Marjane y el rostro de lo humano


Ora sí ya comenzó el esperado festival cinematográfico en Cannes, Francia. Para seguir con el tema reproduzco aquí otra reseña de una cinta premiada en dicha ciudad. Ahora sí prometo, antes de que termine la presente edición, una reseña de la ganadora de la Palma de Oro. La del año pasado, por supuesto. Va aquí el texto también publicado en la revista Espacio 4:

Para desgracia del cinéfilo común, existen películas cuyos autores son sumamente cobardes pues acostumbran esconderse detrás de la excusa del entretenimiento para blandir un discurso maniqueo, beligerante y por demás xenofóbico. Para colmo, tales bodrios acaban presentando ínfimos estándares de calidad o manidos efectos digitales así como fuentes de inspiración más que dudosas. En específico, me refiero a cierta cinta taquillera del verano pasado basada en una historieta de un tal Frank Miller cuyo título es 300 —recalco aquí el término “historieta” pues me rehúso a utilizar el tan de moda “novela gráfica” como insisten en llamarla los precursores de este género dentro de un patético y desesperado intento de legitimación.
La gran falta de 300 no consiste en traducir la diégesis del cómic al lenguaje cinematográfico. Eso no tiene nada de malo. El hedor se origina más bien en lo que subyace debajo de los dibujos y los diálogos: una glorificación de occidente como estandarte de la libertad democrática frente a los monstruosos y salvajes persas. El único lugar donde podría ser pertinente la exhibición del citado filme es en una oficina de reclutamiento dedicada a engrosar las filas del ejército gringo porque, si no hemos estado viviendo debajo de una piedra en los últimos años y sabemos algo de los conflictos en Medio Oriente, nos daríamos cuenta de lo imprudente que fue el estreno de 300. Sin embargo, a quienes apoyan con su enajenamiento las grasosas y azucaradas dosis de imperialismo —presente en gran parte de la cinematografía salida de Hollywood— les importa muy poco lo que se piense más allá de sus fronteras. Surge ahora, por lo menos, un largometraje antítesis de 300 por su inteligencia, agradable humor y discurso tan humanitario como universal: Persépolis (2007).
Cuando el filme de animación —producto del maridaje creativo entre Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud— comienza, vemos a la protagonista en el aeropuerto Orly de París. Se encuentra a punto de volver a Teherán. Por esta razón debe cubrirse con un velo y someterse al fundamentalismo imperante en su país. Ésta es la excusa para que los recuerdos del terruño fluyan y lleven al espectador al año 1978 cuando era una niña de nueve años. De repente, nos hallamos ante el inicio de la revolución iraní responsable de destronar a Mohammad Reza Pahlevi. La familia Satrapi —comandada por los esposos Ebi (Simon Abkarian) y Tadji (Catherine Deneuve)— es librepensadora y progresista. Junto con la abuela (Danielle Darrieux) y la pequeña Marjane (Chiara Mastroianni), los padres se ven llenos de esperanza ante el cambio político que según ellos convertirá al país en una república democrática. Sin embargo, al imponerse el fundamentalismo y seguirle la guerra con Irak, los buenos augurios se revierten. No son pocos los conocidos de Marjane que desaparecen por caer víctimas de la guerra o por convertirse en prisioneros políticos. Entre ellos, su tío Anouche. Aquí, empero, no hay maniqueísmos ni autocompasión. Con destellos de humor, los Satrapi sobreviven y se evita de esta manera cualquier dejo de sensiblería o dramatismo exagerado. Ellos son como cualquier otra familia aunque el carácter rebelde y con frecuencia contestatario de la hija única no ayuda en nada para tranquilizarlos. Al cumplir catorce años, deciden enviarla a Viena: hacia occidente y hacia la libertad. No será fácil la adaptación al nuevo entorno. Muchos menos, lejos de su querida familia.
Al lado de los padres, también se halla la abuela, personaje que ejerce una profunda influencia en Marjane. Esta voz de la generación más experimentada no es un simple arcaísmo de tiempos idos en los cuales de verdad existía un respeto hacia los mayores. La abuela con sus comentarios punzantes, sus consejos antes de la partida a Europa y su recuerdo en el aroma del jazmín no es en ningún momento una mujer convencional ni muchos menos sumisa ante las represiones de un vehemente fundamentalismo. Es más bien quien le da un poco de coherencia a lo sufrido por Marjane en su paso de adolescente a mujer. En ese tránsito seremos testigos de aficiones —desde Bruce Lee hasta Iron Maiden—, cambios en su cuerpo, los primeros fracasos en el amor e incluso, de vuelta en Irán, un matrimonio.
Frente a un filme de animación es recomendable deshacernos del prejuicio de que este género está reservado para un público infantil —prejuicio del que tienen mucha culpa las distribuidoras en nuestro país. Con los embates del anime japonés tal prejuicio se va diluyendo. Me resulta muy sorprendente cuando el dibujo en movimiento traspasa el umbral de lo ficticio, salta los linderos de la realidad y es capaz de conmover al espectador como si éste se encontrara ante los rostros de actores. Ése es el efecto sobrecogedor de Persépolis, donde lo que en toda apariencia es ficticio se torna profundamente humano. Efecto también ya previsto por Marjane Satrapi cuando decide no adaptar sus libros autobiográficos de historietas a nuestra realidad cotidiana sino a los dibujos animados en blanco y negro donde el color de la piel importa menos, donde las fronteras culturales se borran.
Innecesarias y hasta de dar risa en su intento por obtener algo del prestigio de Persépolis son las nominaciones a mejor cinta extranjera en los Globos de Oro y a mejor filme de animación en el Oscar; innecesarias sobre todo habiendo ya conquistado el gran premio del jurado en Cannes al lado de Luz silenciosa. Que esta charada al menos sirva para que la vida de Marjane Satrapi llegue a un mayor número de personas y se erija así como la reivindicación de los verdaderos y anónimos héroes de guerra ante la ascendencia de películas tan deleznables como 300. Eso porque la fuerza perdurable no se halla entre desnudistas coléricos repletos de esteroides sino entre los que luchan en silencio a favor de la paz.

Persépolis (2007). Dirigida por Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud. Producida por Xavier Rigault y Marc-Antoine Robert. Protagonizada por Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve, Simon Abkarian y Danielle Darrieux.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=3PXHeKuBzPY