El desconsuelo y la ilusión del control

La pandemia del COVID-19 ha dado lugar a innumerables reflexiones en la página editorial, los tuits y las bitácoras digitales. Ésta no pretende ser una de ellas. Aunque una parte de este texto sí se origine en los cambios que a mí, de forma muy particular, me trajo empezar a enseñar de forma remota. En varios aspectos y en diferentes épocas, he lamentado esta condición intrínseca a la propia vida que es el caos y la falta de control sobre tantos elementos cotidianos: la llamada inoportuna, la cháchara insoportablemente inane o el automovilista idiota que invade el carril de uno sin la mínima cortesía del señalamiento. No hablaré, sin embargo, del desconsuelo en lo emocional porque, para eso, prefiero el canal que de vez en cuando me ofrece un texto de ficción. Me refiero, más bien, al desconsuelo en el plano laboral. Específicamente, el de la docencia. Los constantes “lo siento, tu grupo se canceló, no hubo suficientes alumnos inscritos” que, de tan constantes, ya me resulta imposible tomármelos por el lado personal. El desconsuelo de darte cuenta de que, ni ahora ni en el futuro, te darán ni siquiera una cantidad simbólica (ya ni para los proverbiales chescos) por lo otro, lo que a uno de verdad le apasiona: ese aspecto que, poco a poco y ya exento de rencor, empiezo a llamar el “culturetas”. En la cultura regional de La Laguna nunca hay presupuesto. Menos una mínima remuneración. Tampoco sincronía. Hace unas semanas se comunicaron conmigo de una instancia cultural para ofrecerme ser jurado en un concurso nacional de poesía. La remuneración era bastante considerable, a pesar de que implicara leer alrededor de 90 poemarios. Si este ofrecimiento se hubiera presentado en el verano, tal vez me habría visto tentado a aceptarlo. No: vino en uno de los peores momentos de agitación del semestre escolar. Además, en medio de un proyecto personal para precisamente deshacerse del desconsuelo y, de manera no completamente poco ilusa, tomar el control de las vicisitudes de la docencia en la dichosa provincia mexicana.

La primera inquietud se dio cuando regresé en 2017 a mi terruño: ¿qué iba a hacer ahora con mi experiencia de años en la enseñanza del español como segunda lengua? En Torreón, Coahuila, poco. Demasiado poco. En todo este tiempo (un poco más de cuatro años), a pesar de llevar o enviar mi CV a los diferentes centros de lengua de las universidades de la región, únicamente se dio un conato de curso para una persona coreana. Al final, aquello se quedó en modo-embrión y no sucedió nada. La Laguna no es un lugar que atraiga el gran turismo internacional y los extranjeros que vienen aquí solamente están interesados en la industria o en los negocios. En ese neologismo de deleznable sonoridad: el “emprededurismo”. Qué palabra tan vomitiva. Retomo: se les habla en inglés (aunque no necesariamente sea éste su idioma materno) y, por lo tanto, no manifiestan ningún interés por aprender el español. Sin embargo, a raíz de la pandemia, algo cambió.

En primer lugar, me di cuenta de que era capaz de enseñar una clase en línea. Si este maldito virus no hubiera aparecido, seguiría creyendo ciegamente que la educación sólo se puede dar en un salón de clases y teniendo al alumnado frente a uno. No digo que la modalidad remota sea la ideal ni mucho menos. Pero, para mí que no tengo empacho en confesar mi interés en la docencia como algo meramente alimenticio, se convirtió en una mínima alternativa ante los grupos cancelados en la universidad y el paupérrimo panorama del mundo “culturetas” (todas esas colaboraciones que o se quedan sempiternamente pendientes de pago o que ni siquiera se pagan). En segundo lugar, llegó un visitante inesperado a La Laguna: un youtuber inglés que hizo una serie de videos para su canal sobre el norte del país y, entre ellos, dos en Torreón. Por supuesto, si algo intuimos del típico provincialismo mexicano, no resultará ilógico que, a los días de publicar su primer video, le hayan dado espacio en un periódico y en una cadena televisiva locales. Pensé que malgastaba el tiempo, pero no fue así. Explorando algunos de sus otros videos de viajes, me di cuenta de que se dedica también a dar clases en línea en una especie de plataforma / red social que empezó a desarrollarse en China. Entré en el mencionado sitio, vi más videos de otros tutores y por fin, como suele decirse coloquialmente, se me prendió el foco. ¿Y si pudiera complementar mis ingresos enseñando español en línea durante mis ratos libres?

El proceso no ha sido fácil. También ahí hubo una desilusión inicial (¿desconsuelo?). Poco a poco, el asunto se ha ido encarrilando y, tras un par de meses ahí, debo decir que la experiencia ha sido satisfactoria. He tenido clases con gente de varias partes del mundo. Por fin, desempolvé todo el material que había desarrollado durante más de una década y que me traje de Canadá (presentaciones, ejercicios, libros de texto unilingües y bilingües). No sé si esta nueva actividad vaya a ser permanente. Al menos, me da la ilusión de que tengo algo de control sobre mi vida laboral.