La razón traicionada

En estos últimos meses de silencio bloguero he visto y dejado pasar (con toda intención) algunas películas que no me he dado a la tarea de reseñar. Hay cuestiones mucho más apremiantes: un trabajo que sí está siendo redituado, una inútil huelga estudiantil que me obligó a trabajar más de la cuenta el semestre de otoño, un cansancio físico y mental que no se acaba por completo a pesar de que mi ritmo de trabajo disminuyó desde finales de enero. Vuelvo a lo importante: el cine. Entre las primeras cintas, las vistas, están The Master de Paul Thomas Anderson, Skyfall de Sam Mendes, El hobbit: un viaje inesperado de Peter Jackson, Ana Karenina de Joe Wright, Los miserables de Tom Hooper, Amour de Michael Haneke, Django sin cadenas de Quentin Tarantino, Lo imposible de Juan Antonio Bayona y La reina infiel de Nikolaj Arcel. Entre las segundas se hallan filmes que sé de antemano (y sí, muy prejuiciosamente, no lo oculto) que no disfrutaré porque no comulgo en ningún aspecto con la ideología de sus directores o son sólo obras que intuyo como imposición de la maquinaria embauca-bobos hollywoodense, ésa puesta en marcha desde finales del 2012 y hasta el 24 de febrero de 2013. Entre los títulos aludidos están Argo, La noche más oscura, Juegos del destino, El vuelo, por supuesto Lincoln y alguno más que se me olvida. Son largometrajes que ni hoy ni en el futuro pienso ver. Sé que no me agradarán así que ¿para qué perder mi poco tiempo con sus historias, sus personajes y sus directores? De los primeros, los vistos, sí puedo opinar. Y en pocas palabras unos más y otros menos me dejaron algo de decepción. De la más reciente película de Anderson admiro sus actuaciones aunque no tanto el despliegue de la narrativa. Eso es de esperarse con este director estadounidense. Sí, como a muchos otros, Los miserables me hizo llorar como niño de pilmama; pero nunca más la volvería a ver por su duración. Las más comerciales me dejaron un buen sabor de boca (incluso Skyfall), aunque a El hobbit le faltó mucha edición. Parece la versión extendida. Lo mismo podría decir de Django, cinta en la cual desde la desaparición de dos de los tres personajes más carismáticos (y ninguno de ellos es el protagonista) dejó de interesarme por completo. Además de que gracias a ella confirmé que Tarantino nunca debería de actuar. Ni en sus propias películas ni en las ajenas. Lo imposible tampoco me desagradó, aunque como más de uno cuestiono el cambio de nacionalidad de la familia. En suma, pude habérmela ahorrado luego de ver su avance pues con él se sabe todo lo ocurrido en la trama. Amour también me conmovió y obviamente no puedo negar sus virtudes. Sin embargo, conozco ya tan bien el cine de Haneke que sus trucos dejaron de sorprenderme. Si es que se puede hablar de “trucos” al hablar de la obra de Haneke. Ana Karenina fue otra sorpresa agradable. Quizás el único director con el que mejor ha hecho mancuerna Keira Knightley es Wright. Aunque, ¿de verdad se necesitaba la enésima adaptación al cine de la novela de Tolstoi? Hay ante tanta apatía y grisura de mi parte una deslumbrante excepción. De todas las citadas, la que más me ha entusiasmado ha sido la danesa En kongelig affære (2012). Sí, me resisto a invocarla una vez más con su título en México. Ya se verá por qué.
En A Royal Affair (prefiero el título en inglés) se demuestra que todo reformista ansía el poder para cambiar la realidad de sus congéneres, para darle a la humanidad entera un mundo mejor. Empero, cuando lo tienen en sus manos no saben hacer otra cosa con él más que comportarse como jerarcas absolutos. Eso le sucede al doctor Johann Friedrich Struensee (Mads Mikkelsen). La escena clave de este personaje salido del siglo de las luces se da cuando traiciona los ideales por los que ha luchado. Tiene dos contrapesos: en una mano, la capacidad para manipular a un rey; en la otra, una caricatura política donde se le ve retozando con la reina. Su reacción (visceral, por completo alejada de la Razón con mayúscula), anular la libertad de prensa. Pero ésta no es en realidad su historia. El filme no se trata de los hombres que en su desproporcionado orgullo confiaron ciegamente en la razón dieciochesca. Struensee ni siquiera es la voz cantante de este relato de la Ilustración. Dicha voz será más bien la de una mujer. Al comienzo la observamos escribir una misiva repleta de confesiones a sus hijos, los herederos de un trono. El flashback obliga.
Carolina Matilde (Alicia Vikander) recuerda cuando salió de su natal Inglaterra para convertirse en la reina consorte del monarca danés, Christian VII (Mikkel Boe Følsgaard). Estamos en el último tercio del siglo XVIII. Pronto sus ilusiones quedarán desquebrajadas cuando se dé cuenta de que no solamente el rey está loco sino que no tiene ningún empacho a la hora de humillarla o engañarla con otras mujeres. Christian es como un niño mimado. Sólo quiere embriagarse, pelear y visitar burdeles. Y él hubiera preferido tener una esposa más ciega y mucho más desenfadada. Para cuando llega el príncipe heredero la relación se ha roto irreparablemente. La corte se preocupa por la salud mental del rey. Pero más de uno se interesa en hacer deslizar la corona de Dinamarca hacia otra cabeza. Juliana María (Trine Dyrholm), la madrastra, y su perro faldero —así como recalcitrante opositor de las ideas de la Ilustración— Ove Høegh-Guldberg (David Dencik) preferirían que el joven y manipulable medio hermano del rey jalara las riendas del reino. Cuando le son presentados una serie de eminentes doctores Christian simpatiza de inmediato con Johann Struensse, habitante de una colonia alemana y no-tan-en-secreto hombre de la Ilustración. El doctor se muda a palacio. Ante la absurda petición del rey de que convierta a Carolina Matilde en una mujer divertida el doctor tiene una audiencia con la reina. Ella detesta a Struensse. Lo ve como el alcahuete de su marido. Pero pronto descubre en su librero, escondido detrás de los volúmenes de medicina, El contrato social de Rousseau. Todo ha cambiado. En este momento comenzará la complicidad tanto mental como física de los dos futuros amantes: hijos de la Razón que tratarán de mejorar el mundo. O al menos la nación donde viven.
A Royal Affair es un triunfo del cine de Dinamarca. El equilibrio entre la historia de amor y cómo ésta termina contradiciendo los ideas de la Ilustración la trasforma en un drama absorbente y conmovedor. También tiene el mérito de develar ante los espectadores de otras partes del mundo un episodio poco conocido de la Europa del siglo XVIII. Inútil sería aquí recalcar lo obvio de los méritos de producción. En las actuaciones hallo sin duda más méritos que elogiar. No sorprende en un actor experimentado como Mikkelsen. El suyo es un rostro que ha venido en años recientes a simbolizar el cine nórdico-europeo alrededor del mundo con roles en largometrajes tanto del propio país (Después de la boda de Susanne Bier, La caza de Thomas Vinterberg) como de los ajenos (desde Casino Royale hasta el bodriazo Furia de titanes). La joven sueca Vikander les concede a los cinéfilos una segunda actuación notable en el año después de su Kitty en la nueva versión de Ana Karenina, otra cinta de época (aunque diferente, claro: decimonónica). Ahora de actriz en un rol protagónico. A pesar de su novatez convence de forma absoluta. Igual pasa con Følsgaard, otro joven actor que deja en su debut cinematográfico una buena impresión. Sobre todo, por los matices de locura reflejados en la personalidad del rey: desde la simple bufonería hasta los destellos de lucidez. A Royal Affair está dirigida por el danés Nikolaj Arcel siendo éste su quinto largometraje y el que más proyección internacional le ha dado. Ahí está la nominación al sobrevalorado monigote dorado de Hollywood por la mejor película en lengua extranjera. La cinta se materializa bajo el auspicio de Zentropa, la casa productora de Lars von Trier.
Por último, una vez más la ridiculez de los distribuidores mexicanos se hace patente cuando leo el título elegido en nuestro país: La reina infiel. Título que, como se acostumbra, refleja sólo la sensiblería y, digamos, el lado romántico de la historia. El presentado en inglés (A Royal Affair) —que imagino será equivalente al original en danés— puede leerse de las dos maneras pues la palabra affair hace referencia tanto al “asunto real” como a la “aventura real”. Fuera de ese detalle que no es de ninguna manera su responsabilidad, la película de Arcel es de lo mejor del más reciente cine de época.

La reina infiel (En kongelig affære, 2012). Dirigida por Nikolaj Arcel. Producida por Meta Louise Foldager. Protagonizada por Alicia Vikander, Mads Mikkelsen y Mikkel Boe Følsgaard.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=EDWNKpWQNg8