Montreal en pantalla (I)


El célebre tango afirma “que veinte años no es nada” y siempre habría que darle la razón. El calendario (sobre todo, la hoja que anuncia el temido junio 2019) me obliga a reflexionar sobre mi relación con una ciudad llamada Montreal, ese lugar que pisé por primera vez hace precisamente 20 años. Pero debería ser sincero y advertir que no es éste el texto adecuado para tal propósito. La intención de la presente entrada bloguera es mucho más simple: pitorrearse de una película hollywoodense rodada en Montreal. Debo confesar además que hasta antier sólo había visto algunas escenas del filme aludido. Gracias al ahora todopoderoso Netflix logré verla completa hace un par de días y creo que la reflexión obliga. O sea, la reflexión de alguien que mantuvo durante años una relación algo estrecha con la ciudad de la filmación. Quizás el motivo por el cual no fui a ver esta cinta en su momento de estreno haya sido porque aquel año (2004-2005) coincidió con mi mudanza a Montreal, mudanza que en aquel momento de mi vida calificaba de definitiva. Y si sigo con los clichés sacaré a colación el de “cómo da vueltas la vida”.


Bad... movie
Robando vidas (Taking Lives) abre con unas notas muy familiares para mí. Las de “Bad” del grupo irlandés U2, canción extraída de su álbum de 1984 The Unforgettable Fire. Los subtítulos nos ubican en St. Jovite, Canadá (cuando, antes de 2000, existía; después, este pueblo se integraría a la municipalidad de Mont-Tremblant). Es el año de 1983, antes de que U2 diera a conocer la canción que se escucha. Quizás se trate de una especie de clarividencia. La cámara casi se fusiona con un espejo cóncavo. En una central de autobuses un todavía más joven Paul Dano observa a otro muchacho. Por los altavoces se anuncia una salida y el observado se espabila. De inmediato, Dano pide un boleto para el mismo destino: Mount Laurier (aunque este joven anglófobo no sepa pronunciar el nombre de la localidad quebequense, aunque se le trabe la lengua en la última sílaba). No es tan raro que en la provincia de Quebec se hable inglés de forma tan común y corriente, ni que en los altavoces de esta central de autobuses los anuncios se hagan, más bien, en francés. Nos hallamos en el paraíso del bilingüismo, ¿no? Una vez emprendido el viaje y en cuanto el desconocido se siente al lado de Dano en el autobús, me doy cuenta de que uno de los dos va a morir. Y morirá asesinado. No por nada acabo de releer Mindhunter: cazador de mentes de John Douglas y Mark Olshaker. Una experiencia muy gratificante resultó volver a leer ese libro repleto de casos de asesinos en serie luego de un lapso de más de 20 años, desde que hiciera una tesis de titulación al respecto. El autobús se descompone, seguido de la llanta del coche que los dos muchachos compran. Por supuesto, Dano asesina a Justin Chatwin (hasta ahora, el único actor oriundo del país retratado, aunque no de la provincia francófona). Mala suerte. Sólo le tocó intervenir en esta película de Hollywood unos minutos. Luego Dano camina apaciblemente y, por lo que canta, se deduce que ha asumido la identidad de su víctima. Si esto no había quedado claro lo confirma el título de la obra cinematográfica: Robando vidas.


Québec-Montréal en un segundo
Se produce un salto de años (19, de hecho), no sin antes desplegarse en pantalla la secuencia de inicio, un plagio demasiado obvio de la de Seven (1995) de David Fincher (corto paréntesis: Fincher ficcionalizaría en 2017 el libro de Douglas y Olshaker para Netflix). Una vez superado el trance, los subtítulos anuncian el arribo a Montreal, Canadá. Dentro de un área dedicada a la construcción, se descubre un cuerpo con una excavadora. Al menos, esta cinta tiene la decencia de no hacer pasar la ciudad canadiense por otra como ha ocurrido en películas de la talla de Brooklyn, En la cuerda floja, otra de Fincher: El curioso caso de Benjamin Button, La terminal, El chacal (refrito noventero de El día del chacal) y hasta varias de los X-Men. Aunque ninguna de ellas tuvo la falta de cortesía de disfrazar a una localidad de Connecticut y decir que era Montreal, como sí lo hizo la olvidable El mejor lugar del mundo. Queda claro y no hay ninguna duda: estamos en Montreal. Sin embargo, un espectador menos enterado pensará que toda la trama transcurre en la ciudad más grande de la provincia de Quebec, cuando en realidad alterna entre ésta y su capital. Por qué lo sostengo. Porque la siguiente secuencia abre con un plano de una vista típica de la ciudad de Quebec: el imponente edificio del hotel Chateau Frontenac. Ahí Gena Rowlands (una mujer bajo la influencia, ya se sabe) afirma haber visto al hijo que creía muerto desde hacía 19 años. Seguramente, se trata del Paul Dano del comienzo. De vuelta en Montreal, dentro de un cuartel de policía: dos quebequenses hablan en inglés sobre una agente del FBI. Lo raro es que estos personajes “quebecos” son interpretados por los actores franceses Olivier Martínez y Jean-Hugues Anglade. Alguien protestaría y diría que no hay mucha diferencia. Pero sí la hay. ¿A ese alguien le gustaría que el rol de un mexicano lo interpretara un guatemalteco o un salvadoreño? Bastante diferencia hay. Sobre todo, para alguien como yo que durante años escuché hablar inglés a un montón de quebequenses y puedo decir que en inglés un francés jamás sonará igual a un quebequense. Así como no suenan igual en su lengua materna. Tanto así que en ocasiones las películas de Quebec tienen que ser subtituladas para poderse distribuir en Francia. Pero, en fin. Digamos que una audiencia gringa, como a la que en realidad está dirigida esta película, no se daría cuenta de tales sutilezas. Un tercer policía entra en escena y es Tchéky Karyo, también tratando de hacerse pasar por quebequense. Mientras tanto, Angelina Jolie (ella, paradójicamente, es la única de este reparto que puede presumir de mantener lazos cercanos con Quebec puesto que la familia paterna de su madre era oriunda de esta provincia) se encuentra acostada en el lugar donde descubrieron el cadáver. La agente Ileana Scott es una profiler, una de los muchos discípulos de John Douglas y Robert Ressler en el FBI, los dedicados a crear perfiles para atrapar a asesinos en serie. La pregunta de cuáles fueron los procesos burocráticos que se pusieron en marcha para que una agente del FBI entre tan libremente en territorio extranjero mejor ni se formula. De inmediato y sin necesidad de ver una fotografía del cadáver ni un reporte de la autopsia, Ileana elabora el perfil del asesino y, de acuerdo con el mismo, hay un elemento sexual en el motivo del crimen. No sólo eso, Scott también cuenta con la habilidad de reconstruir un rostro tomando como base el cráneo de la víctima. Y, dicho sea de paso, se hospeda en un hotel que se encuentra a unos pasos de la capilla Notre Dame de Bon Secours, en el barrio antiguo de Montreal. Otro asesinato nos revelará a los más suspicaces quién es el asesino (“espóilers ajed” o, en muchas palabras, “revelaciones importantes sobre la trama de la película a continuación”).


Problemas de jurisdicción
La policía tiene bajo custodia, de forma muy conveniente, a un testigo. Un tal James Costa, corredor de arte interpretado por Ethan Hawke (diez años después de su aparición fugaz en Quiz Show como un alumno universitario que no entiende a don Quijote y diez antes de finalizar su largo proyecto con Richard Linklater de nombre Boyhood). Cualquiera que haya visto un puñado de películas de este género adivinará desde su primera aparición que Hawke es el asesino. ¿Quién más iba a hallarse en la escena del crimen cubierto de sangre? Para colmo, se ofrece a dibujarles un retrato del supuesto homicida y los policías aceptan. Pero, como Jolie supone que el asesino es zurdo y el personaje de Hawke no lo es, no hay ningún problema. ¿Habrá oído hablar de los ambidiestros? Y no habiendo indicio alguno para sospechar de él se le sigue considerando un testigo. Olivier Martínez, empero, no está nada convencido con las teorías de la agente del FBI. En un pasillo de la comisaría, junto a la puerta de una oficina, se atisba la bandera de la Sûreté du Québec. Aquí lo raro sería averiguar por qué la Sûreté está involucrada en el caso cuando en realidad un homicidio le correspondería por jurisdicción al SPVM (o Servicio de Policía de la Ciudad de Montreal). Aquí ningún agente de la policía ha asesinado a un civil, ni está implicada la mafia, ni el crimen ocurrió en una carretera, ni el homicidio se relaciona con lo provincial, sino con lo municipal. Un misterio por resolver más difícil que el presentado por la trama. El jefe Karyo es entrevistado por varios medios francófonos sobre los homicidios y, extrañamente, no hay ningún micrófono de TVA, ni de Radio Canadá. Los logos de los micrófonos son de cadenas inexistentes. Mientras el jefe está en la pantalla de la tele, Jolie y sus colegas franceses desayunan en una cafetería. Martínez le cuenta a Anglade un chiste misógino en francés y, por lo ojitos que hace Angelina, sospechamos que ella entiende a la perfección ese idioma. Tras una llamada urgente, acuden al departamento de un sospechoso cuyo casero pudo haber salido más bien de Nueva Jersey, no tanto de Montreal. Aunque, me digo, eso no quita la posibilidad de que haya inmigrado a la ciudad. Cuando entran, la escena recuerda una vez más a la cinta mencionada de Fincher, la que protagonizara el hoy exesposo de Jolie. Es decir, Seven. Hasta susto con cadáver incluye como cuando Brad Pitt y Morgan Freeman entran al departamento del cuasi-muerto que representaba el pecado de la pereza. A continuación, se ven más escenas rodadas en el barrio antiguo, el Vieux Montréal, sector donde no sólo se hospeda la agente sino también donde Costa-Hawke tiene su departamento. Los dos, agente y testigo, se encuentran de pura casualidad en un café y, antes de que ella diga nada sobre los cortes en sus dedos (no vaya a pensar en él como en un renovado O. J. Simpson), Costa le ofrece la explicación de que él mismo enmarca las pinturas con las cuales comercia. Y, sin embargo, Angelina sigue sin sospechar de él y, además, le da el número de teléfono de su celular.


El cliché del gemelo malvado y Marie-Josée
Al otro día, las fuerzas del orden localizan a una Gena Rowlands ya muy lejos de sus trabajos con su entonces esposo John Cassavetes. La madre del hijo resucitado es interrogada por Jolie. Aquí el perfil del homicida se complica: no sólo es un asesino con motivos sexuales, además tuvo un gemelo desde cuya muerte se trastornó. De Seven pasamos a Mujer soltera busca (1992), pero en versión masculina. Al exhumar el cuerpo del supuesto hijo de la mujer, la única actriz quebequense de la película aparece: Marie-Josée Croze (un año después de darse a conocer internacionalmente con Las invasiones bárbaras de Denys Arcand). Y lo hace en el papel de una forense que confirma la sospecha. Éste es entonces el cadáver del pasajero del autobús al que Martin Asher (entonces Paul Dano) conoce al inicio de la cinta. Por su seguridad, hospedan a Mamá Asher en el lujoso hotel Chateau Frontenac. Al fin y al cabo, la Sûreté du Québec cuenta con recursos ilimitados. Poco después, sin admitir que se equivocó con su primer diagnóstico, la agente Scott explica a una sala de juntas repleta de policías que el verdadero motivo del homicida es (una vez más, alusión al título del filme) “robar” vidas. Es decir, asesinar para asumir la identidad de la víctima. Me hallo ante el nivel más básico de la clase de psicopatología. No sólo el más básico sino además el más inverosímil. Scott está convencida de que la próxima víctima será James Costa. Cuando ella lo lleva a casa durante una noche lluviosa, Kiefer Sutherland los vigila desde lejos. “¿Será este personaje tan sospechoso el asesino?”, nos plantea inútilmente la trama como si no supiéramos de quién se trata en realidad. Un intento por atrapar al homicida se frustra en un bar de la misma zona, el Vieux Montréal. Esa noche será la primera en la que Costa coquetee con la agente Scott. Gran sorpresa: uno pensaría que la verdadera química se daría con Olivier Martínez en duelo de labios abultados y no precisamente con Hawke quien en aquel momento le ponía los cuernos a Uma Thurman con una modelo canadiense. Por algo tendría que haberse hecho famosa esta película y, al final, fue por este chisme tan propio de revistas del corazón que se logró el cometido. Casualmente, luego de sentirse atraída por el testigo, la agente decide regresar a Quantico y dar por concluido su trabajo en Canadá. El jefe Karyo le pide quedarse.


Geografía absurda
La siguiente secuencia me muestra un plano muy conocido para mí: el de la Place des Arts mientras se celebra el Festival de Jazz dentro de sus confines. Al fondo, un edificio con las iniciales de la universidad en la que trabajé durante 9 años: la UQAM (la Universidad de Quebec en Montreal). Y no creo que me equivoque al identificar todavía más al fondo el edificio en el que viví durante 8 años, una de las torres de La Cité. A lo mejor, estoy viendo visiones. Algo que de verdad me confunde de inmediato es lo siguiente. Corte a la sala de exposiciones de James Costa. De la Place des Arts pasamos al Vieux Montréal. Parecería que el director de la cinta se enamoró del estilo europeo de la arquitectura de esta ciudad y simplemente no puede dejar de filmarlo. Sin embargo, algo no cuadra aquí. Tendrá que haber una explicación a este otro enigma. Cuando se desata una delirante (aclaro: por la geografía absurda, no por su ritmo) persecución, confirmo que el director quiere hacerme creer que entre el lugar donde se celebra por tradición el festival y el barrio antiguo no hay muchas cuadras de distancia. Si alguien lo sabe soy yo porque mi primer trabajo oficial en Canadá tras obtener mi residencia era en una escuela de idiomas del barrio antiguo y varios días a la semana iba y venía caminando de la escuela a mi departamento, del Vieux Montréal al sector que rodea la Place des Arts. Tardaba alrededor de veinte minutos. En una ocasión, en el barrio antiguo, vi a lo lejos cómo filmaban una escena de El curioso caso de Benjamin Button. Una vez más, aparece David Fincher en este texto. No divago más. Me siento tentado a dejar de ver esta porquería. Por supuesto, el muchacho perdido de Sutherland se les pierde a Angelina y a Olivier. Todo culmina con fuegos artificiales y un sonidito tropicoso-latino (Sandra & The Latin Groove) que, la mera verdad, no suena a jazz. Sin comentarios.


Ese Subway lo conozco
Antes de que puedan mandar a Costa a Toronto, se da una escena demasiado íntima entre Hawke y Sutherland y, además, Anglade termina muerto en el suelo del departamento. Es de esperar que algún policía viaje al más allá cuando se trata de este género tan manido. Se produce otra persecución delirante en la cual la cámara pasa del barrio antiguo a la calle President-Kennedy (incluso se logra atisbar durante segundos un Subway frente al cual pasé infinidad de veces). Luego, puentes elevados. Es como si Montreal se hubiera quebrado en las piezas de un rompecabezas y hubiera vuelto a ensamblarse sin ton ni son. Al menos, el choque en un puente terminará con el delirio y con la vida de Kiefer Sutherland a quien pudieron haberle ahorrado el viaje a la tierra natal de sus padres tras escasos minutos de aparición en este adefesio fílmico. Una vez “resuelto” el caso, el testigo podrá echarse a la agente asignada sin que esto constituya una flagrante falta a la profesionalidad por parte de la mujer. Por supuesto, como éste era el año en que Jolie iniciara su relación con Brad Pitt a pesar de que él aún se encontraba casado con Jennifer Anniston y como la futura pareja no contaba todavía con una colección de niños multirraciales, en la escena de amor se asomarán las chichis de la actriz para deleite de sus fans. Aunque digamos que pocas veces hubo en el cine una escena de sexo tan exenta de química.


Vestida para morir
Cuando por el furor de la cópula fingida las puntadas de Hawke se abran, estaremos ante la presencia del segundo actor verdaderamente quebequense del filme: Emmanuel Bilodeau (el intérprete francés de El renacido), quien encarna aquí a un doctor-sastre. Por azares del destino, a este mismo hospital acude la señora Asher para identificar el cuerpo de Kiefer. Por supuesto, Hawke y Rolands se encontrarán en un elevador para revelar lo que yo ya sabía desde muy temprano en la película: Costa es el verdadero asesino y aprovecha el encuentro con su madre en el ascensor para despacharla. Viajamos al universo hitchcockniano de la Psicosis. La agente Scott, tal como le ocurriera a Nancy Allen en Vestida para matar (1980), se convierte a su vez en testigo cuando las puertas del elevador se abren. Ahora resulta que me encuentro en territorio De Palma. Aunque entre Hitchcock y De Palma, ya se sabe, no hay mucho trecho. Y doña Gena queda exangüe sobre el suelo del elevador, vestida para morir y rodeada de unas salpicaduras de sangre bastante extrañas. Ni siquiera comentaré nada sobre cómo el hospital parece muy antiguo en sus pisos superiores y marcadamente moderno en los inferiores. Otro enigma para desentrañar. Quizás vayan remodelándolo de arriba hacia abajo. Quién sabe. Ante la sorpresa y el peso de haberse acostado con el asesino, Ileana Scott les murmura a los policías la verdad: Costa lo hizo. Y la pobre se desvanece. Más gritos de dudoso acento quebequense mientras el homicida ya se encuentra en la estación de trenes suburbanos Lucien-L’Allier echándole el ojo a su siguiente víctima para así asumir su identidad.


La estación Windsor y tan tan
Martínez se encuentra tan enojado y celosillo que aprovecha el cateo del departamento de Costa para darle un cachetadón a la distraída agente del FBI. Pronto se aclarará que Sutherland no era más que un ladrón de pinturas que quería sacarle dinero al falso corredor de arte. Los policías van tras su pista y corren no a Lucien-L’Allier sino a la estación Windsor. Alguien debería decirles que hace años que ese lugar no se utiliza como estación de trenes, pero no hay manera de que lo escuchen a uno estando de este lado de la pantalla. El director trata de volver a burlarse de los espectadores y llena la estación de pasajeros espurios para darnos otra secuencia de suspenso fallido. Conforme el tren, el asesino y su nueva víctima se alejan de Montreal, esto deja de interesarme. Lo siguiente es predecible: a la agente Ileana Scott la corren de su trabajo en el FBI, pasan siete meses y se muda a un pueblito de Pensilvania. ¿Vale la pena arruinar el final de este horror? No es muy difícil imaginárselo. La exagente Scott le pone una trampa a Martin Asher con un falso vientre de embarazo que habría sido la envidia de Rebecca Jones en la telenovela Cuna de lobos (al menos, habría podido engañar mejor a su malvada suegra del parche) y así logra vengarse de él matándolo en defensa propia. Qué bueno que la panza del embarazo era falsa. Hollywood no se puede permitir que en pantalla un bebé nonato sea apuñalado por unas tijeras. Qué alivio. Y, claro, una vez muerto el asesino vuelven a escucharse las notas de “Bad” de U2, aludiendo no únicamente a la maldad del homicida coleccionista de identidades sino también a la calidad de la película. Fin y muchas gracias por venir a filmar en Montreal y dejar sus dólares gringos aquí. Al fin y al cabo, valen más que los canadienses. Los de Netflix acaban de subir a su menú este vómito titulado Robando vidas. Véase bajo su propio riesgo.

Robando vidas (Taking Lives, 2004). Dirigida por D. J. Caruso. Producida por Mark Canton y Bernie Goldmann. Protagonizada por Angelina Jolie, Ethan Hawke, Gena Rowlands y Olivier Martínez.