Origen de "Encuentros fortuitos"


Un libro propio y publicado es como una risible gota dentro de un océano de letras muertas, una bofetada con guante blanco proveniente del tiempo luego de que siembra sus estragos. Hace casi 20 años, allá por 2004, Encuentros fortuitos iba a titularse de otra manera e iba a ser un compendio mucho más choncho de cuentos de largo aliento. También, con toda la ingenuidad del mundo, presentaría un juego de estructuras en evocación de cierto estilo cortazariano. Permítaseme explicar en tres renglones esta gracejada: un relato se enlazaría con otro para formar una espiral. En el centro de ésta, habría uno más donde convergieran todos los personajes de cada uno de los textos. Una locura pretenciosa pues.
Así surgió el primer relato, uno de título “Al infierno”. Por cierto, el de menor pretensión. Con su lectura es evidente que surge de una adicción gemela a la sufrida por los personajes, la del anime de nombre Los caballeros del Zodiaco, tan de moda en México durante los 90. Hay algo en el texto de represión y censura. También hay una porción de ese hechizo contenido en las historias de ficción que nos lleva a creer en ellas como si fueran una realidad. Eso le sucede tanto a la mujer protagonista como al niño antagonista cuando se encuentran. Se habrá publicado en alguna revista de literatura lagunera. En este momento, por los muchos años que me separan de su confección, no recuerdo con exactitud cuál.
De aquella misma época, cuando apenas acababa de llegar a vivir a cierta ciudad del este de Canadá, es “Muero por que no mueras”. Este cuento se publicó en el número 56 de Estepa del Nazas. No vale la pena mencionar que su origen se encuentra en mi involuntaria cercanía con una persona acorralada por la depresión. Sin embargo, más allá de la anécdota personal, busca convertirse en una alegoría de las famosas dos soledades canadienses: las representadas por las culturas anglófona y francófona. El antagonista es como Quebec, provincia vista a través los a veces crueles y fríos ojos de una persona angloparlante. Su final, por lógica, no será nada feliz.
“Maestro en la metrópolis azul” también pertenece a los primeros años de vida en Montreal, hacia mediados de la primera década de este siglo. La idea se me ocurrió durante el festival literario del mismo nombre al que acudí para presenciar una charla con Carlos Fuentes. En pocas palabras, el texto es una manifestación de mi crisis de los 30 años. Mucho de lo que contiene, tanto entonces y con más razón ahora, me causa sorna. Y bastante risa. Al concluirlo los lectores, se darán cuenta de que queda claro para el protagonista lo inútil que resulta querer dedicarse a la literatura. Se publicó en el número 57 de la ya mencionada revista.
No es un mero capricho que “Love Thy Neighbour” conserve el título en inglés. Esto se debe a la anfibología de neighbour, que puede traducirse al español ya sea como “vecino” o como “prójimo”. Durante el tiempo que residí en Canadá, viví en una docena de departamentos y solamente recuerdo uno en el que el nivel de ruido de los vecinos era tolerable. De haber padecido portazos, gritos y música a todo volumen en edificios de barrios estudiantiles, nace el anecdotario de este texto. Su pasaje más escatológico tampoco se aleja mucho de la verdad. También encontró lugar en Estepa del Nazas, en su número 59.
“Encuentro fortuito” cierra el volumen y, por su dedicatoria, lleva consigo una carga emotiva que, en el gusto de quien lo creó, lo coloca un peldaño por encima de los demás. Retrata a ese tipo de seres humanos que se inventan aniversarios para paliar su soledad, así como su ineptitud ante las relaciones sociales. Lo escrito, escrito está y solo podría agregar lo difícil que resulta hablar del fenómeno de la belleza. Se publicó en el número 50 de Acequias.
A partir de este punto, se abre un gran paréntesis de años, dedicados a redactar una novela inédita. De esta primera camada de relatos, se me había quedado pendiente “Ceros a la izquierda”. El chispazo de inicio me lo dio una antigua compañera de una clase de francés con quien compartí aula allá por 2005. Durante más o menos una década no logré deshacerme de la trampa misógina que implicaba el desarrollo del cuento. Con la lectura de un blog sobre peripecias fresoides y juveniles en Montreal, uno de hechura más que vergonzosa, encontré a los protagonistas y narradores requeridos para la misión. Ellos harían el trabajo sucio por mí. Eso resolvió el problema y pude retomar el hilado del cuento, tal vez el más extenso, humorístico y, sin duda, el que más me divirtió escribir. Por supuesto, a causa de su extensión, no me parece que encontrara espacio en ningún medio impreso de La Laguna.
Y al aterrizar en el último cuento de esta cronología vuelvo al principio del volumen: “Misteriosa Mexicana Muerte”. Así, con sus mayúsculas injustificadas y su equívoca sintaxis. Este título evoca los muchos de las novelas policiacas, género que exploré entre la pubertad y la adolescencia, las mismas lecturas que me incitaron a escribir ficción por primera vez, hace tres décadas y media. Nunca hubiera querido aprovecharme de la violenta realidad de mi país para redactar un texto semejante. Sin embargo, algo llamaba mi atención en los reportajes sobre asesinatos de canadienses en las playas de México. Una serie de hechos tan incómodos como ineludibles. Junto con “Maestro…” es el más metaliterario, así como el que plantea los numerosos desafíos de la traducción. Su aparición en este volumen es la primera.
Una década separa al primer relato del último. Desde el momento en que se terminó de redactar, nos separa casi otra década. Así sucede con los libros. Cierro con una posdata y un dato tal vez no muy inútil: durante el periodo de Otoño de 1997, cuando me encontraba a punto de finiquitar mis estudios en esta universidad, Jaime Muñoz me invitó a colaborar en el primer número de Acequias. Lo hice con una reseña sobre Vértigo de Hitchcock. Si este texto que escribo ahora llega a publicarse en el número 91, también a petición de Jaime, me dará mucho gusto haber cerrado un ciclo que abarcó unos cuantos años. Suerte a este libro y a sus posibles desencuentros con quienes lo lean y revivan así sus letras muertas.
Torreón, Coahuila, septiembre de 2023

Este texto se publicó en el número 91 de la revista Acequias:
Por lo pronto, Encuentros fortuitos se puede adquirir en el siguiente enlace:
En unas semanas también podrá adquirirse en Difusión Editorial de la Ibero Torreón.