Un pueblo amable

Otro comentario fílmico de hace más de una década. Aquí va el texto:

Por la forma como ha sido interpretada en diversas manifestaciones de la cultura popular, la década de los cincuenta en Norteamérica es vista por muchos como una utopía: la familia nuclear y armónica con un padre proveedor, una madre dedicada exclusivamente al hogar, dos hijos obedientes –de preferencia, la parejita— un perro también sumiso y ninguna carencia en lo que se refiera a comida, electrodomésticos y amistades con los vecinos. Un mundo así de perfecto, feliz e imposible es el que presenta en un principio Amor a colores (Pleasantville, 1998).
La premisa del filme, a cargo del director Gary Ross, quizá sea descabellada. Pero no ineficaz. David (Tobey Maguire) es un típico adolescente de los noventa con un amor insano hacia un programa de televisión llamado Pleasantville, emisión que retrata las ñoñas experiencias de una familia de los cincuenta igualmente ñoña por su impecabilidad. Sin embargo, David envidia en secreto la armonía de los Parker. No así su hermana Jennifer (Reese Witherspoon) a quien sólo le interesa su popularidad y las citas amorosas. Cuando la madre se va de vacaciones con su novio y los niños pelean por el control remoto, serán transportados al pueblo en blanco y negro de Pleasantville para sustituir a los obedientes hijos de los Parker: George (William H. Macy) y Betty (Joan Allen). A David, ahora Bud, no le incomoda demasiado ya que conoce cada uno de los capítulos de la serie y por fin está en un lugar predecible, sin posibilidad de cambios o incertidumbres y con dos padres atentos. A Jennifer, ahora Mary Sue, no le gusta nada y es ella quien empieza a inspirar ocultos ideales de subversión en el pueblo vistiéndolo de colores. Entonces caen las máscaras de la amabilidad para exhibir los rostros de la censura, la división y la intolerancia.
A Amor a colores hay que acercársele como si fuera una fábula. En más de una ocasión utiliza la alegoría para denunciar los síntomas del desprecio hacia la diversidad aún presentes tanto en Norteamérica como en otras partes del continente. La pasión y el cambio no tienen lugar en Pleasantville. Todo lo que ponga en entredicho la perfección del pueblo debe ser rechazado. En algunos momentos, como sucede con los libros, quemado. En otros, como le ocurre a cualquier habitante a colores, proscrito. Por fin, David se da cuenta de que la vida no es una comedia de situaciones norteamericana de los años cincuenta, de que el cambio es lo único seguro. La alegoría se vuelve obviedad. Lo cierto es que el público bien podría, si así lo desea, ignorar esta intención con ciertos tintes moralistas. Las actuaciones y la ambientación son loables. Igual sucede con los efectos que aquí, a diferencia de muchas entradas en cartelera, no son protagonistas sino meros instrumentos de la trama. El argumento tampoco se desprecia ya que contiene una acertada dosis de humor para contrarrestar los efectos nefandos de un pueblo dividido por las apariencias, un pueblo renuente ante la fluidez y la incertidumbre de la vida.

Amor a colores (Pleasantville, 1998). Dirigida por Gary Ross. Protagonizada por Tobey Maguire, Reese Witherspoon, William H. Macy y Joan Allen.