Montrealenses (V): no me gusto el invierno, quiero la playa


"No me gusto el invierno, quiero la playa". Qué contundencia. Qué manejo del idioma castellano. Quien escribe esto escuchó la frase anterior de una señora montrealense ya entrada en añitos y lo hizo hará algunos otoños. La señora de marras llevaba meses estudiando español en una escuela de Montreal que permanecerá convenientemente en el anonimato. Por fin llegó al nivel más avanzado. "No me gusto el invierno, quiero la playa", me dijo la anciana con esa cara de infinita depresión que casi todos los montrealenses blanden apenas cambia el horario, apenas comienza el frío, apenas los días se les hacen cortos con el retraso de una hora en el reloj. Como si no lo supieran. Como si no pasara cada año con nada sorprendente puntualidad. Y sobre todo como si el dichoso y en todas partes citado invierno fuese eterno. Se semeja a la llegada de un dignatario importante de otro país, alguien que viene a transformarles la existencia: ya comienza, ya viene, ya está aquí, ya falta poquito para que se largue. La expectativa les consume las entrañas. Y si hace algo de calor en estos meses miran al cielo esperando ver nieve y murmurando: cómo tarda este señor tan tardado. El invierno. No hay otro tema de conversación en los elevadores o en la fila del café o en las noticias. Hoy hace frío, mañana nieva, pasado hará viento helado. Abríguese bien. El colmo es hablar de la estación incluso antes de que ésta llegue. Preguntarse si será cruel o benigno el invierno. Tratar de predecir cuándo será la primera tormenta de nieve. Sacar la ropa adecuada ante la primera provocación del termómetro. Sobre todo, dejarse abatir por la depresión antes de que caiga la primera viruta de esa cosa blanca. Con tanta histeria colectiva de seguro ciertas palabras mágicas resulten el antídoto contra la invernal tristeza: Va-ra-de-ro, Pun-ta Ca-na, Can-cún. Turismo en un país hispano aquí es playa, sol y mar. Hay quien se deprime porque no tiene nada que comer. Hay quien lo hace porque su vida corre peligro si sale a la calle. Hay quien se abandona a la languidez porque baja la temperatura en un termómetro. Qué le vamos a hacer. Finalmente esta antigua estudiante mía soñaba con ir al sur (a ese brumoso en su definición y cálido en su clima sur) para despejar su atormentada mente del invierno. "No me gusto el invierno, quiero la playa". Sólo ruego que no lo haya hecho en Playa del Carmen, en el Grand Princess más en específico, el fin de semana pasado.