Metal y hueso

La bestia, la bella y sus muñones
La experiencia cinematográfica más importante para mí a inicios del 2010 se llamó Un profeta (2009). De ella di cuenta en mi bitácora. La película ganadora del Grand Prix en Cannes dirigida por el francés Jacques Audiard sigue siendo para mí una de las obras fílmicas más importantes del primer tercio del siglo XXI. Así. Sin tapujos. Sin titubeos. E incluso sin necesidad de que termine el primer tercio del siglo XXI. Por esa razón, por haber sido tan sobrecogedora la experiencia, sabía que me iba a resultar muy difícil digerir el siguiente crédito de Audiard. Fuera cual fuera. Sin importar lo óptimo de su calidad.
Metal y hueso (De rouille et d’os, 2012) significa un cambio para el realizador. Con él decide alejarse de los personajes masculinos para centrarse en uno femenino. Además les presenta a los espectadores un cuento de hadas situado en la modernidad. Y tratándose del director de Lee mis labios (2001) y El latido de mi corazón (2005) sé de antemano que estará plagada de abyección. No implica que esto sea malo. No. Simplemente a Audiard le gusta enfocarse en personajes hallados sólo dentro de los márgenes de la sociedad. Y, a pesar de ello, estamos ante un cuento de hadas. Los actores Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts interpretan, de cierta manera, a la bella y a la bestia.
Aunque el personaje central es el de la mujer, primero conoceremos a la bestia. Ali (Schoenaerts) llega a la Costa Azul con su hijo Sam (Armand Verdure) a quien la madre ha abandonado recientemente. El comportamiento de Ali tampoco podría clasificarse como paternal. Al contrario. Si acaso, fraterno. Por ejemplo, luego de robar una cámara digital deja solo al niño de cinco años. Y no será la única escena de abandono a lo largo del filme. Los dos advenedizos se quedan en el departamento de la hermana de Ali (Corinne Masiero), una cajera en un supermercado. Pronto por su musculatura y su fuerza Ali consigue trabajo como agente de seguridad unas noches y como cadenero-sacaborrachos otras. En tal trabajo una mujer a la que en principio sólo le vemos las piernas resulta golpeada por otro comensal del bar. Ali se ofrece a llevarla a su casa. Así conocemos a la bella: Stéphanie (Cotillard).
Entre dar a luz y filmar El caballero de la noche asciende con Christopher Nolan, Cotillard se da el tiempo para hacer Metal y hueso. Aquí, al encarnar a Stéphanie, se transforma en una mujer cuyo valor depende en buena medida del aprecio de los hombres. Centro de miradas no sólo en el bar sino también en un Marineland donde trabaja como animadora de un espectáculo con orcas. Una princesa, además, que apenas y se fija en el bruto y pobretón cadenero, aquél de acento exótico. Pero cuando un accidente mutila sus piernas Stéphanie se volcará en el encierro, la melancolía y la languidez. Como si su alma se mutilara tanto como sus dos piernas. Y no quiere que nadie la vuelva a mirar. Se encierra. Tapa sus muñones. Muy apenas se atreve a llamarle por teléfono a Ali, aquel sacaborrachos que la ayudó la noche de la pelea en el bar.
El afán de vivir de Stéphanie se encuentra en conexión directa con su sexo. Si no se siente deseada, si no se siente atractiva y, sobre todo, si no siente placer sexual no tendrá ganas de seguir viviendo. Ali, animal insaciable, se convierte a partir de ese instante en el complemento ideal. A él no le importa el rostro o el cuerpo de la mujer con tal de tener relacionales sexuales. Por eso se le ofrece a Stéphanie como semental. Y lo hace de la forma más casual posible, con toda su inmadurez a cuestas. Ah, claro, siempre y cuando esté disponible. Tras este intercambio carnal entre dos seres sumidos en la desesperanza y en lo sórdido nacerá una especie de amor. Y ese amor quizás engendre para ambos la redención. Quién sabe.
En una entrevista el director clasifica a Metal y hueso como un “melo-trash”. Es decir, una mescolanza entre basura y melodrama. Basada en la obra narrativa del canadiense Craig Davidson —en específico, en dos cuentos del volumen homónimo a la película— la trama de la cinta no escamotea ni la importancia del sexo en la recuperación de Stéphanie ni la brutalidad de las peleas clandestinas en las cuales se involucra Ali para colmar sus aspiraciones materiales. Para esto último el cineasta elige al histrión ideal después de que viera su trabajo en la película belga Bullhead (2011). Durante tales sangrientas escenas donde abundan los puños y las babas nos enteraremos de qué le ofrece Stéphanie a Ali: la fuerza para levantarse incluso cuando se encuentre vencido. No así la prudencia para cuidar del pequeño Sam, enano testigo entre la bella y la bestia. Hasta que no lo vea casi perdido Ali no empezará a comportarse como padre. Y como en cualquier melodrama —aunque éste hunda su mirada en la existencia de los desposeídos— podemos esperar ya sea un final trágico o uno feliz.
De esta manera, reconozco la excelencia de las actuaciones. No sólo yo. Los premiadores profesionales de Europa y de Hollywood adularon la labor de los actores principales. Por un lado, la mención como mejor actriz para Cotillard en los Globos de Oro. Por otro, el César a la promesa masculina actoral para Schoenaerts. Y resulta también innegable que, dentro de lo terrible, dentro de la marginación que tiene como trasfondo la belleza de la Costa Azul, surgen grandes momentos de poesía. Cuando Stéphanie regresa por su propio pie-prótesis a Marineland luego del accidente y contempla a una de las orcas a través del tanque de agua como para reconciliarse con ella, Audiard alcanza a capturar un instante de verdad conmovedor. Sin embargo, el hecho de que el crédito anterior del cineasta haya dejado una huella tan grande en mi conciencia me deja frente a Metal y hueso un sentimiento incómodo: el de la decepción ante lo que no debería decepcionarme. A pesar de mí, se trata de un filme muy recomendable. Metal y hueso se estrenó en nuestro país con el tour de cine francés del año pasado. Más tarde tuvo su discreto paso por la corrida comercial y actualmente está disponible en formato DVD.

Metal y hueso (De rouille et d’os, 2012). Dirigida por Jacques Audiard. Producida por Martine Cassinelli, Pascal Caucheteux y Jacques Audiard. Protagonizada por Marion Cotillard, Matthias Schoenaerts y Armand Verdure.