Como la película de Hitchcock: I confess


Sí, lo confieso. Leí los libros. Vi las películas. Y me divertí como enano. Recalco lo de enano. Hace algunos años cayó en mis manos el "controvertido" libro El código Da Vinci y de controvertido no le encontré nada. Aclaro que lo leí traducido al español. Pero me divertí leyéndolo. Maté algunas horas de aburrimiento. Y en cuanto lo terminé supe que harían la película. Aquel rally pseudo-erudito donde los personajes corren de un país a otro en busca de pistas y tesoros con aquel héroe antipáticamente profesoral y aquel narrador que nos subestima como lectores estaba que ni mandado hacer para Hollywood. La película decepcionó. Pero también la vi y no me resultó aburrida.
Este año hice lo contrario: primero vi la película Ángeles y demonios basada en la novela homónima de Dan Brown. Y ya después, el día que viajé de Montreal a Torreón este verano para ser preciso, me eché la novela. (Cuando estoy en un avión no me interesa leer nada pesado, al contrario, entre más ligero y básico sea el texto, mejor.) Me hizo reír. No sólo por la trama. Sino también porque comprobé que el discurso de Brown era tan pobre en español como en inglés.
Pero ante todo esto me surge la pregunta de si este tipo de productos literarios o cinematográficos tienen cabida en nuestro mundo. Si no le roban espacio a otros, quizás de mayor valía. Si los que nos decimos escritores o narradores no despreciamos estos productos porque nuestros colegas esperan que así lo hagamos. O por pura pose. Quién sabe. Lo cierto es que cuando fui a ver al cine Ángeles y demonios, lo confieso, caí en la trampa. Me dejé engañar. Como si no me hubiera echado todas la novelas (o todas menos una) de Agatha Christie. Como si no hubiera ya leído El código Da Vinci. Porque el patrón con el que están cortadas estas dos aventuras del profesor Robert Langdon es el mismo: un tan sabio como ruco erudito que posee un increíble secreto es asesinado brutalmente al comienzo, el homicidio detona el involucramiento de Langdon con una joven mujer versada en alguna fascinante disciplina -simbología, física, etcétera-, ambos correrán como locos de sitio en sitio emblemático buscando pistas o tesoros, habrá dos fuerzas contendiendo por el tal tesoro -sectas secretas, la iglesia, etcétera- y al final un giro de tuerca que no habríamos podido prever porque, por supuesto, nada es lo que parece. Esto, claro, contado con el discurso más simple y pueril que pueda imaginarse sazonado con datos engaña-bobos.
Este diciembre, si decido comprar El símbolo perdido para mi viaje de Torreón a Montreal, comprobaré si Dan Brown volvió a aplicar su fórmula del éxito. Y por último confieso que hoy compré el DVD de Ángeles y demonios. Todo para que el señor Brown -productor ejecutivo de los filmes basados en sus libros- siga revolcándose en el dinero obtenido por su "controvertida" obra. O si no al menos para resolver el misterio de su éxito.