Crímenes (ir)reales

Necesito confesar una adicción: los programas de “crímenes reales”. La semilla llegó a sembrarse en mi mente hace años, a principios de los 90, con Misterios sin resolver, presentado por Robert Stack. De vez en cuando, durante los 2000, me dejaba intrigar por alguna cinta documental al respecto. Pero desde 2015, cuando por fin tuve un sistema de cable en Canadá con señales de los Estados Unidos, empecé a grabar y a consumir con apetito voraz los programas de fin de semana. Me refiero a 20/20 de la ABC, Dateline de la NBC y 48 Hours de la CBS. Desde entonces, no he parado. Y ya en el ínterin entre Misterios sin resolver y esta entrada del blog, entre las novelas de Agatha Christie y una tesis de derecho sobre asesinos seriales, me temo que se trata de un hábito (¿una pulsión?) muy difícil de domeñar.

También con vergüenza confieso que puedo mantener sintonizado, varias horas al día, el canal Investigation Discovery (ID por sus siglas), le preste o no mucha atención. Ahí me he echado todos los Casos infames habidos y por haber: Aaron Hernandez, Casey Anthony, Jessica Chambers, Scott Peterson, Madeleine McCann, Jeffrey Epstein, JonBenét Ramsey, Chandra Levy, etcétera. No se diga La casa del malRevista People investigaMentiras develadasLos 80, la década mortal (y Los 90 también), Expediente abiertoCuando el mal se disfrazaRed de mentirasMentes dudosas, Secretos enterradosMuerte en el puebloCaos en el tribunalCrimen casi perfecto, la adecuadamente titulada Prometo amarte, honrarte y traicionarte, así como otras emisiones que no vale la pena mencionar. Son mis cuentos de hadas para jetearme. Y mejor ni hablemos de la semana de los asesinos seriales. Así no hay manera de que pueda ver ni las películas ni las series de moda. Es más, me valen. Ni siquiera me interesan. De algo me tiene que servir esta deleznable adicción: para alejarme de las modas, las tendencias y los hashtags de la borregada acéfala. Por eso, aquí ofrezco una lista, tan inútil como cualquier otra, de docu-series destacadas sobre crímenes reales que, por sus características, más bien parecen irreales. No hay criterio alguno. O sí. Tal vez lo inverosímil de los hechos. Quizás la trascendencia del asunto. O a lo mejor un poquito de variedad en la elección de las plataformas. No sé. Eso sí: el orden es cronológico. Ah, y todas son sobre casos gringos. Sí, soy víctima del imperialismo yanqui. Va pues.

1: Paraíso perdido: los asesinatos de los niños de Robin Hood Hill (1996).

Éste de mediados de los 90 antecede a muchos de los fenómenos —charlatanes haciéndose pasar por expertos, medios intrusivos de comunicación, omnipresencia injustificada de foros cibernéticos, detectives aficionados en línea, grupos de apoyo para los convictos, etcétera— que detonarían otros documentales, podcasts o series. Fenómenos, dicho sea de paso, hoy convertidos en lugares comunes del género del true crime. Los directores Bruce Sinofsky y Joe Berlinger se dan a la tarea de retratar las consecuencias de los homicidios de tres niños en Arkansas. La paranoia —ante el satanismo y ante los adolescentes aficionados al heavy metal que se visten de negro— llevó a la policía a arrestar a tres marginados que apenas llegaban a la mayoría de edad. Éste se transformó en el caso para la generación MTV. Las canciones de Metallica acompañaron el sobrevuelo de la cámara sobre estos poblados de Arkansas, desde la pantalla cuadrada en los 90 hasta la panorámica en los 2010. La difusión del producto audiovisual por la cadena HBO les granjeó a los convictos el apoyo de algunas celebridades. Entre ellos, Eddie Vedder, Johnny Depp y las Dixie Chicks. Desde aquí se demostró que HBO se encontraba a la vanguardia con sus producciones. En total fueron tres documentales, aunque la segunda parte se puede obviar por su carácter tendencioso, al querer echarle la culpa de los asesinatos a otro inocente (aunque no lo pareciera). Es más, para el televidente sin la holgura del tiempo, bastaría la tercera parte de 2011 (Paraíso perdido: Purgatorio). Sobre el mismo caso de Arkansas se hicieron un documental de título West of Memphis (2012), autoría de Amy Berg, y el casi desconocido largometraje Condenados o El nudo del diablo (Devil’s Knot, 2013) del canadiense Atom Egoyan. Berlinger, por su cuenta, ha logrado perfeccionarse en el género de los “crímenes reales” con otros productos como los más recientes para Netflix: Escena del crimen (Desaparición en el Hotel Cecil y Asesinato en Times Square) y Conversaciones con asesinos (docu-series dedicadas a los homicidas seriales John Wayne Gacy y Ted Bundy). Este último nombre hará otra aparición hacia el final de mi lista.

2: El caso de la escalera o The Staircase (2004).

Tal como la anterior, a esta docu-serie todavía le tocaron los años maravillosos de lo físico. Los últimos, al menos. En 2005 salieron los primeros 8 episodios y se rentaban o se vendían en Blockbuster en formato DVD. Esto, claro, en Estados Unidos. Los otros 5 —para un total de ¡13!, ni más ni menos— corresponden a 2013 y 2018. Con los añadidos más recientes, la serie se volvió a estrenar en Netflix ese último año. No supe del inconcebible asunto hasta el mencionado estreno y, a pesar de su extensión algo exagerada, la he visto en dos ocasiones con resultados disímiles. A veces, creo que el acusado es inocente. A veces, lo creo culpable. En definitiva, el caso de la misteriosa muerte de Kathleen Peterson da para una ficción con múltiples giros de tuerca. Tanto así que la plataforma HBO-Max estrenó recientemente una mini-serie homónima en la cual Toni Colette interpreta a esta mujer que halló la muerte al pie de la escalera de su mansión. Su esposo, un escritorzuelo mantenido, fue acusado del crimen y este hecho atrajo a un equipo de documentalistas franceses que le siguieron la pista durante el primer juicio y, varios años después, durante los interminables procesos de apelación. A diferencia de Paraíso perdido, en donde salta a la vista que hubo una cacería de brujas en contra de los tres chavos de West Memphis, el espectador se queda con la duda de si Michael Peterson es culpable o no. Aunque quizás no radique ahí el interés del documental, sino más bien en echarles un vistazo a las imperfecciones del sistema jurídico estadounidense y, más en específico, a las de Carolina del Norte. Tampoco se les puede llamar imparciales a los documentalistas cuando uno se percata de que se pasan la mayor parte del tiempo con Peterson, su familia y los abogados de la defensa. Menos si, como se revela en la ficcionalización de HBO-Max, la editora de la docu-serie termina siendo la pareja del acusado —por cierto, una magnífica actuación por parte de Juliette Binoche al encarnar a esta mujer. La ficción complementa la realidad: The Staircase presenta en su versión dramatizada tres versiones de la muerte de Kathleen —como si se tratara de Clue, aquella cinta ochentera y basada en el juego de mesa de Parker Brothers. La teoría más alucinante sostiene que su muerte se debió al ataque de un búho salvaje. Pareciera una solución al enigma sacada de “Los asesinatos de la calle Morgue”. Sin embargo, logra que todas las piezas encajen. Como ya lo mencioné antes, los 13 peldaños de El caso de la escalera se pueden encontrar en Netflix.

3: The Jinx (2015).

Aquí la ficción precedió al documental. The Jinx, titulada en España como El gafe, consta de seis episodios y se relaciona profundamente con la película Crimen en familia (All Good Things), dirigida por Andrew Jarecki, también realizador de la docu-serie de 2015 de subtítulo La vida y las muertes de Robert Durst. Aclaro: cinco años antes Jarecki dirigió Crimen en familia con Ryan Gosling y Kirsten Dunst. Entonces de seguro no se imaginaría que su largometraje —cuya trama estaba basada en la desaparición de Kathy McCormack— tendría el visto bueno del propio Robert Durst, el también sospechoso de haberla asesinado por ser su esposo. Durst le abre la puerta a las cámaras de Jarecki, algo de lo que aquél seguramente se arrepentiría. Lo increíble de este asunto es que el eterno junior se haya salido con la suya durante tanto tiempo. O quizás no tanto si se toma en cuenta la fortuna de su familia, comparable a la de cierto expresidente de EUA cuyo padre se hizo millonario con varios inmuebles en la ciudad de Nueva York. La mala suerte aludida en el título le llega al matar “en defensa propia” a su vecino en Galveston, Texas para después descuartizarlo y echar los restos humanos a la bahía. Lo apañaron, aunque resulta inaudito que un jurado texano lo absolviera del homicidio. Así de bueno era su abogado. No obstante, invitar a Jarecki a su intimidad le trae como consecuencia el descubrimiento de pruebas más contundentes en su contra respecto a un crimen anterior, el de su amiga Susan Berman, y, para colmo, durante el momento climático de la serie, se le sale una confesión entre dientes al olvidarse (¿o no?) de que un micrófono lo estaba grabando: “Los maté a todos”. Es decir, a los tres: su esposa Kathy, su amiga Susan y el vecino. Su participación en este documental y el escándalo subsecuente le valieron a Robert Durst ser acusado de nueva cuenta. Esta vez, por el asesinato de Berman. Uno de los momentos más inauditos de la investigación de Jarecki es cuando sale a la luz un sobre que solamente el asesino pudo haber enviado a la policía. No se necesita ser un grafólogo para deducir que la dirección del sobre fue escrita por Durst. De esta acusación no pudo salvarse y —tras un juicio con visicitudes innumerables por su salud y por la pandemia del COVID— Durst fue sentenciado a cadena perpetua. Sin embargo, la cárcel le duró bastante poco porque murió en enero de este año. The Jinx puede verse en los canales de HBO (sobre todo, en HBO Signature) y me imagino que también en su plataforma.

4: OJ: Made in America (2016).

¿Se puede agregar algo más acerca de los asesinatos de Nicole Brown y Ron Goldman, acontecidos el 12 de junio de 1994? Ezra Edelman respondió que sí a más de 20 años de distancia de los hechos. ¿Y qué fue eso? Según se deduce de las casi 8 horas de metraje, todo lo oculto por los medios trogloditas. ¿Se puede conseguir un poco de justicia cuando tantos globos oculares siguen los altibajos de un juicio como el de OJ Simpson? Parece que no. El colmo fue la aparición de los Jueces Itos danzantes (adjunto enlace a YouTube). Los medios se vuelven tan perniciosos que es imposible mantener la imparcialidad de un jurado, menos la de uno resentido por los largos años de persecución y violencia. Es harto conocido este otro caso de los 90 y también se llevó a los terrenos de lo melodramático con la primera temporada de American Crime Story. Sin embargo, aquella serie del mismo año se queda cortísima al comparársele con extenso documental de Edelman, ganador del premio Oscar por un trabajo que podría calificársele de titánico. En mi opinión, de los mejores y más recientes por su profundidad y por mostrar el contexto entero de la situación. A lo largo de esas casi 8 horas, Edelman no únicamente rastrea el pasado remoto de Orenthal James Simpson, sino que logra explicar a qué se debió que un jurado de Los Ángeles lo declarara “no-culpable”. Cómo se convirtió en un héroe del futbol americano y, tras su carrera profesional, cómo se transformó en una figura antiséptica y segura para la comunidad blanca. Tanto así que OJ o “The Juice” logró codearse con las estrellas del momento, hacer participaciones en películas de Hollywood y establecerse en Brentwood, un suburbio muy exclusivo de California donde destacaba por ser de los pocos residentes negros. Esto aunado a rehusarse al activismo a favor de su propia comunidad, dato que el jurado decidió olvidar cuando lo absolvieron. En cuanto al espinoso contexto, corren en paralelo los desencuentros continuos entre la comunidad negra y la policía de Los Ángeles. Los abusos policiales y las injusticias fueron atizando el fuego para extenderse de forma impresionante con los disturbios de 1992 (para mayor referencia sobre este acontecimiento, véase LA 92 de National Geographic). La historia, desde la perspectiva de lo doméstico, desde el entorno de Nicole y OJ, rebosa el vaso por tensión racial, falsas apariencias, estatus hollywoodense, misoginia y celos. Todo culmina con el juicio en su contra por el doble asesinato. Edelman cae pocas veces en el sensacionalismo —eso sí, muestra sin pudor las fotografías de la escena del crimen con las heridas abiertas de Nicole y Ron. A diferencia, por ejemplo y en cuanto al sensacionalismo, de otro programa de ID titulado OJ Simpson: la evidencia, en el que se concluye que el exfutbolista cometió los asesinatos con la ayuda de su hijo mayor (ID, nunca cambies). Con Edelman el subtítulo de Made in America se encuentra plenamente justificado. Para concluir, esta docu-serie es una disección a uno de los grandes problemas irresueltos de la Unión Americana: el de confrontar las razas. De tanta trascendencia que halla ecos en el movimiento de Black Lives Matter. Por ser una producción de ESPN, se puede encontrar en Star+.

5: Ted Bundy: enamorada de un asesino (2020).

La gran mayoría de estas emisiones peca de parecer glorificar al asesino en cuestión. Más si se trata de uno serial. En el canal ID son numerosos los programas con recreaciones baratas en las cuales se observa cómo un hombre acosa, violenta y asesina a una mujer. A veces, la cámara lenta hace que caigan en el humor involuntario. ¿Verdad, La peor pesadilla? Y lo anterior no significa que no haya mujeres homicidas: entre la programación de ID se halla además una serie de título Las verdaderas mujeres asesinas y esas “dramatizaciones” también están de risa loca. Sin embargo, la gran mayoría de los asesinos depredadores son hombres. Por eso, se necesitaba cierta sensibilidad femenina para darle un giro a lo acostumbrado en este género. Más tratándose del caso inexplicable de Theodore Robert Bundy, uno que ha dado muchísima tela de donde cortar —si se me permite aplicar este apestoso lugar común. No hace mucho se estrenó la docu-serie citada en el número 1 de mi lista (la de las confesiones grabadas, dirigida por Joe Berlinger), así como las producciones chafas más recientes, entre las cuales hieden Ted Bundy: mente asesina y Ted Bundy: en la mente del monstruo, ambas de 2021. Incluso en una “oscareada” como El silencio de los inocentes tomaron como préstamo su forma de engaño para secuestrar a sus víctimas: ponerse un cabestrillo y fingir una fractura en el brazo para pedir ayuda. ¿Por qué resultó tan increíble que alguien como Ted Bundy fuera un monstruo? ¿Cómo fue posible que, además de matar salvajemente a una veintena de mujeres, pasara desapercibido y pudiera mantener una relación de pareja más o menos estable durante varios años? A algunas de estas interrogantes trata de responder esta otra docu-serie, autoría de Trish Wood. Elizabeth Kendall, la pareja de Bundy, se vuelve la protagonista. Nada nuevo porque antes ya había ocurrido con otra producción de Netflix, también dirigida por Berlinger (Ted Bundy: durmiendo con el asesino). Ahí Zac Efron hacía del multi-homicida y Lily Collins, de Liz Kendall. Sin embargo, todo estos productos anteriores al de Wood, de ficción o realidad, palidecen ante su esfuerzo y su prudencia. Tal vez, en lo concerniente a esa relación de pareja de varios años —tantos como para que Molly, la hija de Liz, haya considerado a Bundy como una figura paterna—, éste sea el caso que más resalta por aquello de las apariencias engañosas. En mi opinión y por su contraste con docu-series descaramente misóginas, también de lo mejor por darle la dimensión necesaria a la muerte de las víctimas. No sólo se les menciona para pasar luego al siguiente nombre en la larga lista del multi-homicida. No. Trish Wood se da el tiempo suficiente para que los familiares de las mujeres las describan, se desahoguen, se expresen y para que los espectadores entiendan la profunda devastación causada por los bajos instintos de Bundy. Conforme se relatan los hechos, la indignación cobra mayores cuotas cuando esta bestia humana ataca una casa llena de jóvenes universitarias o al asesinar a una niña de 12 años (por cierto, su última víctima). Todo contrastado con el testimonio desgarrador de Elizabeth y Molly Kendall. Para dejarle a uno la piel chinita. Se halla en Prime.

Toda selección es injusta y en la mía quedaron fuera algunas docu-series de interés. Por ejemplo, en HBO El asesino sin rostro (2020), Crimen y desaparición en Atlanta: los niños perdidos (2020) y The Vow (2020) o en Netflix Making a Murderer (2015), No te metas con los gatos (2019) y Justicia para el pequeño Gabriel (2020) o Lorena (2019) en Prime o incluso Outcry (2020) en Star+. Con la abundancia ofrecida por tantas plataformas y la popularidad creciente de los documentales sobre “crímenes reales” (en esta torpe traducción del inglés), cada vez más se da este tránsito hacia una especie de ficcionalización. Ya ocurrió con El caso de la escalera (pasó de Netflix a HBO-Max). Ya había pasado un poco antes de la pandemia con el caso de la matricida Gypsy Rose Blanchard y The Act (metamorfosis de un largometraje documental en HBO a una mini-serie en Hulu). Y a la vuelta de la esquina se encuentra la del caso argentino de María Marta García Belsunce (transfiguración actual de la docu-serie en Netflix a la dramatizada, también en HBO-Max y a punto de estrenarse en julio). Tanto auge ha generado además la contracara de la parodia. Uno de los programas de comedia que más he disfrutado por replicar todos los lugares comunes de este género de docu-series es, sin duda, American Vandal (2017). Y no olvido, con segunda temporada en puerta, Only Murders in the Building protagonizada por Steve Martin y Martin Short, las viejas glorias de la comedia ochentera. Al menos, alguien se ha estado riendo ante tanta sangre.