásico” (¿se permite dicha etiqueta, usada actualmente con tan poco tino, tratándose de una cinta hecha dos años después de yo naciera?) de Dario Argento. Ni siquiera desde adolescente. Tardé bastante tiempo en encontrarme con dicha producción de los años 70. Pero sí la vi años antes de acudir al cine el viernes pasado para ver la versión de Guadagnino. Viene a mi mente el recuerdo de la Boîte Noire de Montreal y su sótano repleto de cintas de culto.
En el caso de los refritos (y entiéndase que sólo estando familiarizado con la obra original) siempre me acerco a ellos con desconfianza. Y con un montón de prejuicios, dicho sea de paso. O, simplemente, ni siquiera me acerco. Así me ocurrió con Nace una estrella(2018). Y no sólo porque ya haya visto 2 de las 4 versiones oficiales (¿se puede alegar que El artista de Michel Hazanavicius es una versión más de Nace una estrella, aunque con final feliz?), sino también porque desconfío de los actores mediocres que arden en deseos de saltar a la silla del director. Aún más cuando son los protegidos de alguien como Clint Eastwood. Sin embargo, no puedo negar que el avance de la nueva Suspiria despertó mi curiosidad y decidí acercarme a una sala de cine de Torreón para acallar a esa incómoda invitada por la que tantos gatos han muerto.
En primera instancia, esta Suspiria respeta la columna vertebral de la película de los 70, la impuesta por Daria Nicolodi y Dario Argento. El planteamiento es, en esencia, el mismo: una joven aspirante a bailarina, originaria de los Estados Unidos, llega a Berlín para entrar a una prestigiosa academia. Esto, repito, en lo esencial. Ya en lo accesorio me doy cuenta de cómo Guadanigno intenta deslindarse del trabajo de Argento y justificar así la elaboración de un remake. Algunos detalles podrían citarse: el hecho de que esta Susie Bannion (Dakota Johnson) sea de origen menonita, tenga que pasar una prueba para ingresar a la academia de Helena Markos (Tilda Swinton) o que, a pesar de ser tan buena alumna, no reciba ningún tipo de hostigamiento por parte de sus compañeras (recuérdese El cisne negro, otra película macabra cuyo origen podría rastrearse hasta la Suspiria de Argento). Otros aspectos saltan a la vista. Guadanigno decide ubicar la trama en un momento convulso para Alemania. Con esto pretende, quizás, darle un trasfondo social a una película de horror. Dicho cambio lo siento hasta cierto punto injustificado y más cuando dicho trasfondo se encarna en el doctor Klemperer (personaje también interpretado por Tilda Swinton bajo gruesas capas de maquillaje que sólo producen el efecto de distraer al espectador y restarle así verosimilitud a la actuación). Por cierto, ¿a quién trataban de engañar con la payasada de inventarse a un tal Lutz Ebersdorf, histrión germano inexistente? La pretensión incluso llega a intentar ensayar sobre temas quizás algo lejanos al director como el nazismo y la división de Alemania en dos. No, éste no es el trasfondo social que muchos espectadores leyeron en, por ejemplo, La noche de los muertos vivientes(1968) de George Romero. En Suspiria 2.0 el comentario se siente metido con calzador y lo único que provoca es que la película se alargue casi dos horas y media. Si algo se agradecía en la versión de Argento era su economía en cuanto a este último aspecto.
Lo anterior no significa que el refrito se encuentre exento de interés. En cuanto a la factura, como otras obras firmadas por Guadanigno, no puedo presentar queja alguna. Otro contraste con la original salta a la vista: mientras Argento recurría a cargados colores primarios (sobre todo, el rojo), su sucesor decide desplegar tonalidades débiles, incluso grises. Y si doblegada por las plastas de maquillaje Swinton no brilla, sí lo hace en cambio como Madame Blanc y, sobre todo, en sus duelos actorales con Dakota Johnson y Angela Winkler (la inolvidable madre de Oskar Matzerath enEl tambor de hojalata). No queda ninguna duda de que la británica ya se ha convertido en la actriz fetiche del italiano. Guadanigno también es hábil a la hora de mantener el suspenso dentro de la academia de baile y encomiable resulta su afán por enlazar el baile con los ritos brujeriles (en algo las coreografías de esta academia recuerdan a Pina Bausch y una vez más nos damos cuenta de la erudición del realizador). Me será muy difícil sacarme de la cabeza los terribles retorcimientos del cuerpo de Olga. No estamos pues ante un refrito barato en el que la Suspiria de antaño se convierta en una sucesión interminable de sustos fáciles y atronadores. A kilómetros de distancia estamos del “universo” de El conjuro. E incluso Guadanigno logra darle la vuelta a la columna vertebral impuesta por la pareja Nicolodi-Argento y, gracias a este giro, la víctima a salvar en la versión original (Jessica Harper que sólo aparece fugazmente en esta otra Suspiria) más que destruir el aquelarre, viene a salvarlo y a suprimir (no siempre de forma muy amable) los desacuerdos en su interior. Y de qué manera. Si durante toda la proyección de la cinta me pregunté si en algún momento vería el desbocamiento de sangre tan característico en la obra de Argento, ese último cónclave de brujas me cerró la boca. Aunque, de tan exagerado, sí logró arrancarme una que otra risa. Algo que tampoco tendría que reprocharle a Guadanigno tomando en cuenta lo mal que han envejecido algunas escenas de la de Argento: manos peludas, ojos en la oscuridad, escenografía tembleque, etcétera. Tropiezos que los fanáticos de la obra hemos decidido perdonarle ante su inexpugnable apuesta estética.
A final de cuentas, mis prejuicios se vieron desafiados ante la Suspiria de Luca Guadanigno. A pesar de una duración demasiado extensa para una cinta del género (¿habrá sido Kubrick con El resplandor el único capaz de realizar la dificultosa hazaña?), esta nueva versión logró mantener mi interés. Ni la incursión de un trasfondo social tal vez poco justificado ni los ecos tan estridentes de feminismo ante una reunión de brujas logró distraerme tanto como el maquillaje de Tilda Swinton en su rol de viejo doctor alemán. Sin embargo, la estridencia de la escena climática le resta puntos a una obra que, a pesar de sus defectos y de cargar con la imponente sombra de la original, pudo haber sido mucho más redonda.

Suspiria (2018). Dirigida por Luca Guadagnino. Protagonizada por Dakota Johnson, Tilda Swinton, Mia Goth y Angela Winkler.